7/7/09

Artecal 3.6.


Europa
 
Una semana después de su detención en Londres, Julienne Lamotte llegaba bien custodiada a la sede de la Policía Judicial de Bruselas. Había suficientes pruebas para acusarla del asesinato de Verbiest. En el caso de Ducquet, sólo había un indicio bastante endeble que podía facilmente ser rechazado por el tribunal. En el caso del policía, había el testimonio de una vecina que decía que una anciana había hablado con el detective muerto.

El día siguiente, el comisario hizo traer a este testigo de la calle Alphonse Renard. Obligaron a Lamotte a ponerse la ropa y la peluca de anciana que habían encontrado en su departamento. Como esperado, eran exactamente de su medida. La hicieron caminar en una pieza donde se simuló lo mejor posible la iluminación nocturna de la calle. En la habitación vecina, a través del cristal de una sola dirección, la observaba la testigo, que confirmó entonces su testimonio. Lo que veía correspondía a lo que había visto la noche del crimen. Pero siempre existía la posibilidad de que se tratase de otra mujer con ropa parecida. Una duda aunque no absoluta y una afirmación que podía ser suficiente para confundir a Lamotte y, en todo caso, acusarla. Pero para confundirla, Servais decidió realizar una reconstitución en terreno, a la hora señalada por la testigo y recurriendo a una inspectora de la PJ, de porte semejante a Lamotte, que revistió sus mismas ropas. La escena fue filmada desde diversos ángulos con una de las cámaras ubicada en la ventana donde había estado la testigo, quien ayudó a precisar los movimientos.

Con las películas en su poder, Servais hizo venir a Lamotte y la interrogó acerca de su departamento de la calle Alphonse Renard. La pruebas de que había vivido ahí eran demasiadas para que lo negase. Servais le dijo que tenía la prueba de que había usado su teléfono a las nueve de la noche y de que había dejado su departamento antes de la medianoche. Le preguntó la hora exacta de su salida y qué había hecho entre la llamada telefónica y su partida. Dijo que la llamada le había confirmado la necesidad de viajar al extranjero, que había hecho su maleta y había salido.
- « ¿Sin ordenar nada? » preguntó Servais.
- « Debía alcanzar el tren antes de medianoche y pensaba ausentarme sólo dos o tres días. »
- « Pero tomó tiempo para disfrazarse de anciana, bajar a la calle y matar al prolicía que vigilaba su casa, para luego volver a cambiarse. »
- « Se equivoca. La ropa es de mi tía, que estaba en mi casa por unos días. Ella siempre ordenaba todo. »
- « ¿Y ella también se fue sin dejar rastro? ¡Ni siquiera una huella digital, mientras las suyas están en todas partes! Había incluso pelos suyos en la peluca. Y, según los vecinos, ud. vivía sola: nunca vieron a nadie más. No niegue el crimen: no solamente la vieron sino que la filmaron. Un vecino acababa de comprar una cámara y se ejercía a usarla de noche. »
- « ¡No es posible! »
- « Mire, pues. »

Apagó las luces y proyectó la película tomada desde la ventana de la testigo. Se veía muy bien la mujer acercándose al auto, golpear la ventanilla, hablar con el conductor y hacer un movimiento del brazo seguido del sobresalto y de la caída de la cabeza del agente. La cara de la asesina no estaba muy clara pero su perfil podía facilmente confundirse con el de Lamotte. El comisario encendió inmediatamente las luces de la sala y pudo ver como la sospechosa se sobresaltaba y palidecía.
- « ¿Algo que añadir? » preguntó Servais.
- « No. » contestó.
- « Bien. Queda formalmente acusada del asesinato del inspector Yves Galant además del de Karel Verbiest. » Y la hizo llevar de vuelta a la cárcel. La película, por cierto, no serviría como medio de prueba sino como mera ilustración durante el juicio.

En el mar

El Sea Explorer había dejado Dover y tomado la dirección del sur. Llegado a la altura de Cádiz, viró hacia el oeste: seguiría así, aproximadamente, la ruta por la cual los galeones españoles volvían del Nuevo Mundo con las riquezas acumuladas por los conquistadores. La nave había cruzado antes muchas veces por el Mediterráneo y el nuevo trayecto respondía a la política de apertura hacia los tesoros de América definida unos meses antes por los mandatarios de la red que dirigía Enero y en función de la cual Mattheys había sido enviado al nuevo continente. La nave, por cierto, no prospectaba solamente antigüedades: todo lo que podía ser vendido a buen precio en los circuitos "oficiosos" era bienvenido.

Así es como, después de dos días de navegación, el sonar detectó una forma metálica alargada que sugería que podía ser un submarino. Los buzos confirmaron que se trataba de un U-boat alemán hundido durante la Segunda Guerra Mundial: un torpedo había entrado en la sala de máquinas y perforado los balastos. Hicieron lo necesario para entrar en la máquina y recogieron el diario del comandante, considerado de gran valor, así como armas y varios otros obejtos que podían interesar coleccionistas.

El pillaje terminado, el barco siguió su camino hacia el oeste. El día siguiente, el sonar detectó otro pecio. Se trataba esta vez de un barco de carga relativamente moderno y no se encontró nada interesante a bordo. Tres días más tarde, otro pecio apareció, mucho más antiguo. Se trataba esta vez de un barco de guerra pero de madera, bastante deteriorado, que podía ser inglés o español. Las cañones eran visibles pero hubo que soplar la arena del fondo para ver otra cosa. Fue pura pérdida de tiempo, porque apenas si se encontró alguna vajilla de latón sin valor alguno. Pero era más cerca de las Bahamas que esta caza podía resultar más fructífera. Era la zona de partida de los galeones que volvían de México y también la preferida de los piratas para atacarlos. Y donde el clima cambiante hacía aún más destrozos que los piratas. Los fondos marinos estaban llenos de pecios y, aunque muchas veces visitados, quedaba mucho material por investigar y recoger.

El radar del Explorer indicó la presencia de un pequeño barco que parecía mantener una posición fija y, al mismo tiempo, el sonar indicó una actividad submarina bajo éste. Se trataba, por lo tanto, de un barco de investigación científica. ¿Pero de qué tipo? Lo más probable era que exploraba también un pecio, pero éste estaba demasiado lejos para que el sonar lo revelase. El capitán decidió detenerse y esperar la noche. Podrían entonces aprovechar la oscuridad para enviar dos buzos con scooters y faros para descubrir lo que ese barco estudiaba.

La investigación resultó muy positiva. Se trataba efectivamente de un galeón español y estaba en muy buen estado de conservación. Y, lo que era más interesante, contenía una gran cantidad de arcones, tres de los cuales estaban abiertos y dejaban ver joyas, collares y brazaletes en oro finamente grabados. Eran objetos ideales para la reventa en el mercado negro. Los buzos llenaron con ellos los bolsos que llevaban colgados de su cinturón y volvieron a la nave. Enero y el capitán quedaron fascinados por lo que habían traído. El otro barco sólo podía ser una misión científica recién llegada al lugar que tomaba su tiempo para medir y fotografiar todo antes de sacar cualquier cosa. Estos detalles científicos no interesaban a los piratas. Ellos querían sacar el botín lo más rapidamente posible. Para ello debían estar justo encima del pecio, para recuperar los arcones con su grúa. Decidieron por ello abordar a sus competidores y ponerlos fuera de combate el tiempo necesario para recuperar la "mercancía". 

Así, el Explorer se puso en marcha a favor de la noche mientras sus comandos panameños se prebaraban para el asalto. Dos botes zodiacs fueron lanzados al mar y seis hombres ocuparon cada uno para cubrir en silencio la última parte del trayecto. El asalto fue rápido y no encontró resistencia alguna. Solo había un hombre de guardia en el puente y la tripulación no contaba más de diez personas, rapidamente dominadas y atadas. El Explorer, avisado por radio del éxito de la operación, se acercó y abordó. Al amanecer, los buzos bajaron con el cable y el canasto de la grúa. Dos de ellos se ocuparon de la recuperación de los arcones visibles mientras otro se dedicó a revisar los restos del barco hundido. Pero no encontró ninguna otra cosa de interés. Al mediodía, la operación estaba terminada, las amarras soltadas y el barco científico abandonado a su suerte. Se enfiló hacia el este, para volver a Europa.

Pero los ocupantes del navío científico, ayudándose mútuamente, se soltaron rapidamente. No pudieron dar aviso por radio, porque ésta había sido destruída. Debían volver a puerto para poder avisar a las autoridades. La isla más cercana era San Salvador de las Bahamas, donde había una base de guarda-costas americanos. Se dice que fue ahí que Cristóbal Colón tocó tierra por primera vez. Llegaron a la caída de la noche e informaron a las autoridades que mandaron una alerta a los guarda-costas en el mar y a la marina americana. El Sea Explorar les había abordado en los límites de la zona económica exclusiva, lo cual lo sometía a las leyes de la Convención de los Mares y, en consecuencia, a persecución judicial.

Los científicos y marinos atacados no habían podido dar el nombre ni la descripción del barco que los había atacado porque no lo habían podido ver. Pero habían dado su última posición y una descripción de los comandos, que calcularon que eran unos diez y que hablaban español. Eran también bastante fácil adivinar la dimensión del barco. Los piratas sólo podían pensar en esconderse en una isla vecina o bien alejarse hacia el este. Las autoridades de todos los puertos de las islas fueron alertadas para vigilar todas las llegadas. Por la mañana, aviones salidos de Florida partieron para vigilar los alrededores de las islas mientras otros despegaron del porta-aviones USS Roosevelt que patrullada el Atlántico norte para vigilar la ruta este que podían haber tomado los piratas. Esta misión de búsqueda era un excelente ejercicio para los pilotos de reconocimiento.

La opción mas segura para el Sea Explorer habría sido recalar en uno de los numerosos puertos turísticos de las Bahamas. En medio de tantos otros barcos de placer habría sido muy difícil encontrarlos, sobre todo porque tenían matrícula de las Bahamas. Pero cometieron el error de querer llegar cuanto antes a Europa con su trofeo y de subvalorar el poder de la justicia. Estaban demasiado lejos para que los guarda-costas los alcanzaran y habían contado con ello. Pero el brazo de la US-Marine era mucho más largo y odiaba a los piratas. La flota del Atlántico recorría permanentemente la ruta entre Estados Unidos e Inglaterra y no tomaría mucho tiempo en encontrarlos. Todos los navíos en esa ruta fueron rapidamente detectados e identificados desde el aire. Una primera verificación de los registros de matrícula de los candidatos a la interceptación no dió resultado, lo que desorientó al capitán de los guarda-costas que coordinaba la búsqueda. La corta lista de los barcos que presentaban las características correctas fue sometida entonces a una segunda y doble revisión: la de sus armadores y la de Interpol. Y se encendió una doble luz roja: la sociedad a la cual pertenecía el Sea Explorer era sin duda alguna una sociedad "de papel" y existía una alerta de Interpol pidiendo la localización del barco en razón de una encuesta. Una fragata fue enviado al encuentro del barco, que no podría escapar ante un navío tan rápido. Al anochecer, la captura ya era un hecho. El Sea Explorer fue conducido a la base de los guarda-costas en Station Destino en Florida y los pasajeros entregados al FBI. Los tribunales liberaron a los maquinistas malasios pero condenaron a Enero, al capitán, al arqueólogo y a los comandos a quince años de cárcel. Después, Enero podría ser extraditados a Inglaterra donde lo buscaban.