8/9/09

La Herencia 5.3.

Después de su conversación telefónica con Lefranc, Trompel pasó a tomar una cerveza en el bar Daikiri del Prado. Estaba bebiendo en la barra cuando entraron dos policías. Empezaron a pedir los documentos de todos los presentes, partiendo por los más cercanos a la puerta. Cuando llegaron a la barra, Trompel les mostró su pasaporte de la Unión Europea. Lo miraron hoja por hoja.

- ¡Un gringo! ¡Y viene de Chile! -dijo uno.
- ¿Qué viene a hacer aquí, gringuito? -dijo el otro-. No nos gusta la gente que viene de Chile. Nos han robado el mar, y ésto no lo olvidamos.
- Sus problemas con Chile no me interesan. Vine de paseo. Quiero conocer las ruinas de Tiwanaku -dijo Trompel, teniendo cuidado de pronunciar el nombre del lugar a la manera boliviana.
- ¡Tiwanaku! ¡Vaya! ¿Acaso es arqueólogo?
- En absoluto. Sólo un interesado en el pasado.
- Pues estamos muy orgullosos de nuestro pasado. Y nos vamos a asegurar de que lo conozca mejor. ¡Venga con nosotros!
- ¿Por qué? ¿Adónde?
- ¡Ya lo verá! ¡En marcha!

Y lo condujeron afuera. Al borde de la vereda estaba estacionado un auto con el motor en marcha y las puertas abiertas del lado derecho. Dos hombres de civil, armados, estaban mirando la puerta del bar.
- El gringo quiere conocer Tiwanaku -les dijo uno de los policías que lo empujaban fuera, haciéndoles una seña.

Los civiles sujetaron entonces a Trompel y lo introdujeron en el auto que partió raudo hacia lo alto de la ciudad. El belga vió que tomaban la carretera hacia el aeropuerto. ¿Lo irían a deportar? Aunque sabía que también era la ruta hacia Tiahuanaco, no pensaba que hombres armados lo llevarían a una visita guiada de las ruinas.

Y no fueron ni hacia el aeropuerto ni hacia las ruinas. Llegaron al pueblo de El Alto. Había una barricada a la entrada de la calle y unas sentinelas que les hicieron parar. Hubo un intercambio en un idioma que Trompel no entendía, probablemente quechua., y luego el auto siguió camino hasta pararse frente al puesto de policía. Así que estaba en manos de los rebeldes que se habían tomado la pequeña ciudad: el Sendero del Sol. Sin mediar palabras, lo condujeron adentro y, al fondo del recinto, lo encerraron en una celda. No tenía más de dos metros por dos, estaba cerrada con un gran reja y estaba absolutamente vacía.

Después de un tiempo de espera de pie, optó por sentarse en el suelo. Oía constantemente voces y ruidos de pasos. El tiempo pasó lentamente. Se aburrió y se puso a gritar:
- Soy belga. Quiero hablar con Tupac Inti. Vengo a negociar el pago de un rescate.

Lo repitió varias veces hasta que un hombre vestido con un poncho a la usanza indígena y armado de una metralleta se acercó.
- ¡Así que quieres hablar con Tupac Inti! ¿Quién te crees que eres? ¡Nadie habla con él! Es nuestro jefe, pero nunca lo hemos visto. ¿Por qué lo verías tú?
- Pidió dinero por el rescate del padre Guido Lefranc. Vengo de parte de Antoine Lefranc, para discutir el pago del rescate.
- ¿Por qué debería creerte? Los asuntos de Inti son asuntos de él. No sé quien es ese padre. Jamás he oído de él.
- ¿Por qué me retienen aquí? ¡Entré legalmente y no he cometido ningún delito!
- Pero algo sabes de Tupac Inti. Y lo acusas. No eres un amigo. Viniste a espiar y te encontramos en La Paz. No nos gustan los gringos fisgones. Pronto tendrás tu merecido.

Y el hombre se fue, dejando a Trompel aún más azorado que antes. Cuando ya oscurecía, otro hombre se acercó a la reja. Éste llevaba un uniforme, pero no supo si era policial o militar.
- Así que éste es el gringo que quiere ofrecer un rescate por el cura parlanchin. ¡Hola, gringuito! ¿Traes plata? Ahora, eres tú quién la va a necesitar, si quieres salir de aquí. Y si te dejan.

Trompel tuvo que pasar la noche acostado en el suelo, sin haber comido y temblando de frío. En la mañana, le lanzaron un pedazo de pan y le pusieron un vaso de agua en el suelo. Para sus necesidades, descubrió un hoyo en un rincón. El olor que despedía le confirmó su uso. Para pasar el tiempo se rememoró una vez más todo lo que había hecho desde el llamado de Lefranc. No le dieron almuerzo ni hablaron con él en todo el día. Al anochecer le tiraron de nuevo un pequeño pan y le volvieron a dar un vaso de agua.

Era cerca de la medianoche cuando sintió gritos y tableteo de armas de fuego afuera, seguidos de más gritos y carreras dentro del edificio. Al parecer se producía un furioso combate. El ruido se prolongó por cerca de media hora. Luego se hizo el silencio. Sintió pasos en el corredor de las celdas. Y gente que interrogaba a los presos. Cuando llegaron frente a su reja, un militar en tenida de camuflaje le preguntó quién era. Declinó su identidad y nacionalidad, explicando que había sido secuestrado en La Paz.
- Tenga un poco más de paciencia -le dijeron-, vamos a confirmarlo. Si todo es correcto, saldrá de aquí en un par de horas.
- ¿Qué pasó? -preguntó.

Pero no le contestaron. El militar ya se había ido y hablaba con otro preso. Dos horas después, lo sacaban de la cárcel y un jeep militar lo llevaba a su hotel. Al salir del puesto policial, un oficial le pidió disculpas a nombre de las autoridades y le explicó que el ejército había asaltado el poblado y abatido gran parte de los rebeldes. Preguntó si habían encontrado a Tupac Inti.
- No sabemos quién es. No es su nombre real. Lo más probable es que no haya estado aquí. Es más escurridizo que un pescado -le contestó el militar.

En las calles de El Alto vió numerosos muertos y casas en llamas. Pero en La Paz, todo estaba tranquilo.

Después de ducharse, pasó por fin una noche reparadora en una verdadera cama y no se enteró de los ruidos de las piezas vecinas. A la mañana siguiente se dirigió a la oficina del inspector Cardoso y le contó lo que le había ocurrido.

- Supe anoche de su secuestro -le dijo éste-. Teníamos un hombre nuestro infiltrado en la policía de El Alto que se plegó al movimiento guerrillero y me puso al tanto. Oyó lo que el sub-prefecto le dijo a ud y éste también se vanaglorió, delante de sus compañeros, de haber "liquidado a un cura gringo que había sido un soplón de la policía chilena" y que, así, vengaba a los compañeros que habían sido detenidos en Santiago. Este hombre está preso aquí ahora, y lo estamos "cocinando". Nos tendrá que decir cómo supo de ud y cómo organizó su secuestro. Y sus cómplices caerán. Con suerte, descubriremos también los enlaces con los traficantes o la policía chilena.
- Yo me pregunto cómo pudieron saber de mí y de mi relación con el caso Lefranc. ¿Cree que hay policías chilenos involucrados? Allá me dijeron que la corrupción policial era escasísima.
- Sin duda se enteraron aquí mismo, posiblemente interceptando sus llamados telefónicos. No se preocupe, que tarde o temprano lo sabré y limpiaremos el servicio de estos malos elementos. Pero, como se dió cuenta, no puedo hacerme cargo de su seguridad. Será mejor que deje el país cuanto antes. ¿Que hacemos con el cuerpo del padre Lefranc?
- Hablé con su padre y estaba muy afectado. Me pidió unas horas para pensarlo, pero no tuve oportunidad de volverlo a llamar.
- ¿Quiere hacerlo desde aquí? ¿Será buena hora en Bélgica?
- Sería perfecto. Ahí deben de ser las tres de la tarde. Antoine Lefranc debe estar en su oficina.

Trompel dictó el número y Cardoso le pasó el combinado. Hubo un breve diálogo, Trompel excusándose primero por la demora "por causas ajenas a su voluntad" -no quiso entrar en detalles y crear más confusión en su cliente- y, finalmente, devolvió el aparato al policía boliviano.
- Me dijo que lo cremasen y enviasen sus cenizas a Bruselas. Y me autorizó a pagar lo que fuese necesario.
- Creo poder conseguir que lo cremen hoy mismo. Así, podrá ud llevarse sus cenizas si se va mañana. Le mandaré la urna y el permiso de salida a su hotel. No vuelva a salir de ahí. Nadie se atreverá a asaltarlo adentro. Y mañana por la mañana una patrulla nuestra lo llevará al aeropuerto. ¿En qué compañía tiene pasaje?
- En LASCO.
- De acuerdo. También me aseguraré de que lo embarquen aunque el vuelo esté completo. Y le ruego que nos disculpe esa malísima experiencia. ¡Ojalá nos pueda volver a visitar en mejores circunstancias!
- No se puede decir que la perspectiva sea muy atractiva. La altura, además, no facilita el turismo.
- Ésto es cierto. Pero ud es joven y si no está enfermo del corazón se aclimataría rápidamente. ¡En fin, está claro de que no es el momento! ¡Que tenga buen viaje de regreso, y lamento una vez más lo ocurrido! Asegure al señor Lefranc que el asesino de su hijo recibirá la pena máxima. Uno de mis hombres lo va a llevar a su hotel ahora y él mismo lo llevará mañana al aeropuerto. ¡No confíe en nadie más!
- Gracias por todo y hasta luego.

Una patrulla llevó a Trompel de regreso al hotel. Sin nada que hacer, recogió los diarios locales del día y se puso a leer el amplio reportaje sobre los acontecimientos de la noche anterior. Supo así que las unidades del ejército que habían atacado El Alto eran compuestas exclusivamente de aymarás, tradicionales competidores de los quechuas por los derechos de los indígenas. Ésto había evitado que los guerrilleros que controlaban el poblado se enterasen de la acción militar y permitió sorprenderlos, penetrando rápidamente sus defensas.

Los quechuas eran los descendientes de los incas, mientras los aymaras constituían una población mucho más antigua que había sido aservida por los incas y seguía cultivando el resentimiento contra sus dominadores, como los quechuas lo tenían contra los descendientes de los españoles. La narcoguerrilla era constituída en su mayoría de quechuas que querían reconstituir su antiguo imperio en las cumbres de los Andes. El Sendero del Sol boliviano mantenía lazos con el Sendero Luminoso maoísta de Perú y éste, a su vez, con las FARC de Colombia, todos los cuales se financiaban a través del narcotráfico basado en el cultivo de la coca, un cultivo inmemorial de los indígenas, de uso medicinal y religioso en forma de infusión u hoja mascada. Pero alguién había descubierto un método químico para extraer su principio activo y centuplicar su efecto, con los consecuentas efectos desastrosos y el comercio ilegal.