6/10/09

La herencia 8.1.


Capítulo 8

Trompel salió a las ocho de la mañana de la estación Midi. Después de cuatro horas en el Thalys, el tren de alta velocidad, desembarcó en la Centraal Station de Amsterdam. Decidió almorzar ahí mismo, desconfiando de los precios de su hotel. Luego abordó un taxi para hacerse conducir allí. En el camino, observó los turísticos botes panorámicos de techo de cristal que abundaban en los canales. Ya no le extrañaban las calles llenas de ciclistas, el medio de transporte más común y más famoso de Holanda. Llegó así rápidamente a la plaza Professor Tulp, donde está el hotel Amstel InterContinental, uno de los mejores de la ciudad, en un edificio que data del siglo XIX, en la ribera del río Amstel.

Subió la escalinata de piedra y entró por la puerta revolvente, se registró en la recepción y fue a dejar su equipaje en su habitación. Le llamó la atención la alfombra desgastada y algunas roturas en el revestimiento de madera de las paredes. ¡Increíble en un hotel de cinco estrellas! Luego salió y tomó otro taxi para ir al ayuntamiento, donde le habían dicho que estaba la oficina del inspector Wienants. El edificio comunal, por lo que sabía, estaba en la plaza del Dam, que quedaba bastante lejos aunque pudo llegar rápido, siguiendo primero el Amstel y luego por la avenida Rokin. Pero no encontró ninguna oficina en el antiguo edificio. Era un lugar turístico que databa de la Edad Media y sólo se podía entrar en visita guiada. El guardia le informó que todas las oficinas habían sido trasladadas a un nuevo edificio, el Opera Stadhuis, que estaba en la Waterlooplein, Amstel 1.

Volvió a tomar un taxi y rehizo en sentido contrario la mitad del trayecto que había seguido para venirse desde su hotel. Donde terminaba la avenida Rokin y comenzaba Amstel, cruzaron un puente y, justo al otro lado, estaba la plaza Waterloo y el enorme edificio nuevo con las oficinas municipales.

Lo mandaron al cuarto piso de un ala lateral. Ahí encontró una oficina con una chapa en la puerta que decía solamente "Wienants". Golpeó y, al oír "Binnen", entró. La oficina, con mobiliario metálico barato y sin ningún tipo de decoración, tenía la pulcritud típica de las casas holandesas. Pero lo que más lo sorprendió fue la figura sentada detrás del escritorio: el inspector principal Wienants era una mujer fornida, de pelo rubio corto y ojos verdes.

Trompel se presentó. La inspectora lo esperaba y estaba al tanto del requerimiento relativo al computador desde el cual se había tratado de penetrar en los archivos y las cuentas de Lamercan. Explicó que la policía holandesa se componía de veinticinco cuerpos regionales diferentes, coodinados por el Korps Landelijke Politiediensten (KLPD) con sede en La Haya. Ella estaba a cargo de la unidad de delito informático de la rama judicial de la zona de Amsterdam. Había sido avisada por el KLPD a requerimiento de Europol, ya que se trataba de un asunto internacional.
- Me dijeron que ud me podía facilitar muchos antecedentes acerca de este caso y que la intrusión podría estar relacionada con un caso de secuestro y asesinato. ¿Me puede poner al tanto de los detalles? -le preguntó, después de confirmarle de que esperaba tener ese mismo día la información relativa al computador buscado, por lo que podrían allanar el lugar el día siguiente.
Trompel le resumió entonces al máximo lo ocurrido en Chile y Bolivia y le relató la visita del señor Teplisty a las oficinas de Lamercan, reclamando el mismo monto que se había exigido por el rescate de Guy Lefranc. También le relató las intrusiones en los dos domicilios de Antoine Lefranc y el descubrimiento del hombre muerto en uno de ellos así como su identidad y su relación con InterSystem y Teplisty.
- No entiendo la relación de todo ésto con el caso que tengo en mis manos -dijo la policía-. Para mí se trata de una tentativa de crackeo que no dió resultado y, por lo tanto, es un caso muy menor. Sólo al conocer el dueño del computador podríamos eventualmente descubrir algo más importante. Si no se trata meramente de algún chico genial que hizo un sondeo aleatorio.
- Pero debe admintir que todo gira en torno al señor Lefranc y que son múltiples los delitos relacionados.
- Los que me señala son delitos graves, en efecto, pero no me ha podido dar prueba alguna de que el hackeo esté relacionado con ellos. Sólo hay una coincidencia en el tiempo, que no constituye prueba de nada. Le agradezco su información pero, por ahora, no es relevante para mí. Yo pensaba que me traería pruebas más contundentes. Lamento que haya perdido el tiempo al venir hasta aquí. Si descubrimos algo importante, avisaremos a la policía belga. Gracias, señor Trompel. Hasta luego.

Algo ofuscado por el brusco término de la entrevista, Trompel se retiró y salió del ayuntamiento. En el fondo, debía reconocer que la inspectora tenía razón: la relación de la intrusión informática con los asesinatos era una mera hipótesis de trabajo.

Al salir del edificio se dió cuenta de que ya comenzaba a oscurecer. Calculó que su hotel debía quedar bastante cerca si tomaba la avenida Amstel, del mismo lado del río. Así que se fue caminando por la costanera, que estaba bien iluminada. El hotel quedaba un poco más allá del segundo puente. Al llegar al primero, el Magerebrug, un auto se paró delante de él cuando iba a cruzar la Kerkstraat, bloqueándole el paso. Dos hombres con ropa y lentes oscuros se bajaron velozmente, lo tomaron bruscamente de los brazos y lo empujaron en el auto. Luego, salieron a toda velocidad. ¡Lo secuestraban otra vez!

Obligaron a Trompel a hincarse en el piso del auto y agachar la cabeza. Le amarraron de pies y manos y le taparon la boca con cinta adhesiva. Mientras tanto, el vehículo seguía por la Kerkstraat, acercándose al Muidergracht que cruzó y luego siguió por varias cuadras, alejándose del centro. Avanzaron unas diez cuadras para deternerse luego en una zona solitaria. Arrastraron a Trompel fuera del auto y se preparaban a lanzarlo al agua del canal que ahí pasaba cuando se oyó una sirena. Era un auto-patrulla policial que se acercaba a toda velocidad. El esfuerzo que debían hacer los delincuentes para lanzar a Trompel era demasiado importante para que lo hicieran con rapidez. Prefirieron entonces dejarlo caer al borde del canal y trataron de subir de vuelta a su auto para arrancar, pero la patrulla les bloqueó la pasada y los agentes, arma en el puño, les gritaron que se detuviesen. Mientras los atacantes saltaban al auto, su chofer puso la marcha atrás, para tratar de evadirse de todos modos, pero los policías dispararon a través del parabrisas, hiriéndolo gravemente. Los otros dos hombres huyeron entonces a pie, pero una segunda patrulla se acercaba ya y les cortaba el camino. No tuvieron más remedio que rendirse. Entre tanto, un policía del primer vehículo se había acercado a Trompel, lo liberaba de sus ataduras y le preguntaba quien era. Indicó rapidamente lo que hacía en Amsterdam y su contacto con la inspectora Wienants.

Después de un breve conciliábulo entre los dos grupos de policías, la segunda patrulla partió con los detenidos. Después de señalarle que debería rendir testimonio ante la justicia, para lo cual lo convocarían en uno o dos días más, el hombre que había liberado a Trompel le ofreció llevarlo a su hotel, pero debían esperar primero la llegada de la ambulancia para recoger al malhechor herido. Trompel preguntó si el hotel quedaba lejos y le dijeron que, después de cruzar el canal, quedaba a unas seis cuadras, por la Sarphatistraat. Les dijo que, en este caso, podía seguir perfectamente a pie y que ello le serviría para pensar en lo ocurrido. Llamaría a Wienants al llegar, para analizar con ella lo sucedido. ¡Ésta vez había un delito grave sin duda relacionado con los otros!