1/9/09

La Herencia 5.2.

En la mañana siguiente se dirigió a la dirección que el padre Bochout le había dado de una pequeña cooperativa dirigida por voluntarios belgas en La Paz. Estaba en la misma calle Ballivian, a unas quince cuadras de distancia. La calle iba en ligera pendiente, de bajada, así que se fue a pie. En la dirección señalada, encontró una pequeña tienda de artesanía dirigida por una mujer. Se presentó de parte del padre Bochout y la mujer le respondió en francés. Era la administradora. Trompel le explicó que buscaba a Guy Lefranc. Que éste había salido de Santiago en dirección a La Paz pero que luego había desparecido y que se pedía un rescate por un supuesto secuestro. Se mostró muy soprendida. El padre Guido les había visitado en efecto y había alojado con el padre Verhelst, pero había partido para El Cuzco, de donde debía seguir su viaje. 

Trompel insistió en preguntar si ella no había observado nada extraño durante la estadía del padre Lefranc. Recordó entonces que, un día que visitaba el mismo local donde estaban, le habían abordado dos desconocidos y que habían conversado bastante largamente. No habían mirado los productos, sino que se habían dirigido directamente al sacerdote. Como ella iba y venía, atendiendo algunos clientes que entraban y salían, no pudo oír mucho. Pero estaba cerca cuando entraron, pensando atenderlos. Uno de ellos, al abordar el padre Guido, le había dicho que era chileno y que lo había conocido en Santiago. Más adelante le pareció que había una pequeña discusión y el padre negaba repetidamente con la cabeza. Cuando los hombres salieron, uno de ellos dijo en voz muy alta "Nos volveremos a ver". Ella le preguntó a su compatriota si había algún problema y le contestó que eran unos sinvergüenzas que querían estafarlo. Ésto era todo. Podía dar una descripción aproximativa de los dos hombres, pero no lo suficiente para confeccionar un retrato robot. No había tenido mucho tiempo para observar sus caras, teniendo que atender a otros clientes.

El investigador volvió lentamente, a pie, a su hotel pensando en este encuentro. Así que Lefranc había sido abordado por hombres que sabían de su viaje y lo habían podido encontrar. Y sin duda lo habían amenazado. Pero, al parecer, no le dió suficiente importancia y, probablemente en su trayecto hacia la frontera peruana, había sido interceptado. Debería asegurarse de que no había salido de Bolivia. Era el momento de contactar al policía boliviano que le habían recomendado.

En el hotel averigüó donde estaba el cuartel central de la policía y se hizo llevar ahí. Pidió hablar con el inspector Julio Cardoso, del Departamento Quinto, como le había recomendado el comisario Figueroa en Santiago. Le pidieron su pasaporte y preguntaron quién lo enviaba, así que dió también el nombre del policía chileno. Después de una llamada telefónica interna, le dijeron que subiera al tercer piso, donde le estarían esperando. No había ascensor. Después de una laboriosa subida, llegó resollando al piso indicado. ¡Imposible olvidar la altura de La Paz! Había un escritorio en el descanso de la escalera y le pidieron de nuevo que enseñara su pasaporte. Luego le dijeron que pasara a la tercera oficina después de la mampara que estaba en la mitad del corredor. Avanzó lentamente para recuperarse del esfuerzo. Al llegar a la puerta indicada, ésta se abrió y un hombre de edad, alto y enjuto, se presentó y lo hizo pasar.

- Soy el inspector Cardoso. Así que lo envía mi buen amigo Figueroa, de Santiago. ¿Cómo está el hombre? ¿Siempre dedicado al arte?
- Está muy bien y sigue persiguiendo a ladrones y falsificadores.
- ¿Y qué puedo hacer por ud? ¿Por qué lo mandó aquí? Entiendo que ud es belga. ¿Qué le llevaría a necesitar servicios policiales en este país tan lejano?

Trompel le relató entonces lo del secuestro y lo que ya había averiguado en Bruselas, Santiago y La Paz, como investigador privado contratado por el padre del desaparecido. Y también el consejo de Figueroa de no acudir a la policía boliviana sin pasar por Cardoso.

- Figueroa tenía mucha razón. Nuestros hombres de servicio en la calle no son muy confiables, pero se limitan generalmente a pequeñas coimas. Con los inspectores y detectives, la cosa es más compleja. Varios están complicados con el narcotráfico y mi trabajo aquí consiste en descubrirlos. Pero hay algo aún peor en estos días. Habrá sabido que la guerrilla del Sendero del Sol se tomó el pueblo de El Alto. Es un movimiento indigenista que busca el restablecimiento del Tiwantinsuyo, el imperio inca, que debería pasar a manos de los quechuas. Lo de El Alto no habría sido posible sin el apoyo de una mayoría de los policías de esa ciudad, y ésto nos complica mucho. No sabemos cuantos de nuestros hombres, aquí en La Paz y en el resto del país, pueden ser simpatizantes o incluso miembros del Sendero del Sol. Y si quien reclama el rescate de Lefranc firma Tupac Inti, queda claro que está -o estuvo- en manos del Sendero.
- ¿Estuvo? ¿Podría no estar ya en su poder a pesar de que no se pagó aún el rescate?
- Desgraciadamente es posible. Han ocurrido varios secuestros y, por lo que sabemos, a pesar del pago el secuestrado apareció muerto. O no volvió a aparecer nunca. Me imagino que desea saber si le podemos ayudar.
- En efecto.
- No me ha dado muchas pistas, aunque todo hace pensar que esta persona ha sido perseguida por narcotraficantes. El vínculo con la guerrilla no tiene nada de extraño. El Sendero se financia con la venta de la coca, que es un cultivo tradicional de la cultura quechua. Yo lo podría contactar con un investigador confiable de la brigada anti-narcóticos. Pero están recargados de trabajo. Antes, sin embargo, conviene hacer otra cosa: asegurarnos de que no ha sido encontrado ya. Como le dije, no esperan siempre a que el rescate sea pagado. Y si debe ser pagado desde el extranjero, menos esperan que alguién venga a investigar aquí. Así que voy a poner una orden dirigida a las morgues policiales de los diferentes Departamentos, las provincias del país. Que avisen si alguién responde a su descripción. ¿Tiene ud una foto? ¿Y sus huellas dactilares?
- Le puedo dar una foto: recibí varias para estos efectos. Pero el Registro Civil belga no toma las huellas dactilares y no se ponen en los documentos de identidad, así que no se las puedo facilitar.
- Esperemos entonces que la foto sea suficiente. ¡Y que no encontremos a nadie aún, por cierto!
- ¿Cuándo podría tener noticias?
- Le pondré máxima urgencia. Así, espero tenerle noticias en el curso del día de mañana. Para no perder tiempo, también avisaré a gente confiable de la brigada de narcóticos y a los encargados del Sendero. Tenemos algunos infiltrados ahí, que podrían sernos útiles. ¿En que hotel se aloja ud?
- En el Ballivian.
- No es muy bueno que digamos.
- No, pero en el Intercontinental dijeron que no sabían nada de mi reserva y estaba completo.
- ¡Algo muy frecuente aquí! Seguramente querían una coima.
- Pero ni así resultó.
- Mala suerte entonces. Lo siento. Bueno; quédese cerca de su hotel mañana. Lo llamaré ahí en cuanto tenga alguna noticia.
- De acuerdo. Y muchísimas gracias. Realmente no esperaba tanto y tan rápido.
- Para que vea que no todo anda mal aquí. ¡Hasta mañana!

El día siguiente, Trompel no tuvo más remedio que quedarse a leer en su hotel, esperando el llamado de Cardoso. La Paz no era una ciudad en que se podía salir a pasear con facilidad y no le convenía alejarse si quería atender cuanto antes el llamado del policía. Compró un par de diarios, uno boliviano -para tener noticias locales- y el New York Times, que llegaba con dos días de retraso, para tener más noticias del exterior que lo poco, poquísimo, que decía la televisión local y que, por cierto, sólo podía ver en blanco y negro en su cuarto.

En el diario pudo leer que, en lo que va del año, había habido una veintena de asesinatos en la capital y sus alrededores, todos relacionados con el narcotráfico según las investigaciones policiales. Un periodista denunciaba que el Estado mismo estaba permeado por el narcotráfico por cuanto el cultivo y venta de la coca es legal aunque no la producción de cocaína, pero existía un solo scanner para monitorear las cargas que se importaban o exportaban y los precursores se importaban desde Chile en forma habitual. Las fronteras, con múltiples pasos cordilleranos no controlados, eran altamente permeables y la droga se escurría fácilmente por ellas. Y era una importante fuente de financiamiento para la guerrilla del Sendero del Sol, como lo había sido en Perú y lo era aún en Colombia.

Pero Trompel no encontró más información acerca de secuestros. ¿El de Lefranc sería un hecho extraordinario? En la revista comprada en Santiago se hablaba sin embargo de dos colombianos y tres argentinos secuestrados en Bolivia. Pero el diario local no hablaba de ellos.

Poco después de las doce, sonó el teléfono de su habitación. Era Cardoso.
- Amigo, tengo muy malas noticias. En la morgue del Desagüadero, el puerto sobre el lago Titicaca donde se cruza hacia Perú, tenían un desconocido que corresponde a la foto que me dió. Según el reporte que me enviaron, fue encontrado por turistas cerca de las ruinas de Tiwanaku. Tenía aferrado en la mano el puñal con el cual, supuestamente, se habría suicidado. No llevaba ningún documento de identidad y, de no haber sido por mi solicitud, habría sido cremado dentro de unos días. En la situación actual, no se guardan los cadáveres por más de una semana. Debo decirle que no me habría creído la tesis del suicidio: nadie se mata de siete puñaladas. Pero los ajustes de cuentas son frecuentes y pocas veces se investiga a fondo. Pedí que enviasen el cadáver aquí para que ud lo envíe a su tierra si lo desea. Debería llegar mañana si no tenemos demasiados problemas con lo de El Alto. ¡Ese asunto sí que es complicado!

Trompel agradeció la información y dijo que se comunicaría con el padre del difunto para pedir instrucciones. Luego salió a almorzar y se fue a la oficina de Correos y Telégrafos para llamar por teléfono a Bruselas. De ser posible, sería mejor hablar directamente con Antoine Lefranc y tomar juntos algunas decisiones antes que enviarle un e-mail desde un ciber-café y esperar una respuesta, sobre todo con una noticia tan mala.

La conversación con Antoine Lefranc fue muy penosa, como era de esperar. El hombre quedó anonadado. Pidió un poco de tiempo para asimilar la noticia y quedaron de que Trompel lo volvería a llamar el día siguiente para ser informado de lo que debería hacer con el cuerpo.