Al día siguiente, Servais se fue a Amberes, a la sede de Verbiest & Co. Y pidió hablar con Maurice van Hasselt. Le dió sus condolencias por la muerte de su patrón y le mostró la foto de Demazedier-Di Motta.
- « ¿Conoce Ud. A esta mujer? »
- « Por cierto. Es Giuliana Di Motta, una detective privada que contratamos algunas veces para investigar el origen de productos que se nos ofrecen, sobretodo cuando la oferta es interesante y que no conozco al vendedor. »
- « ¿Ella conocía al sr. Verbiest? »
- « Seguro. Le presentó varias veces su informe en mi presencia. »
- « ¿Sabía Ud. Que había visitado al sr. Verbiest la mañana de su muerte? »
- « De ninguna manera. No me avisaron de ello y ésto me extraña porque hace tres meses que no le pido nada. No la he visto desde entonces. »
- « Sería mejor que no mintiese, sr. van Hasselt. Tenemos la prueba de que se encontró con ella en el zoológico hace una semana. »
- « ¡Pero no es posible! »
- « ¿No están Uds. dos en esta fotografía? »
- « De acuerdo. Debo reconocerlo y pedirle disculpas. Lo que ocurre es que contrato algunas veces a esta señorita para otro negocio que dirijo y que el sr. Verbiest no conoce. Tengo en Luxemburgo un galería de arte y le pedía a la srta. Di Motta que verificase ocasionalmente el origen de algunas obras que me ofrecían allá. »
- « ¿Se trata de Artecal? »>
- « ¿Ud. Ya estaba al tanto? »
- « Como lo oye, sr. Van Hasselt. Y estamos muy interesados por este tipo de actividades. Debe saber, sinduda, que el comercio de obras de arte, sobretodo ilegal, es uno de los más rentables del mundo. »
- « Es exacto. Y es lo que trato de evitar. »
- « Créame que lo verificaremos, señor. Y, dígame, ¿conoce a cierto sr. Ducquet de Joinville, que tiene el mismo tipo de comercio en Bruselas? »
- « Lo siento. Nunca había oído este nombre. »
pero el comisario percibió una señal de inquietud en los ojos de su entrevistado. Mentía sin ninguna duda y la mención lo había tomado por sorpresa. Le policía puso término al interrogatorio asegurando que la encuesta seguía su curso.
A penas el policía lo había dejado, van Hasselt tomaba el teléfono y llamaba al número de la avenida del Souverain en Bruselas. Sólo dijo unas pocas palabras: « La policía nos ha visto en el zoológico. ¡Arranque! » y luego llamó otro número.
- « Podríamos tener problemas. Es necesario que hablemos. ... ¿En una hora en la casa de Rembrandt? ... De acuerdo. »
En el instante en que el teléfono de Bruselas sonaba, una alarma advirtió al policía encargado de las intervenciones telefónicas. Antes de poder conectar sus audífonos le comunicación se había terminado, pero había sido grabada. Hizo retroceder la cinta correspondiente, escuchó el mensaje y lo transcribió, para luego mandarlo al comisario Servais que lo encontró en su escritorio cuando llegó.
- « Así que van Hasselt estaba efectivamente coludido con la mujer » se dijo, y luego llamó a sus colegas de Amberes y ordenó su detención.
Van Hasselt había salido y se dirigía hacia la casa-museo de la Wapperstraat, seguido discretamente por el detective de turno. Éste pudo observar entonces que mientras el hombre se paseaba como un turista delante de cada pintura otra persona se fue acercando para finalmente hablarle mientras ambos miraban un cuadro. No pudo oir la conversación pero reconoció al diputado Jean Piret y tomó foto de ambos. ¿Qué podía unir estos dos hombres? Cuando van Hasselt llegó de vuelta a su oficina lo esperaban dos otros policías que lo detuvieron.
El mensaje en el contestador automático de la avenida del Souverain fue escuchado y borrado a las nueva de la noche. Una hora más tarde, una anciana salió de una de las primeras casas de la calle Alphonse Renard y se acercó al auto en que estaba el detective que vigilaba el sector. Llamó a la ventanilla con la mano izquierda y el inspector la abrió. La mujer le preguntó « ¿Se le ha perdido algo? » y, levantando rapidamente la mano derecha armada con una pistola con silenciador, le disparó una bala en la cabeza. Cerró la ventanilla lo mejor que pudo y volvió a entrar en la casa. Unos minutos más tarde volvía a salir, bajo otra apariencia, con una pequeña maleta.
A medianoche, otro inspector llegó para reemplazar a su colega y encontró el cadáver. Por la radio del coche llamó a la central, que transfirió la llamada a la casa del comisario Servais. Éste, que se había recién acostado, ordenó lanzar una orden de detención contra Demazedier-Di Motta para todas las policías y la gendarmería, colocar controles en todas las carreteras que salían del país y reforzar los controles en todos los medios de transporte que cruzaran la frontera.
En su oficina, a primera hora, Servais encargó a su asistente que visitara el Catastro de Bienes Raíces para obtener los nombres de todos los dueños de las veinte primeras casas de la calle Alphonse Renard y que llamara luego al Servicio de Impuestos para averiguar cuales de ellos arrendaban su casa o departamento, para contactar luego a estos propietarios y obtener el nombre de los arrendatarios.
- « Ningún Demazedier ni Di Motta » informó finalmente el asistente al terminar su búsqueda y pasar la lista de arrendatarios a su jefe.
- « Pero hay un Leroi » notó éste. « No puede ser una coincidencia. Ella debe haber usado el nombre de su hombre de la calle General Leman. Voy a pedir un mandato de allanamiento para esta propiedad y vamos por allá en seguida. »
Visitando el departamento, vieron a las claras que el ocupante se había ido muy apresuradamente. No solo había vajilla sucia en la cocina sino también ropa en el suelo, sobre la cama en el dormitorio y en el closet. Observando más de cerca los de la cama, vieron que no eran los de una mujer joven sino de una anciana. Y había una peluca gris.
- « Se disfrazó poco antes de irse. » comentó Servais. « Quizás para acercarse y matar a nuestro hombre. ¿Estará usando otro disfraz para huir? »
Otra prueba de la huída eran las numerosas huellas digitales que encontraron y que correspondían perfectamente a la ficha que acababan de recibir de la policía francesa. La conocían con el nombre de Julienne Lamotte y había purgado una pena de algunos años de cárcel por robo de obras de arte. Era por lo tanto aquí que vivía Giuliana Di Motta y era sin duda una asesina sin piedad y no una mera ladrona.
Este mismo día, tres mujeres fueron retenidas algún tiempo cuando querían abandonar Bélgica. La primera viajaba en el tren de Bruselas a París y fue detectada en el control de la frontera. Otra atrajo sospechas en el aeropuerto bruselense de Zaventhem, en la salida de un vuelo para Estocolmo. La última fue detenida en el control de carretera en la frontera alemana, en la autopista Verviers-Aquisgran. Hubo que verificar sus huellas dactilares para finalmente descartar que se tratase de Demazedier-Lamotte. Mientras tanto, un hombre identificado como Julien De Modt abordaba tranquilamente el barco que iba de Ostende, en la costa belga, a Dover, en Inglaterra, y siguió luego su viaje hasta Londres. Allí, tomó una habitación en un pequeño hotel del sector portuario, cerca del Támesis, donde nadie hacía ni contestaba preguntas. Se instaló rapidamente en la pieza, deshizo su equipaje y se cambió de ropa. Una hora después, era Giuliana Di Motta que dejaba el hotel y empezaba una serie de visitas a los anticuarios que conocía para advertirles que rompiesen todo contacto con Artecal.