31/3/09

Artecal 2.1.

 Capítulo 2

La Policía de Investigaciones chilena había sido alertada por Interpol y había iniciado la búsqueda de Lucien Mattheys. Confirmó la fecha de su entrada al país, su estada en el hotel Crowne-Plaza, el relato del chofer de taxi y el hecho de Mattheys no aparecía en los registros de salidas del país. Faltaba investigar lo del auto negro. Las ID19 eran muy escasas. Sólo había unas diez en Santiago y cinco pertenecían al GAP, el grupo de protección del presidente Allende, recién elegido. Pero los del GAP no estaban facultados para efectuar detenciones ni tampoco para interrogar gente, excepto en caso de atentado contra el presidente. El chofer de taxi no se podía haber equivocado de coche: estos Citroen eran demasiado característicos. Había, por lo tanto, que verificar quiénes eran los propietarios de las ID19 privadas y sus actividades.

Una pista surgió rapidamente: uno de esos coches pertenecía al propietario de una tienda de antigüedades del Barrio Alto, del que se dispuso la vigilancia. Una tarde, al anochecer, recibió en su tienda de la avenida El Golf la visita de un hombre alto y flaco qui respondía a la descripción hecha por el taxista. Lo fotografiaron y compararon la foto con las de los delinquentes del mundo del lujo. El resultado fue positivo: lo identificaron como José Romero, el que había sido detenido dos veces acusado de chantaje pero no había sido condenado. Se lo puso en la lista de las personas buscadas y se reforzó la vigilancia de la tienda, con la orden de seguir al sospechoso si se presentaba de nuevo.

Tres días después Romero reapareció. Llegó y se fue a bordo de un Fiat 600 y fue muy difícil seguirlo porque parecía desconfiar. Felizmente, gracias al contaco radial entre vehículos, los detectives pudieron alternar dos autos y no perderlo. Salió de Santiago y se dirigió hacia el pueblo vecino de San José de Maipo. Ahí, se estacionó cerca de una casa del Camino al Volcán, donde entró. Investigaciones se las arregló para ocupar, en una casita cercana del otro lado de la calle, una pieza que permitía observar el lugar en forma permanente. Con el pasar de los días descubrieron una rutina: en la casa sospechoso vivían un hombre y una mujer que sólo salían para hacer compras de alimentación en los pequeños negocios del sector. Sus fotos también se compararon con los registros policiales y demostraron que ambos eran conocidos por robos y extorsiones y habían purgado varias penas de cárcel aunque cortas. Romero iba y venía, ausentándose a veces por varios días y, en esos casos, siempre pasaba donde el anticuario al volver.