Capítulo 5
El avión para La Paz debía salir de Santiago a las 8.15 y la compañía chilena LASCO había citado a sus pasajeros a las 6.15 en el aeropuerto. Trompel encontró esta anticipación exagerada y la atribuyó a la tradicional falta de puntualidad de los chilenos. Pidió por lo tanto un taxi para las 6.15 y llegó media hora más tarde à Pudahuel, cuando el alba empezaba a teñir de rojo las cumbres de los Andes. Después de hacer fila durante unos quince minutos en el mostrador de la línea aérea quiso pasar el control de migración sin esperar la llamada por los parlantes. Pero descubrió entonces que la cola para pasar este control atravesaba toda la terminal aérea. Cuatro aviones debían salir antes de las ocho y había solo dos policías para verificar los pasaportes. Un cuarto de hora más tarde, la fila empezó a avanzar más rapidamente: habían llegado seis otros aduaneros. Pero los retrasos ya se habían acumulado, la salida atrasada de un avión bloqueando la del siguiente. Partieron una hora después de lo previsto. Era mediodía cuando hicieron escala en Arica, la ciudad más norteña de Chile, cerca de la frontera peruana. Después de media hora en tierra y otra media hora de vuelo, el capitán anunció por fin que estaban por aterrizar en La Paz. Instalado en una ventanilla, el detective pudo contemplar el lago Titicaca, muchas veces señalado como el más alto del mundo -pero le ganaba el lago Chungará, en Chile-. Entre algunas nubes dispersas, se veían las islas artificiales hechas de gran cantidad de juncos que flotaban en las aguas azules. A pesar de que el avión descendía, Trompel no pudo ver si estas islas eran habitadas, aunque le habían dicho que algunas sí lo eran. Minutos más tarde,
por fin aterrizaban en El Alto, la terminal aérea construida en la planicie que domina la capital boliviana.
Al pasar el control de extranjería, le pidieron su certificado de vacunación. No tenía ninguno y explicó que nadie le había avisado de ello: hacía veinte años que no se pedía para América del Sur. Entonces le hacieron pasar a una pequeña oficina lateral. Al parecer, nadie más había sido interpelado por falta de vacunación. ¿Todo el mundo la tendría? ¿O se trataba más bien de que parecía ser el único "gringo" en ese vuelo? ¿Lo pondrían en cuarenta o lo devolverían a Chile?
Ante su pedido de explicación, le dijeron que en la selva del Oriente, había riesgos de fiebre amarilla y de malaria y le preguntaron si iba a ir allá. Contestó que no, que pensaba quedarse en La Paz. Entonces le pidieron diez dólares y le dieron un certificado de vacunación contra la fiebre amarilla. Pero no lo inyectaron ni le exigieron cuarentena. Entendió entonces perfectamente: todo se arreglaba con una coima.
Para recuperar su maleta debió ir a una bodega ya que las cintas transportadoras ya habían dejado de funcionar. Y buscarla entre una cantidad de otras maletas, quizás perdidas o destinadas a ser embarcadas en otros vuelos. Finalmente la encontró y se encaminó a la salida donde se vió obligado a tomar un taxi. Como se había demorado en la "oficina de vacunación", los buses que iban a La Paz habían desaparecido.
El taxista le explicó que deberían tomar una ruta inhabitual, para evitar el pueblo de El Alto que acababa de ser ocupado por la narcoguerrilla del Sendero del Sol. Habían volado parte de la comisaría con un cohete loew, se habían tomado la alcaldía y habían linchado al alcalde. Quién mandaba ahora en la pequeña ciudad era el comandante Tupac Inti.
Después de más de media-hora por caminos de ripio llegaron por fin a la ruta asfaltada que bajaba hacia el estrecho valle en que está contruída la capital administrativa del país.
El taxi dejó a Trompel en el hotel Internacional, en la central avenida 16 de Julio o Paseo El Prado. Ahí había reservado una habitacion a través de un sistema de reserva en Internet. Pero no encontraron su reservación y le dijeron que el hotel estaba completo. Aunque pasó otro billete de diez dólares al recepcionista, éste no descubrió ninguna habitación libre pero le recomendó el hotel Ballivian, en la calle del mismo nombre. Aunque no quedaba muy lejos, tuvo que tomar otro taxi porque, para un extranjero, a más de cuatro mil metros de altura, era imposible subir cuestas cargando una maleta, lo cual era indispensable para llegar a esa calle. En La Paz, con excepción de la avenida principal, en el fondo del valle, todas las calles suben y bajan abruptamente. Y sólo pudo tomar un taxi cuando llegó otro pasajero al Internacional, por cuanto los taxis ordinarios son todos colectivos y evitan los pasajeros que van en direcciones transversales, más aún si tienen maletas.
Cuando llegó al otro hotel, le dijeron nuevamente que estaba completo, pero los diez dólares fueron suficientes para que se le entregara la llave de una habitación. Por el cansancio debido a la altura y a las peripecias de su llegada, no tuvo ánimo para hacer otra cosa esa tarde. Comió un sandwich en el bar del hotel y se acostó temprano.
Una explosión seguida de un corto ruido de cascada lo despertó sobresaltado. Se aprestaba a esconderse debajo de la cama para protegerse cuando, más despierto, se dió cuenta de que un vecino poco consciente de las conveniencias acababa de utilizar el sanitario colindante. Una mirada al reloj le reveló que eran a penas la una y media de la madrugada y que no había dormido unas cuatro horas. Maldiciendo el ruido intruso, trató de volver a dormir pero parecía que la parte analítica de su cerebro había decidido otra cosa y prefería pasar revista a los últimos acontecimientos de Santiago.
Lo que le había dicho el padre Bochout a la pasada sobre el tráfico de drogas en su parroquia le había llamado la atención y, antes de salir de Santiago, había comprado una revista que contenía un extenso reportaje sobre el tema. Encendió la luz, buscó la revista y se puso a leer. El artículo se basaba en un informe de Naciones Unidas [real, divulgado en junio 2008], que partía con Argentina, donde se había registrado la mayor tasa de consumo de cocaína de América del Sur y la segunda del continente, sólo superada por EE.UU. Pero no era productora. La droga venía directamente de Bolivia o de Chile.
Chile había sido tomado como pasadizo, especialmente para enviar droga desde Perú y Bolivia a Europa. Trompel ya sabía lo que pasaba en barrios como La Legua. Pero leyó además que, en las poblaciones (barrios) del sur de Santiago, los narcos recurrían a antiguos miembros de los grupos subversivos de extrema izquierda. Muchos de éstos se pusieron a la venta en la segunda mitad de los 90, cuando los asaltos a bancos y a transportes de valores se fueron haciendo más riesgosos. "Gente que luego de luchar contra la dictadura de Pinochet quedó a su suerte tras el retorno de la democracia." A través de ellos los traficantes tuvieron acceso a mejores armas, aprendieron a eludir seguimientos policiales y a minimizar intercepciones telefónicas. Así, a cambio de una paga o participación en las ganancias, pudieron hacer crecer su negocio, sin temor a las "quitadas" o secuestros expres de otras bandas. [El Mercurio – Revista El Sábado, 7-02-2009]
En el Perú, igual que en Colombia, los narcos se habían unido a la guerrilla, en este caso el Sendero Luminoso. Pero ambos habían sido derrotados en tiempos del presidente Fujimori y, en la actualidad, se oía hablar muy poco del tráfico en ese país. Era indudable, sin embargo, que servía aún -al menos- de corredor para encaminar droga desde Colombia hasta Chile ya que eran numerosos los decomisos realizados por la policía chilena en el extremo norte y en el aeropuerto de Pudahuel (Santiago) cuya procedencia era el Perú.
Aunque mucho menos importante que Colombia, Bolivia es un productor natural de cocaína -de hecho el tercio de la producción mundial- por cuanto las plantaciones de coca son legales ahí, por formar parte de la cultura ancestral de las antiguas poblaciones quechua. Su destino parecía de este modo inevitable: seguir el camino de muchas naciones latinoamericanas y convivir con el narcotráfico, con su dinero y con las muertes que producen esas fortunas. "Ningún país alberga al narcotráfico sin comprometer, más pronto que tarde, a su propio Estado en esos intereses. Y ningún Estado se limpia fácilmente del narcotráfico una vez que éste lo perforó, porque no hay dinero lícito capaz de alcanzar la grandiosa generosidad del dinero fácil e ilegal." [El Mercurio, 21.08.2008]
Si bien la crónica periodística hablaba frecuentemente de los crímenes de los carteles colombianos y mexicanos, Bolivia no estaba exenta del flagelo, aunque aún -al parecer- menos sangriento. Sin embargo, en lo que iba del año había habido una veintena de asesinatos en la capital boliviana y sus alrededores, todos relacionados con el narcotráfico, según confirmaban las investigaciones policiales. Los más recientes fueron los de dos ciudadanos colombianos asesinados en un popular centro comercial y tres empresarios argentinos acribillados y arrojados en un descampado. Uno de estos últimos había hecho un considerable aporte a la campaña electoral del presidente el año anterior, y era proveedor de fármacos a los servicios sociales del Estado.
Otro artículo era una transcripción del Wall Street Journal sobre lo que ocurría en México. Pero ya no le interesaba tanto lo que ocurría en la frontera con Estados Unidos. Le interesaba el tráfico entre Bolivia y Chile. Con los comentarios del padre Bochout, algunos circuitos de su cerebro se habían puesto en marcha y su intuición le decía que podría haber una relación con lo ocurrido al padre Lefranc. El comisario Figueroa le había dicho que los secuestros eran cosa muy poco frecuente en Chile. Pero lo eran en Colombia y en México, donde imperaba el narcotráfico. ¿Habría tenido el padre Guido algo que ver con ello?
Finalmente el sueño lo venció. Apagó la luz y se quedó dormido.