Capítulo 5. Las guerras de los dioses
La creación del hombre provocó una división entre los dioses. Los humanos del Abzu, producidos por ingeniería genética, siendo híbridos eran estériles. Por lo tanto, la "producción en serie" no permitía aún abastecer a las colonias de Mesopotamia. Como consecuencia de ello, a los anunnaki que estaban trabajando en las ciudades y campos del norte se les negaron los beneficios de la nueva mano de obra y pronto, al saber de la nueva fuerza de trabajo con que contaba Enki, apelaron a su jefe Enlil, amenazando con una huelga general.
Enlil, aprovechando que Enki se había venido a su ciudad de Eridú trayendo productos de sus minas, se reunió con él y le planteó el problema, pero éste le hizo ver que el proceso de producción era muy lento y que las "cabezas negras" que había creado apenas alcanzaban para sustituir a los anunnaki en las minas. Los nortinos deberían conformarse y esperar algunos años más. Pero la respuesta no satisfizo a éstos y fomentaron amplias protestas, las que se tornaron más y más violentas. Como no conseguía nada de Enki, Enlil -con el apoyo de los suyos- decidió declararle la guerra y atacar Eridú. Como todas las ciudades contaban con recintos fortificados (donde estaban las residencias de los jefes y los hangares de sus naves) construyó una suerte de blindado llamado alani, que tenía una suerte de diente o taladro capaz de perforar las muralles [descrito en el texto conocido como «El Mito de la Piqueta»].
Enki no tuvo más remedio que hacer concesiones. Se deshizo de una partida de trabajadores en señal de buena voluntad y prometió acelerar sus investigaciones para lograr una producción más veloz de nuevos trabajadores. Mientras en Nippur y alrededores "a las personas de Cabeza Negra, les hicieron coger la piqueta".
Enki, "señor del conocimiento", tuvo que realizar una nueva proeza científica: crear humanos con dos series combinables de cromosomas en sus células reproductoras, para permitir su auto-reproducción. Así, cada veinte años aproximadamente, la población de trabajadores se reproducía y se produjo un crecimiento exponencial. Poco a poco, los pedidos de todas las ciudades fueron satisfechos. Pero dar al humano la capacidad de reproducirse tuvo un importante costo: su vida se vió acortada a un centenar de años terrestres, mientras los nefilianos, en consonancia con el largo ciclo de su propio planeta, vivían fácilmente diez veces más.
"Los anunnaki subieron hacia él,
levantaron las manos recibiéndolo,
aplacaron el corazón de Enlil con oraciones
Cabezas Negras le pedían."
(Stitchin, p.190)
levantaron las manos recibiéndolo,
aplacaron el corazón de Enlil con oraciones
Cabezas Negras le pedían."
(Stitchin, p.190)
Enlil, aprovechando que Enki se había venido a su ciudad de Eridú trayendo productos de sus minas, se reunió con él y le planteó el problema, pero éste le hizo ver que el proceso de producción era muy lento y que las "cabezas negras" que había creado apenas alcanzaban para sustituir a los anunnaki en las minas. Los nortinos deberían conformarse y esperar algunos años más. Pero la respuesta no satisfizo a éstos y fomentaron amplias protestas, las que se tornaron más y más violentas. Como no conseguía nada de Enki, Enlil -con el apoyo de los suyos- decidió declararle la guerra y atacar Eridú. Como todas las ciudades contaban con recintos fortificados (donde estaban las residencias de los jefes y los hangares de sus naves) construyó una suerte de blindado llamado alani, que tenía una suerte de diente o taladro capaz de perforar las muralles [descrito en el texto conocido como «El Mito de la Piqueta»].
Enki no tuvo más remedio que hacer concesiones. Se deshizo de una partida de trabajadores en señal de buena voluntad y prometió acelerar sus investigaciones para lograr una producción más veloz de nuevos trabajadores. Mientras en Nippur y alrededores "a las personas de Cabeza Negra, les hicieron coger la piqueta".
Enki, "señor del conocimiento", tuvo que realizar una nueva proeza científica: crear humanos con dos series combinables de cromosomas en sus células reproductoras, para permitir su auto-reproducción. Así, cada veinte años aproximadamente, la población de trabajadores se reproducía y se produjo un crecimiento exponencial. Poco a poco, los pedidos de todas las ciudades fueron satisfechos. Pero dar al humano la capacidad de reproducirse tuvo un importante costo: su vida se vió acortada a un centenar de años terrestres, mientras los nefilianos, en consonancia con el largo ciclo de su propio planeta, vivían fácilmente diez veces más.