30/6/09

Artecal 3.5.

Chile

Al alba, Riderelli y su amiga se dieron a la tarea de ascender por el acantilado en la dirección indicada por el guía, el cual se quedó en el campamento. Llevaban bolsas vacías, palas, paletas y cepillos: el material necesario para una excavación y para limpiar los objetos encontrado sin dañarlos. Llegados a la planicie, se sorprendieron al ver de lejos las ruinas de algunas casas. Los muros de adobe parecían enteros y muy bien conservados. Debía ser un ayllú, un pueblito inca o aún más antiguo. Visitaron el interior de las ruinas pero no había ningún objeto interesante a la vista. Se encontraba frecuentemente alfarería en las cocinas, pero aquí no había nada. Quizás ya había sido todo robado. Había que buscar el cementerio, si es que había uno. Ahí, al excavar un poco, se encontraban generalmente piezas de orfebrería al mismo tiempo que vasijas de ofrenda e incluso ustensilios de trabajo y otros objetos que estos pueblos consideraban útiles para la vida en el más allá. Por lo tanto, dieron una vuelta alrededor del ayllú, pero no encontraron nada. Salvo un senderito que se alejaba entre dos montículos. Decidieron seguirlo. Después de diez minutos de caminata bajo un sol implacable, descubrieron un terreno llano que parecía dividido en grandes cuadrados por líneas de piedras que parecían cimientos de casas, pero los recintos eran demasiados pequeños para que fuesen tales. ¿El cementerio?

Empezaron a sacar tierra de uno de los recintos. Confirmaron así que el contorno estaba hecho de algunas filas de ladrillos crudos. En el centro apareció el cuello de una suerte de cántaro. Después de retirar más tierra, se convencieron de que se trataba de una ánfora funeraria. Sabían que los antiguos pueblos de la zona tenían la costumbre de momificar a sus muertos y colocarlos en este tipo de urna. Si había algo interesante en la tumba, estaría en el interior de la urna. Rompieron entonces el sello y despejaron la apertura. Debían o bien sacar el ánfora del suelo y darle vuelta para vaciarla o bien extraer la momia para revisar ésta y mirar si había otra cosa en la urna. Excavar tomaría demasiado tiempo y les impediría explorar otros recintos así que optaron por extraer la momia. Felizmente los tejidos y las cuerdas que envolvían ésta resistieron la tracción y lograron extraerla. Agotado por el esfuerzo y cubiertos de transpiración debieron descansar unos diez minutos antes de continuar con la profanación. Primero miraron en la urna, alumbrándola con una pequeña linterna que habían traído. Pero no había nada. Luego se pusieron a desenvolver la momia. Descubrieron broches de plata, pequeñas tablillas talladas y, finalmente, un collar con piedras semi-preciosas. Era el tipo de cosas que buscaban y que era fácil comercializar.

Pero ya había transcurrido toda la mañana. Eran más de las dos de la tarde y necesitaban comer antes de seguir con su trabajo. Guardaron los pequeños objetos encontrados y se restauraron. Empezaron a abrir otra tumba pero, aquí, perdieron un tiempo precioso. El ánfora estaba rota y la momia aplastada. No podrían extraerla sin antes sacar toda la tierra. Perfirieron pasar a una tercera tumba donde tuvieron el mismo resultado que con la primera. Pero el sol empezaba a bajar y deberían apresurarse para volver a su campamento antes de la noche. Regresaron por lo tanto al ayllú para luego volver hacia el acantilado para bajar. ¿Pero, por dónde habían subido? Sorprendidos a la vista de las casas cuando llegaron, habían olvidado de marcar el lugar preciso del camino que habían seguido para llegar.

Al avanzar en sentido inverso, había muchos lugares que parecían ofrecer un buen punto de partida para bajar. Trataron de encontrar el ángulo exacto de visión que habían tenido al llegar y penetraron en la grieta que les pareció correcta. Pero no lo era. Y si subir no había sido fácil, bajar lo era aún menos. Después de veinte minutos se dieron cuenta de su error. La grieta era más honda y, con la pueta de sol, se ponía más y más oscura. Cuando ya pensaban dar la vuelta y subir nuevamente, Olivia resbaló sobre las piedras sueltas que cubrían el suelo. Sin poder sujetarse, siguió resbalando velozmente, se rasguñó entera al pasar por espinos y se golpeó fuertemente unos cincuenta metros más abajo, quedando medio aturdida. Con grandes dificultades, Riderelli llegó cerca de ella unos minutos más tarde. A la luz de su linterna pudo ver lo rasguñada que estaba. Ella se serenó y se puso a quejarse.
- « Mi tobillo me duele mucho, y también mi hombro. Me debo haber torcido el pie: no puedo apoyarme en él. ¿Qué vamos a hacer? »
- « No podemos seguir. Deberemos pasar la noche aquí. Mañana podré buscar un camino para llegar al valle, ir a buscar el guía y venir a ayudarte con él si no puedes bajar conmigo. Hará frío esta noche y no tenemos sacos de dormir. »

Era cierto. Si de día hacía más de veinticinco grados en esta zona, de noche la temperatura podía bajar a varios grados bajo cero.

Gracias a que la grieta era bien protegida, tuvieron la suerte de que no helara. Pero el frío, con la tenida que llevaban, había sido intenso y el sol no calentaría el suelo hasta bien avanzado el día. Al amanecer, Riderelli decidió ponerse en marcha. Olivia temblaba de frío y estaba al borde de la inconciencia. Debía partir sólo, esperando encontrar el camino de su campamento. Cubrió la mujer lo mejor que pudo dejándole su propia parka, agua y las pocas galletas que les quedaban, esperando poder volver muy pronto con el guía y ayudarle a bajar. Pero el avance muy mucho más difícil que lo que esperaba. Después de más de una hora de trabajosa bajada llegó sin embargo al borde del río. Juntó piedras y formó con ellas una flecha en el suelo para indicar donde subir para encontrar a su compañera.

¿Pero en que dirección se encontraba el campamento, hacia el norte o el sur? Finalmente observó hacia el norte un promontorio que pensó haber visto desde el campamento y se dirigió hacia allí. Al adelantarlo, encontró las carpas y el guía a quién contó lo ocurrido la noche anterior. Estuvieron de acuerdo en que sería imposible ir a buscar a Olivia por lo escarpado de la grieta. Era cosa de andinistas especializados en rescate. Sólo quedaba una posibilidad: volver a Conchi y pedir la ayuda de los carabineros, esperando que Olvia resistiera durante el tiempo que se demorarían.

Partieron en seguida hacia el sur, avanzando a marcha forzada. Les tomó así tres días en vez de cuatro llegar a Conchi, donde alertaron a los carabineros. Éstos llamaron inmediatamente al retén de Calama, donde tenían un helicóptero. Éste podía llegar rapidamente y seguir hasta el lugar donde habían dejado a Olivia. Como habían recibido la orden de detener a Riderelli, lo detuvieron y, cuando llegó el helicóptero, el guía subió a bordo para conducir la búsqueda. Después de dos horas de vuelo, el guía reconoció el lugar donde habían acampado. Sobrevolaron el promontorio y vieron la flecha dejada por Riderelli, pero no había ningún lugar adecuado para aterrizar en la cercanía. Sabían además, por las explicaciones del anticuario, que sería sumamente difícil proceder desde abajo. Siguieron entonces, sobrevolando lentamente la grieta en dirección al altiplano y se prepararon para una recuperación desde el aire.

En la primera pasada, no vieron nada. Al volver, desde otro ángulo, el copiloto distinguió con sus binoculares un trozo de tela azul: podía ser una parka, y el guía confirmó que los excursionistas llevaban prendas de este color. El aparato se quedó en vuelo estacionario sobre este punto y uno de los carabineros descendió por una soga. Encontró a Olivia, que parecía desmayada. Hizo señas hacia el aparato y le bajaron la camilla-canasta donde colocó la mujer. Después de que la subieran, le devolvieron la soga y volvió a bordo. Llevaron entonces la mujer al hospital de Calama, donde llegaron tres horas después. Cuando se la ingresó a la sala de urgencia sólo pudieron constatar su deceso. Había muerto de frío y de deshidratación.
Riderelli fue entregado a la Policía de Investigación de Calama.