25/8/09

La Herencia 5.1.

Capítulo 5

El avión para La Paz debía salir de Santiago a las 8.15 y la compañía chilena LASCO había citado a sus pasajeros a las 6.15 en el aeropuerto. Trompel encontró esta anticipación exagerada y la atribuyó a la tradicional falta de puntualidad de los chilenos. Pidió por lo tanto un taxi para las 6.15 y llegó media hora más tarde à Pudahuel, cuando el alba empezaba a teñir de rojo las cumbres de los Andes. Después de hacer fila durante unos quince minutos en el mostrador de la línea aérea quiso pasar el control de migración sin esperar la llamada por los parlantes. Pero descubrió entonces que la cola para pasar este control atravesaba toda la terminal aérea. Cuatro aviones debían salir antes de las ocho y había solo dos policías para verificar los pasaportes. Un cuarto de hora más tarde, la fila empezó a avanzar más rapidamente: habían llegado seis otros aduaneros. Pero los retrasos ya se habían acumulado, la salida atrasada de un avión bloqueando la del siguiente. Partieron una hora después de lo previsto. Era mediodía cuando hicieron escala en Arica, la ciudad más norteña de Chile, cerca de la frontera peruana. Después de media hora en tierra y otra media hora de vuelo, el capitán anunció por fin que estaban por aterrizar en La Paz. Instalado en una ventanilla, el detective pudo contemplar el lago Titicaca, muchas veces señalado como el más alto del mundo -pero le ganaba el lago Chungará, en Chile-. Entre algunas nubes dispersas, se veían las islas artificiales hechas de gran cantidad de juncos que flotaban en las aguas azules. A pesar de que el avión descendía, Trompel no pudo ver si estas islas eran habitadas, aunque le habían dicho que algunas sí lo eran. Minutos más tarde,
por fin aterrizaban en El Alto, la terminal aérea construida en la planicie que domina la capital boliviana.

Al pasar el control de extranjería, le pidieron su certificado de vacunación. No tenía ninguno y explicó que nadie le había avisado de ello: hacía veinte años que no se pedía para América del Sur. Entonces le hacieron pasar a una pequeña oficina lateral. Al parecer, nadie más había sido interpelado por falta de vacunación. ¿Todo el mundo la tendría? ¿O se trataba más bien de que parecía ser el único "gringo" en ese vuelo? ¿Lo pondrían en cuarenta o lo devolverían a Chile?

Ante su pedido de explicación, le dijeron que en la selva del Oriente, había riesgos de fiebre amarilla y de malaria y le preguntaron si iba a ir allá. Contestó que no, que pensaba quedarse en La Paz. Entonces le pidieron diez dólares y le dieron un certificado de vacunación contra la fiebre amarilla. Pero no lo inyectaron ni le exigieron cuarentena. Entendió entonces perfectamente: todo se arreglaba con una coima.

Para recuperar su maleta debió ir a una bodega ya que las cintas transportadoras ya habían dejado de funcionar. Y buscarla entre una cantidad de otras maletas, quizás perdidas o destinadas a ser embarcadas en otros vuelos. Finalmente la encontró y se encaminó a la salida donde se vió obligado a tomar un taxi. Como se había demorado en la "oficina de vacunación", los buses que iban a La Paz habían desaparecido. 

El taxista le explicó que deberían tomar una ruta inhabitual, para evitar el pueblo de El Alto que acababa de ser ocupado por la narcoguerrilla del Sendero del Sol. Habían volado parte de la comisaría con un cohete loew, se habían tomado la alcaldía y habían linchado al alcalde. Quién mandaba ahora en la pequeña ciudad era el comandante Tupac Inti. 

Después de más de media-hora por caminos de ripio llegaron por fin a la ruta asfaltada que bajaba hacia el estrecho valle en que está contruída la capital administrativa del país.

El taxi dejó a Trompel en el hotel Internacional, en la central avenida 16 de Julio o Paseo El Prado. Ahí había reservado una habitacion a través de un sistema de reserva en Internet. Pero no encontraron su reservación y le dijeron que el hotel estaba completo. Aunque pasó otro billete de diez dólares al recepcionista, éste no descubrió ninguna habitación libre pero le recomendó el hotel Ballivian, en la calle del mismo nombre. Aunque no quedaba muy lejos, tuvo que tomar otro taxi porque, para un extranjero, a más de cuatro mil metros de altura, era imposible subir cuestas cargando una maleta, lo cual era indispensable para llegar a esa calle. En La Paz, con excepción de la avenida principal, en el fondo del valle, todas las calles suben y bajan abruptamente. Y sólo pudo tomar un taxi cuando llegó otro pasajero al Internacional, por cuanto los taxis ordinarios son todos colectivos y evitan los pasajeros que van en direcciones transversales, más aún si tienen maletas.

Cuando llegó al otro hotel, le dijeron nuevamente que estaba completo, pero los diez dólares fueron suficientes para que se le entregara la llave de una habitación. Por el cansancio debido a la altura y a las peripecias de su llegada, no tuvo ánimo para hacer otra cosa esa tarde. Comió un sandwich en el bar del hotel y se acostó temprano.

Una explosión seguida de un corto ruido de cascada lo despertó sobresaltado. Se aprestaba a esconderse debajo de la cama para protegerse cuando, más despierto, se dió cuenta de que un vecino poco consciente de las conveniencias acababa de utilizar el sanitario colindante. Una mirada al reloj le reveló que eran a penas la una y media de la madrugada y que no había dormido unas cuatro horas. Maldiciendo el ruido intruso, trató de volver a dormir pero parecía que la parte analítica de su cerebro había decidido otra cosa y prefería pasar revista a los últimos acontecimientos de Santiago.

Lo que le había dicho el padre Bochout a la pasada sobre el tráfico de drogas en su parroquia le había llamado la atención y, antes de salir de Santiago, había comprado una revista que contenía un extenso reportaje sobre el tema. Encendió la luz, buscó la revista y se puso a leer. El artículo se basaba en un informe de Naciones Unidas [real, divulgado en junio 2008], que partía con Argentina, donde se había registrado la mayor tasa de consumo de cocaína de América del Sur y la segunda del continente, sólo superada por EE.UU. Pero no era productora. La droga venía directamente de Bolivia o de Chile.

Chile había sido tomado como pasadizo, especialmente para enviar droga desde Perú y Bolivia a Europa. Trompel ya sabía lo que pasaba en barrios como La Legua. Pero leyó además que, en las poblaciones (barrios) del sur de Santiago, los narcos recurrían a antiguos miembros de los grupos subversivos de extrema izquierda. Muchos de éstos se pusieron a la venta en la segunda mitad de los 90, cuando los asaltos a bancos y a transportes de valores se fueron haciendo más riesgosos. "Gente que luego de luchar contra la dictadura de Pinochet quedó a su suerte tras el retorno de la democracia." A través de ellos los traficantes tuvieron acceso a mejores armas, aprendieron a eludir seguimientos policiales y a minimizar intercepciones telefónicas. Así, a cambio de una paga o participación en las ganancias, pudieron hacer crecer su negocio, sin temor a las "quitadas" o secuestros expres de otras bandas. [El Mercurio – Revista El Sábado, 7-02-2009]

En el Perú, igual que en Colombia, los narcos se habían unido a la guerrilla, en este caso el Sendero Luminoso. Pero ambos habían sido derrotados en tiempos del presidente Fujimori y, en la actualidad, se oía hablar muy poco del tráfico en ese país. Era indudable, sin embargo, que servía aún -al menos- de corredor para encaminar droga desde Colombia hasta Chile ya que eran numerosos los decomisos realizados por la policía chilena en el extremo norte y en el aeropuerto de Pudahuel (Santiago) cuya procedencia era el Perú.

Aunque mucho menos importante que Colombia, Bolivia es un productor natural de cocaína -de hecho el tercio de la producción mundial- por cuanto las plantaciones de coca son legales ahí, por formar parte de la cultura ancestral de las antiguas poblaciones quechua. Su destino parecía de este modo inevitable: seguir el camino de muchas naciones latinoamericanas y convivir con el narcotráfico, con su dinero y con las muertes que producen esas fortunas. "Ningún país alberga al narcotráfico sin comprometer, más pronto que tarde, a su propio Estado en esos intereses. Y ningún Estado se limpia fácilmente del narcotráfico una vez que éste lo perforó, porque no hay dinero lícito capaz de alcanzar la grandiosa generosidad del dinero fácil e ilegal." [El Mercurio, 21.08.2008]

Si bien la crónica periodística hablaba frecuentemente de los crímenes de los carteles colombianos y mexicanos, Bolivia no estaba exenta del flagelo, aunque aún -al parecer- menos sangriento. Sin embargo, en lo que iba del año había habido una veintena de asesinatos en la capital boliviana y sus alrededores, todos relacionados con el narcotráfico, según confirmaban las investigaciones policiales. Los más recientes fueron los de dos ciudadanos colombianos asesinados en un popular centro comercial y tres empresarios argentinos acribillados y arrojados en un descampado. Uno de estos últimos había hecho un considerable aporte a la campaña electoral del presidente el año anterior, y era proveedor de fármacos a los servicios sociales del Estado.

Otro artículo era una transcripción del Wall Street Journal sobre lo que ocurría en México. Pero ya no le interesaba tanto lo que ocurría en la frontera con Estados Unidos. Le interesaba el tráfico entre Bolivia y Chile. Con los comentarios del padre Bochout, algunos circuitos de su cerebro se habían puesto en marcha y su intuición le decía que podría haber una relación con lo ocurrido al padre Lefranc. El comisario Figueroa le había dicho que los secuestros eran cosa muy poco frecuente en Chile. Pero lo eran en Colombia y en México, donde imperaba el narcotráfico. ¿Habría tenido el padre Guido algo que ver con ello?
Finalmente el sueño lo venció. Apagó la luz y se quedó dormido.

18/8/09

La Herencia 4.2.

El viaje de París a Santiago fue un verdadero suplicio. El avión estaba completo y no había, por lo tanto, ninguna posibilidad de ocupar un segundo asiento. Además, muchos pasajeros había transgredido el límite autorizado de equipaje de cabina y muchos bultos sobresalían de los espacios bajo los asientos. Estirar las piernas era así una misión imposible. El respaldo del sillón 'reclinable' rehusaba retroceder más de quince grados. El vecino, por su parte, parecía querer pasar la noche leyendo y no apagaba su lámpara de lectura. Trompel decidó entonces sacar su gorra de su bolsa de viaje y se la plantó sobre los ojos. Se dió vuelta de un lado, luego del otro. Dobló las piernas para acurrucarse, luego se estiró de nuevo. Así, pasó cada media-hora cambiando de posición y la noche llegó finalmente a su término.

Al llegar a las ocho de la mañana local al aeropuerto Comodoro Arturo Merino Benítez de Santiago, se hizo llevar al hotel San Cristobal, que el comisario Servais le había sugerido porque su ayudante se había alojado ahí en una investigación que lo había obligado a llevar un preso a Santiago.

Desde el hotel, llamó inmediatamente al padre Bochout, explicándole su misión. El sacerdote le confirmó que Antoine Lefranc le había avisado de su llegada, pidiéndole su cooperación y le invitó a ir a almorzar a su parroquia, para conversar detenidamente. Le indicó entonces que tomara un taxi y que se hiciera llevar hasta Santa Rosa con Comandante Riesle, un cruce que quedaba a unas cinco cuadras de la parroquia.

- Yo le esperaré en la esquina a la una y media -le dijo-. Nadie le traería hasta la parroquia misma porque se encuentra en la población La Legua, uno de los barrios de peor fama de Santiago y ningún taxista se atravería a entrar ahí. Tampoco conviene que se desplace solo, porque lo asaltarían. Conmigo, al contrario, no habrá ningún peligro.

A la hora convenida, Trompel se bajaba del taxi a la entrada de la población La Legua y el padre Bochout se apresuraba a saludarlo para llevarlo hasta la parroquia. Le explicó que el nombre del barrio se debía a su distancia desde el centro de la ciudad: a una legua (4,8 kilómetros) al sur de la Plaza de Armas de Santiago. En el camino pudo observar calles angostas con pequeños montículos y muy pequeñas casas de colores que parecían hechas de placas de concreto prefabricadas. Y grupos de jóvenes reunidos en las esquinas que lo miraban con curiosidad y cara de pocos amigos. El sacerdote le explicó que éste era uno de los lugares más peligrosos del país por la cantidad de droga y armas que circulaban entre sus habitantes, sobre todo entre menores de edad. La Policía de Investigaciones había logrado desarticular importantes bandas rivales pero en el último año se habían consolidado nuevos grupos criminales, compuestos por adolescentes de entre 13 y 17 años, quienes eran familiares de los narcotraficantes detenidos. Según la policía, estos jóvenes manejan pequeños arsenales de pistolas 9 milímetros y armas hechizas, las que ocultan en casas de vecinos, quienes reciben dinero por la ayuda. Aunque la policía realiza 10 allanamientos mensuales, los cuales arrojan cerca de 50 detenidos, el problema no disminuye. Los detenidos vuelven apenas terminada su condena o bien a los pocos días porque la cantidad de droga que se les incauta es mínima y los portadores son menores de edad. [El Mercurio, 22-02-2009]

Llegados a la parroquia, abordaron el tema del secuestro del padre Lefranc. El padre Bochout expresó su preocupación pero no le encontraba explicación. Trompel le preguntó por el juicio que había precipitado la partida de su colega, pero el sacerdote le contó lo mismo que ya le había dicho Antoine Lefranc, sin poder darle más detalles.

Junto a ellos almorzó un joven que el padre Bochout presentó como dirigente de la juventud parroquial. Éste contó que se había hecho amigo del padre Guido -como lo llamaban todos en Santiago- y que éste le había comentado su especial interés por la arqueología. Incluso habían ido juntos a San Pedro de Atacama, a visitar el museo del padre Le Paige, un sacerdote jesuita belga que había sido el primero en excavar en el desierto de Atacama y encontrar ahí los restos de una antigua cultura.

El padre Lefranc le había comentado, poco antes de su partida, que en el viaje de regreso hacia Bélgica planeaba visitar Tiahuanaco, en Bolivia, y el Cuzco y Machu Picchu en Perú. Así que debió tomar un vuelo hacia La Paz, que era de dónde se llegaba a Tiahuanaco. De ahí se podía cruzar el lago Titicaca y seguir hacia el Cuzco y luego Lima, que era quizás el trayecto proyectado. Trompel preguntó cómo podría verificarlo y el padre Bochout le dijo que podía consultar la agencia de viaje que tenía una oficina en el primer piso del arzobispado, en la calle Erasmo Escala, que era donde todos los sacerdotes compraban sus pasajes aéreos.

Cuando estaban terminando el almuerzo oyeron disparos y el tableteo de armas automáticas. Un joven, el hijo de la cocinera, entró corriendo en el comedor.

- ¡Los tiras (detectivas) están atacando Emergencia! Llegaron hasta con carros blindados.
- Cruzamos el sector de Emergencia cuando lo traje aquí -explicó el párroco a Trompel-. Es el sector más pobre y donde se concentran los traficantes. La policía cierra y revisa regularmente el sector para arrestar a los delincuentes e incautar las armas que ocultan ahí. Pero la batalla es cada vez más violenta. Por ello, desde algún tiempo, la policía sólo puede entrar ahí con carros blindados. Será mejor que se vaya por otro lado: sería imposible volver ahora por donde ha venido.

En consecuencia, el párroco llevó al investigador del lado opuesto del barrio y lo dejó cerca de la fábrica de textiles Sumar, de dónde salían minibuses hacia el centro de Santiago. Le dijo que llegaría a la Alameda, que reconocería fácilmente. Bajándose del bus algunas cuadras después del palacio de la Moneda estaría cerca de las oficinas del Arzobispado.

Después de media hora de trayecto, Trompel entró en la agencia de viaje. Primero no quisieron informarle acerca del viaje del padre Lefranc pero explicó entonces la razón de su investigación y dejó en claro de que, si no le contestaban, la policía seguramente llegaría a hacer la misma pregunta, ya que él se entrevistaría al día siguiente con un inspector de la Policía de Investigaciones. Le revelaron entonces que el trayecto contratado era Santiago, La Paz, Sao Paulo, Madrid, Bruselas.

El comisario Servais había dado a Trompel el nombre y el teléfono del comisario Figueroa, de la PDI de Santiago, con quién había estado en relación por el caso Artecal. De vuelta a su hotel hacia las cuatro, Trompel llamó a ese número de teléfono. El comisario chileno lo citó para el día siguiente a las nueve de la mañana.

Así, poco antes de las nueve, después de tomar desayuno en el hotel, tomó un taxi que bajó siguiendo el río Mapocho hasta cruzar un puente frente a la antigua Estación Mapocho, de dónde partía antiguamente el tren a Argentina pero que había sido transformada en centro cultural, según le contó el conductor. Apenas terminó la explicación, paraba ante el gran edificio del cuartel central de la Policía de Investigaciones, en la calle General Mackenna.

Cuando Trompel se encontró con el comisario Figueroa, éste le señaló que no tenía relación alguna con el tipo de hecho que el belga le relataba: él se dedicaba al control del patrimonio histórico, persiguiendo a los ladrones de obras de arte, falsificadores y traficantes. Pero ésto, de todos modos, le permitía averiguar si una persona había abandonado el país y cuando. Así que llamó a la oficina de migraciones y se confirmó que Guy Lefranc había efectivamente dejado el país en la fecha señalada por Trompel, con destino a La Paz. Recomendó entonces a Trompel, si viajaba a esta ciudad, contactar ahí al inspector Julio Cardoso del Departamento Quinto, la fiscalía interna de la policía nacional, antes de tomar contacto con cualquier otro policía porque, debido sobretodo al narcotráfico, había muchos policías corruptos, en los cuales no se podía confiar. Menos aún, por lo tanto, en un caso como éste.

11/8/09

La Herencia 4.1.

2ª Parte

Capítulo 4

Era el año 2004, una mañana de marzo. Jef estaba en su oficina de la calle Fossé aux Loups. Hacía sólo un par de semanas que había dejado de trabajar como inspector de la Policía Judicial belga. El teléfono sonó y el investigador privado oyó una voz desconocida:

- El señor Joseph Trompel?
- Él mismo, para servirle. 
- Me llamo Antoine Lefranc. Quisiera encargarle un trabajo, al menos si habla español.
- Hablo español, francés, flamenco, bruselense, árabe, inglés: todo lo que se habla en Bruselas y que puede ser útil en mi profesión.
- Ésto es importante porque el asunto que me preocupa lo obligará probablemente a viajar a Chile.
- Dígame de qué se trata y le diré si cabe dentro de mis posibilidades.
- Bien. Se trata de lo siguiente: mi hijo se fue a Chile hace tres años. Pronto habrá pasado un mes desde que recibimos sus últimas noticias y debería haber llegado de vuelta la semana pasada. Y acabo de recibir un e-mail que me pide un rescate por su liberación. Y nada menos que un millón de dólares. Logré contactar a un sacerdote belga que vive en Santiago y lo conocía bien pero, según él, mi hijo dejó el país en la fecha prevista, después de una extraña acusación de acoso sexual. No podemos recurrir a la policía chilena por cuanto oficialmente dejó este país. Y es posible que un organismo local de seguridad esté implicado en esa acusación. Según la policía belga, que acabo de consultar, es seguro que no llegó aquí. Es el comisario Servais el que me dió el nombre suyo y su teléfono, diciendo que me podría ayudar. Quisiera saber donde está mi hijo y qué pasó con él. Y si es posible evitar o reducir el rescate, por cuanto no dispongo de esa cantidad de dinero. Si puede hacerse cargo de este caso, ¿cuáles serían sus condiciones?
- Si no tuviera ningún contact en Chile, rechazaría posiblemente su pedido. Pero tengo un primo que es profesor de la Universidad Católica de Santiago y podrá sin duda ayudarme en caso de necesidad. El sacerdote belga que ud señala será también seguramente de gran ayuda. En cuanto a las condiciones, le pediría quinientos euros por semana más los gastos de viaje -transporte y alojamiento- así como eventual pago de informadores. Le haría al menos un informe por semana para justificar la semana siguiente y mis desplazamientos.
- ¿Puedo también fijar mis condiciones?
- ¿Cuáles serían?  
- Primero un contrato escrito. Luego la posibilidad de reevaluar la situación y suspender eventualmente su encuesta al recibir cada informe suyo. Los viajes fuera del trayecto Bruselas-Santiago y escalas intermedias deberían ser previamente aprobadas por escrito. Y la encuesta no podría durar más de dos meses. Nuestros medios económicos no nos lo permitirían. Máxime si debemos pagar un rescate.
- De acuerdo. Pienso que si no tengo resultados en seis semanas, me sería imposible resolver el caso. Y, evidentemente, lo lamentaría mucho. 
- ¿Cuando puede empezar?
- Acabo de hacerlo. Mañana tendrá el contrato. Quisiera ver el e-mail que recibió, pero una copia no me sirve: debo poder acceder al original, para tratar de detectar su origen. ¿Puedo ir a visitarlo? Aprovecharía también de interrogarle más detalladamente acerca del desaparecido. ¿A propósito, cómo se llama?
- Se llama Guy Lefranc. Yo soy Antoine y mi esposa se llama Louise. Puede venir mañana por la mañana si lo desea. La dirección es bulevar Lambermont 1485, en Schaerbeek, cerca del parque Josaphat.

Después de ponerse de acuerdo acerca de la hora, Trompel y Lefranc colgaron el teléfono.

Trompel bajó desde su oficina y salió a la calle, la rue Fossé-aux-Loups, y entró, algunas casas más abajo, en la agencia de viaje "Air Stoper" que usaba frecuentemente. Pidió un boleto para Santiago de Chile, lo más pronto posible. La conexión más rápida era Bruselas-París-Buenos Aires-Santiago por Air France y estaría en cabeza de la lista de espera para dos días más tarde. No había otra posibilidad hasta tres semanas más tarde. Salió de la agencia y tomó de regreso hacia la izquierda, entrando en la librería Castaigne. Ahí, compró una guía turística sobre Chile, que contenía entre otras cosas un mapa del centro de Santiago. Tenerla en el bolsillo sería más práctico que tener que conectarse a Internet cada vez que necesitase una información.

El día siguiente, a la hora convenida, entraba en la casa de Antoine Lefranc, frente al parque Josaphat. Lo recibió su cliente y lo hizo subir a su oficina, que no estaba en la planta baja. Ofreció al detective una silla delante de su escritorio y tomó asiento en la butaca ejecutiva de cuero, al otro lado de la mesa. Luego explicó:
- Este mensaje electrónico, después del atraso de mi hijo, me dejó muy intranquilo. Como le dije ya, llamé en seguida por teléfono al padre Bochout, el coordinador de los sacerdotes belgas en Chile y párroco de San Cayetano, donde Guy estuvo un tiempo. Me dijo que mi hijo había salido en la fecha acordada y creía que estaba ya aquí. No sabía nada acerca de dificultades en su viaje de regreso y no creía que las acusaciones -descartadas- de acoso sexual del cual había sido objeto pudiesen ser el origen de un secuestro.
- Veamos primero ese e-mail. ¿Ud está connectado a Internet en este momento?
- Así es. En seguida se lo muestro.

Lefranc manipuló su ratón y luego dió vuelta a la pantalla para que la viera Trompel. El mail decía:

  • Guy en notre pouvoir 
    Mettre un millon de dolares sur compte 81-72-377694-136 International Bank Caiman Island
    Avez une semaine
    Non police ou mort

    (Guy en nuestro poder
    Poner un millón de dólares en cuenta...
    Tiene una semana
    No policía o muerte)

El remitente era tupac@gmail.com y el mail estaba acompañado de una foto que debía ser descargada. Trompel decidió verla después. Ahora debía ver los datos complementarios del envío, para tratar de saber de dónde procedía. Pinchó en la orden que permitía ver más detalles del origen del mensaje pero, de algún modo, los datos sobre el lugar de despacho y el servidor de origen estaban pervertidos e inutilizables. Quién mandó el mensaje sabía cubrir sus huellas.

Antoine Lefranc le contó entonces la historia de su hijo. Había estudiado en el seminario para América Latina de Lovaina y había partido a Chile hacía tres años, después de ordenarse sacerdote. En Santiago, había sido destinado a la parroquia de San Gregorio, en un barrio pobre y de mala fama. Todos los sacerdotes extranjeros eran enviado a este tipo de parroquia. Al parecer el arzobispado contaba con que fuesen bien recibidos -lo cual era cierto- y también con que traerían apoyo financiero desde sus países de origen, lo cual no era tan cierto. Era muy difícil vivir con lo poco que la Iglesia pagaba a sus sacerdotes. Teóricamente los gastos de una parroquia debían ser cubiertas por el aporte de los fieles pero pocas veces éstos alcanzaban. Antoine tuvo que enviar varias veces dinero a su hijo solamente para que viviera decentemente. 

Hacía unos meses había sido acusado de acoso sexual por la secretaria parroquial. Estuvo detenido tres meses por no tener con que pagar la fianza. Fue inmediatamente suspendido de sus funciones por el cardenal. La investigación duró dos meses más, que pasó alojado en la parroquia del padre Bochout. En el juicio fue finalmente absuelto y la secretaria fue imputada por falsa denuncia. El padre Lefranc podría haberla demandado pero no lo hizo, aplicando el principio cristiano del perdón. El arzobispo le ofreció otra parroquia pero, como tenía derecho a tomar vacaciones en su tierra, decidió regresar a Bélgica y confidenció por carta a su padre que tenía buenas razones para no volver luego a Chile. Pero no se las detalló. Pensaba quizás explicárselas personalmente a su vuelta. Ésta era toda la historia.

- ¿Podría este secuestro estar relacionado en el asunto del acoso sexual? -preguntó Trompel.
- No tengo motivo alguno para creerlo. Pero no me he enterado de qué fue lo que llevó la secretaria a acusar a mi hijo. 
- Podría haber ahí una razón y, al fallar el juez a favor de su hijo, se pasó a otra fase para tratar de castigarlo por algo.
- Puede ser. Y ésto, en este caso, es justamente lo que tendría que dilucidar ud al viajar a Santiago.

Trompel abrió entonces la foto adjunta. Mostraba a un joven que tenía extendido delante de su pecho la portada de un diario. El detective amplió la foto y pudo leer el título y la fecha: era El Mercurio de dos días atrás.

- ¿Sabe ud de dónde es este diario? -preguntó.
- No lo sé. ¿Pero debería ser de Chile, no cierto?
- En efecto. Pero trataré de comprobarlo en Internet. Podría ser una pista. En todo caso, lo único importante -y por ésto se la mandaron- es que demuestra que Guy estaba vivo anteayer. ¿Podría imprimirme esta foto?
- No faltaba más. Le daré además otras fotos de Guy, en caso de que las necesite para interrogar posibles testigos u obtener ayuda en su viaje.
- Se lo iba a pedir. Gracias.
- ¿Puedo servirle en algo más?
- No lo creo. Saldré mañana para Chile y estaré ahí pasado mañana. Sólo quedarán unos tres días para que se cumpla el plazo fijado por los secuestradores. Le sugiero que esté listo para cumplir sus exigencias si no logro un resultado en tan poco tiempo.
- Puede estar seguro de que haré todo lo necesario. Pero si hemos de llegar a este punto, le agradecería quedarse allá hasta saber de mi hijo.
- ¡Cuente conmigo! Lo mantendré al tanto de todos mis pasos.

Se despidieron entonces y Trompel se fue a hacer sus maletas para salir el día siguiente. Antes, sin embargo, se conectó a Internet y buscó el diario El Mercurio. Apareció de inmediato la edición del día y pudo verificar que era un importante diario de Santiago de Chile. Buscó la fecha de la edición que había visto en la foto de Guy Lefranc y coincidía perfectamente: los secuestradores no habían hecho ninguna trampa.

4/8/09

La Herencia 3.

Capítulo 3

Volvió a la casa, bajando al sótano. Revisó la pieza con las pinturas, pero ninguna se parecía a los trabajos de Breughel. Las movió, mirando detrás de ellas, pero sólo había telarañas. Y nada escrito, ni en los muros ni el reverso de los cuadros. Se marchó pensativo. La pista debía ser otra.

Pensó entonces que debía ir al museo, para ver la pintura. El Museo de Bellas Artes estaba cerrado ese día y pasó parte de la noche pensando en el problema, sin encontrar otra idea. A primera hora de la mañana, tomó un tranvía y se fue a la calle Royale, cerca del Sablon, donde está el Museo. Averigüó donde estaba el cuadro y se fue directamente ahí: mostraba gente bebiendo en una taverna. Ésto tampoco le aportaba un nuevo elemento. Nada en la casa de Lefranc podía ser asimilado a una taverna. Pero quizás se tratase de algún otro detalle. Decidió por lo tanto adquirir una copia bastante grande del cuadro y, teniéndola enrollada, se fue de nuevo al bulevar Lambermont.

La pintura debía significar una pieza con pinturas. Examinó por lo tanto primero las habitaciones donde había cuadros con obras de pintores flamencos: el salón y el comedor. Pero ni en los cuadros ni en la decoración de estas piezas había cosa alguna que coincidiera con la pintura de Breughel.

Entonces descendió nuevamente al sótano y entró al cuarto de los cuadros viejos. Nada en éstos, nuevamente, podía ser asociado con lo representado por Breughel. Pero se le ocurrió comparar los muros de la taverna pintada con los muros de esa habitación, prestando atención a los detalles. Y en una de las paredes descubrió un anclaje idéntico al que aparecía en la pintura, una suerte de cruz que parecía de hierro forjado. Era, al parecer, la única coincidencia. Estiró entonces la mano y trató de tirar del anclaje, pero no se movió. Tampoco respondía a la presión. Entonces intentó girarlo en uno y otro sentido. En el segundo intento se produjo un crujido y sintió pasar una bocanada de aire fresco a la vez que se movía ligeramente el más grande de los cuadros pegados a la pared, el que llegaba hasta el suelo. Se acercó y lo despegó de la pared: detrás, una parte del muro había desaparecido y se veía una entrada a un pequeño túnel.

Tuvo que agacharse un poco para entrar y, cuando pasó el umbral, se encendió una pequeña ampolleta. Había una estrecha escalera de caracol, de piedra, que bajaba a un nivel inferior. Abajo, frente a ella, había una puerta y encima de ésta un escudo medieval coronado por un yelmo con penacho. Pero la puerta estaba cerrada y no logró abrirla. Había una cerradura que, evidentemente, estaba cerrada y requería una llave. ¿Dónde podría encontrarla? Debía haber ahora una pista acerca de la localización de esta llave.

Repasó en su memoria lo que, dentro de la casa, pudiera estar relacionado con esta puerta. La única pista que le saltó a la vista era el yelmo y el penacho. Se acordó entonces de la colección de estatuillas en el salón: mostraban hombres vestidos a la usanza de diferentes épocas de la historia, y entre ellos había uno en armadura medieval.

Subió corriendo al salón, pero por más que dió vuelta a la estatuilla, no había indicación alguna y no parecía estar hueca como para contener la llave. Debió ser una pista falsa. Revisó las otras estátuas, todas las cuales también parecían sólidas y no tenían mensaje alguno en su base.

Volvió al túnel y a la famosa puerta y la examinó de nuevo. Aunque había manipulado el pomo para tratar de abrir, no se había fijado en sus detalles, por lo demás difícles de ver con la baja iluminación de la ampolleta del techo. Mirándolo de cerca y tocándolo con la yema del dedo, se dió cuenta de que tenía grabada una corona. Una corona real. Y en el dormitorio principal había una foto de Lefranc con el rey Balduino. ¡Ésta debía ser la pista! Más calmado, subió al dormitorio y, tomando la foto, desarmó el marco, descubriendo una llave.

Volvió abajo una vez más y abrió la puerta sin dificultad. Al entrar en una pequeña pieza abovedada, la luz se encendió de nuevo automáticamente, pero esta vez la iluminación era excelente. En la pieza, sólo había una mesa y una silla. Y sobre la mesa un pequeño computador portátil. Trompel se acercó y se sentó frente al computador. En este instante, la puerta se cerró con un golpe seco. La sorpresa lo hizo sobresaltarse y casi botó la silla.
- Espero que Lefranc no hizo toda esta jugareta para terminar encerrándome aquí hasta matarme de hambre y sed -se dijo-. La respuesta sin duda está en este computador.
Lo enciendó, molesto. Después de una rápida carga del sistema operativo, apareció la cara de Antoine Lefranc y empezó a hablar:

- Sr Trompel... Si es ud el Sr Trompel, por cierto... Espero que no esté muy enfadado porque cerré la puerta. Se abrirá de nuevo cuando haya demostrado que es la persona que espero. Si no, se quedará aquí por siempre o hasta que el verdadero sr Trompel lo libere.
- Le voy a hacer una serie de preguntas. Responda en forma breve. El programa analizará y validará sus respuestas. ¿Cuál fue el arma del crimen de mi hijo?
- Un puñal.
- Ésto lo sabía también el asesino y otros investigadores. Vayamos a algo más personal: ¿Cómo supo quién lo mató?
- Por la confesión del asesino, cuando yo estaba en El Alto.
- ¿Qué fue lo inesperado que encontró en el cuerpo de mi hijo?
- Un tatuaje
- ¿Qué es lo que representaba?
- Un sol.
- ¿Qué tenía de extraordinario?
- Nadie le había visto jamás un tatuaje y parecía muy fresco.

Trompel empezó entonces a recordar la investigación de la desaparición de Guy Lefranc que le había conducido unos años antes a Chile y Bolivia.