18/8/09

La Herencia 4.2.

El viaje de París a Santiago fue un verdadero suplicio. El avión estaba completo y no había, por lo tanto, ninguna posibilidad de ocupar un segundo asiento. Además, muchos pasajeros había transgredido el límite autorizado de equipaje de cabina y muchos bultos sobresalían de los espacios bajo los asientos. Estirar las piernas era así una misión imposible. El respaldo del sillón 'reclinable' rehusaba retroceder más de quince grados. El vecino, por su parte, parecía querer pasar la noche leyendo y no apagaba su lámpara de lectura. Trompel decidó entonces sacar su gorra de su bolsa de viaje y se la plantó sobre los ojos. Se dió vuelta de un lado, luego del otro. Dobló las piernas para acurrucarse, luego se estiró de nuevo. Así, pasó cada media-hora cambiando de posición y la noche llegó finalmente a su término.

Al llegar a las ocho de la mañana local al aeropuerto Comodoro Arturo Merino Benítez de Santiago, se hizo llevar al hotel San Cristobal, que el comisario Servais le había sugerido porque su ayudante se había alojado ahí en una investigación que lo había obligado a llevar un preso a Santiago.

Desde el hotel, llamó inmediatamente al padre Bochout, explicándole su misión. El sacerdote le confirmó que Antoine Lefranc le había avisado de su llegada, pidiéndole su cooperación y le invitó a ir a almorzar a su parroquia, para conversar detenidamente. Le indicó entonces que tomara un taxi y que se hiciera llevar hasta Santa Rosa con Comandante Riesle, un cruce que quedaba a unas cinco cuadras de la parroquia.

- Yo le esperaré en la esquina a la una y media -le dijo-. Nadie le traería hasta la parroquia misma porque se encuentra en la población La Legua, uno de los barrios de peor fama de Santiago y ningún taxista se atravería a entrar ahí. Tampoco conviene que se desplace solo, porque lo asaltarían. Conmigo, al contrario, no habrá ningún peligro.

A la hora convenida, Trompel se bajaba del taxi a la entrada de la población La Legua y el padre Bochout se apresuraba a saludarlo para llevarlo hasta la parroquia. Le explicó que el nombre del barrio se debía a su distancia desde el centro de la ciudad: a una legua (4,8 kilómetros) al sur de la Plaza de Armas de Santiago. En el camino pudo observar calles angostas con pequeños montículos y muy pequeñas casas de colores que parecían hechas de placas de concreto prefabricadas. Y grupos de jóvenes reunidos en las esquinas que lo miraban con curiosidad y cara de pocos amigos. El sacerdote le explicó que éste era uno de los lugares más peligrosos del país por la cantidad de droga y armas que circulaban entre sus habitantes, sobre todo entre menores de edad. La Policía de Investigaciones había logrado desarticular importantes bandas rivales pero en el último año se habían consolidado nuevos grupos criminales, compuestos por adolescentes de entre 13 y 17 años, quienes eran familiares de los narcotraficantes detenidos. Según la policía, estos jóvenes manejan pequeños arsenales de pistolas 9 milímetros y armas hechizas, las que ocultan en casas de vecinos, quienes reciben dinero por la ayuda. Aunque la policía realiza 10 allanamientos mensuales, los cuales arrojan cerca de 50 detenidos, el problema no disminuye. Los detenidos vuelven apenas terminada su condena o bien a los pocos días porque la cantidad de droga que se les incauta es mínima y los portadores son menores de edad. [El Mercurio, 22-02-2009]

Llegados a la parroquia, abordaron el tema del secuestro del padre Lefranc. El padre Bochout expresó su preocupación pero no le encontraba explicación. Trompel le preguntó por el juicio que había precipitado la partida de su colega, pero el sacerdote le contó lo mismo que ya le había dicho Antoine Lefranc, sin poder darle más detalles.

Junto a ellos almorzó un joven que el padre Bochout presentó como dirigente de la juventud parroquial. Éste contó que se había hecho amigo del padre Guido -como lo llamaban todos en Santiago- y que éste le había comentado su especial interés por la arqueología. Incluso habían ido juntos a San Pedro de Atacama, a visitar el museo del padre Le Paige, un sacerdote jesuita belga que había sido el primero en excavar en el desierto de Atacama y encontrar ahí los restos de una antigua cultura.

El padre Lefranc le había comentado, poco antes de su partida, que en el viaje de regreso hacia Bélgica planeaba visitar Tiahuanaco, en Bolivia, y el Cuzco y Machu Picchu en Perú. Así que debió tomar un vuelo hacia La Paz, que era de dónde se llegaba a Tiahuanaco. De ahí se podía cruzar el lago Titicaca y seguir hacia el Cuzco y luego Lima, que era quizás el trayecto proyectado. Trompel preguntó cómo podría verificarlo y el padre Bochout le dijo que podía consultar la agencia de viaje que tenía una oficina en el primer piso del arzobispado, en la calle Erasmo Escala, que era donde todos los sacerdotes compraban sus pasajes aéreos.

Cuando estaban terminando el almuerzo oyeron disparos y el tableteo de armas automáticas. Un joven, el hijo de la cocinera, entró corriendo en el comedor.

- ¡Los tiras (detectivas) están atacando Emergencia! Llegaron hasta con carros blindados.
- Cruzamos el sector de Emergencia cuando lo traje aquí -explicó el párroco a Trompel-. Es el sector más pobre y donde se concentran los traficantes. La policía cierra y revisa regularmente el sector para arrestar a los delincuentes e incautar las armas que ocultan ahí. Pero la batalla es cada vez más violenta. Por ello, desde algún tiempo, la policía sólo puede entrar ahí con carros blindados. Será mejor que se vaya por otro lado: sería imposible volver ahora por donde ha venido.

En consecuencia, el párroco llevó al investigador del lado opuesto del barrio y lo dejó cerca de la fábrica de textiles Sumar, de dónde salían minibuses hacia el centro de Santiago. Le dijo que llegaría a la Alameda, que reconocería fácilmente. Bajándose del bus algunas cuadras después del palacio de la Moneda estaría cerca de las oficinas del Arzobispado.

Después de media hora de trayecto, Trompel entró en la agencia de viaje. Primero no quisieron informarle acerca del viaje del padre Lefranc pero explicó entonces la razón de su investigación y dejó en claro de que, si no le contestaban, la policía seguramente llegaría a hacer la misma pregunta, ya que él se entrevistaría al día siguiente con un inspector de la Policía de Investigaciones. Le revelaron entonces que el trayecto contratado era Santiago, La Paz, Sao Paulo, Madrid, Bruselas.

El comisario Servais había dado a Trompel el nombre y el teléfono del comisario Figueroa, de la PDI de Santiago, con quién había estado en relación por el caso Artecal. De vuelta a su hotel hacia las cuatro, Trompel llamó a ese número de teléfono. El comisario chileno lo citó para el día siguiente a las nueve de la mañana.

Así, poco antes de las nueve, después de tomar desayuno en el hotel, tomó un taxi que bajó siguiendo el río Mapocho hasta cruzar un puente frente a la antigua Estación Mapocho, de dónde partía antiguamente el tren a Argentina pero que había sido transformada en centro cultural, según le contó el conductor. Apenas terminó la explicación, paraba ante el gran edificio del cuartel central de la Policía de Investigaciones, en la calle General Mackenna.

Cuando Trompel se encontró con el comisario Figueroa, éste le señaló que no tenía relación alguna con el tipo de hecho que el belga le relataba: él se dedicaba al control del patrimonio histórico, persiguiendo a los ladrones de obras de arte, falsificadores y traficantes. Pero ésto, de todos modos, le permitía averiguar si una persona había abandonado el país y cuando. Así que llamó a la oficina de migraciones y se confirmó que Guy Lefranc había efectivamente dejado el país en la fecha señalada por Trompel, con destino a La Paz. Recomendó entonces a Trompel, si viajaba a esta ciudad, contactar ahí al inspector Julio Cardoso del Departamento Quinto, la fiscalía interna de la policía nacional, antes de tomar contacto con cualquier otro policía porque, debido sobretodo al narcotráfico, había muchos policías corruptos, en los cuales no se podía confiar. Menos aún, por lo tanto, en un caso como éste.