4/8/09

La Herencia 3.

Capítulo 3

Volvió a la casa, bajando al sótano. Revisó la pieza con las pinturas, pero ninguna se parecía a los trabajos de Breughel. Las movió, mirando detrás de ellas, pero sólo había telarañas. Y nada escrito, ni en los muros ni el reverso de los cuadros. Se marchó pensativo. La pista debía ser otra.

Pensó entonces que debía ir al museo, para ver la pintura. El Museo de Bellas Artes estaba cerrado ese día y pasó parte de la noche pensando en el problema, sin encontrar otra idea. A primera hora de la mañana, tomó un tranvía y se fue a la calle Royale, cerca del Sablon, donde está el Museo. Averigüó donde estaba el cuadro y se fue directamente ahí: mostraba gente bebiendo en una taverna. Ésto tampoco le aportaba un nuevo elemento. Nada en la casa de Lefranc podía ser asimilado a una taverna. Pero quizás se tratase de algún otro detalle. Decidió por lo tanto adquirir una copia bastante grande del cuadro y, teniéndola enrollada, se fue de nuevo al bulevar Lambermont.

La pintura debía significar una pieza con pinturas. Examinó por lo tanto primero las habitaciones donde había cuadros con obras de pintores flamencos: el salón y el comedor. Pero ni en los cuadros ni en la decoración de estas piezas había cosa alguna que coincidiera con la pintura de Breughel.

Entonces descendió nuevamente al sótano y entró al cuarto de los cuadros viejos. Nada en éstos, nuevamente, podía ser asociado con lo representado por Breughel. Pero se le ocurrió comparar los muros de la taverna pintada con los muros de esa habitación, prestando atención a los detalles. Y en una de las paredes descubrió un anclaje idéntico al que aparecía en la pintura, una suerte de cruz que parecía de hierro forjado. Era, al parecer, la única coincidencia. Estiró entonces la mano y trató de tirar del anclaje, pero no se movió. Tampoco respondía a la presión. Entonces intentó girarlo en uno y otro sentido. En el segundo intento se produjo un crujido y sintió pasar una bocanada de aire fresco a la vez que se movía ligeramente el más grande de los cuadros pegados a la pared, el que llegaba hasta el suelo. Se acercó y lo despegó de la pared: detrás, una parte del muro había desaparecido y se veía una entrada a un pequeño túnel.

Tuvo que agacharse un poco para entrar y, cuando pasó el umbral, se encendió una pequeña ampolleta. Había una estrecha escalera de caracol, de piedra, que bajaba a un nivel inferior. Abajo, frente a ella, había una puerta y encima de ésta un escudo medieval coronado por un yelmo con penacho. Pero la puerta estaba cerrada y no logró abrirla. Había una cerradura que, evidentemente, estaba cerrada y requería una llave. ¿Dónde podría encontrarla? Debía haber ahora una pista acerca de la localización de esta llave.

Repasó en su memoria lo que, dentro de la casa, pudiera estar relacionado con esta puerta. La única pista que le saltó a la vista era el yelmo y el penacho. Se acordó entonces de la colección de estatuillas en el salón: mostraban hombres vestidos a la usanza de diferentes épocas de la historia, y entre ellos había uno en armadura medieval.

Subió corriendo al salón, pero por más que dió vuelta a la estatuilla, no había indicación alguna y no parecía estar hueca como para contener la llave. Debió ser una pista falsa. Revisó las otras estátuas, todas las cuales también parecían sólidas y no tenían mensaje alguno en su base.

Volvió al túnel y a la famosa puerta y la examinó de nuevo. Aunque había manipulado el pomo para tratar de abrir, no se había fijado en sus detalles, por lo demás difícles de ver con la baja iluminación de la ampolleta del techo. Mirándolo de cerca y tocándolo con la yema del dedo, se dió cuenta de que tenía grabada una corona. Una corona real. Y en el dormitorio principal había una foto de Lefranc con el rey Balduino. ¡Ésta debía ser la pista! Más calmado, subió al dormitorio y, tomando la foto, desarmó el marco, descubriendo una llave.

Volvió abajo una vez más y abrió la puerta sin dificultad. Al entrar en una pequeña pieza abovedada, la luz se encendió de nuevo automáticamente, pero esta vez la iluminación era excelente. En la pieza, sólo había una mesa y una silla. Y sobre la mesa un pequeño computador portátil. Trompel se acercó y se sentó frente al computador. En este instante, la puerta se cerró con un golpe seco. La sorpresa lo hizo sobresaltarse y casi botó la silla.
- Espero que Lefranc no hizo toda esta jugareta para terminar encerrándome aquí hasta matarme de hambre y sed -se dijo-. La respuesta sin duda está en este computador.
Lo enciendó, molesto. Después de una rápida carga del sistema operativo, apareció la cara de Antoine Lefranc y empezó a hablar:

- Sr Trompel... Si es ud el Sr Trompel, por cierto... Espero que no esté muy enfadado porque cerré la puerta. Se abrirá de nuevo cuando haya demostrado que es la persona que espero. Si no, se quedará aquí por siempre o hasta que el verdadero sr Trompel lo libere.
- Le voy a hacer una serie de preguntas. Responda en forma breve. El programa analizará y validará sus respuestas. ¿Cuál fue el arma del crimen de mi hijo?
- Un puñal.
- Ésto lo sabía también el asesino y otros investigadores. Vayamos a algo más personal: ¿Cómo supo quién lo mató?
- Por la confesión del asesino, cuando yo estaba en El Alto.
- ¿Qué fue lo inesperado que encontró en el cuerpo de mi hijo?
- Un tatuaje
- ¿Qué es lo que representaba?
- Un sol.
- ¿Qué tenía de extraordinario?
- Nadie le había visto jamás un tatuaje y parecía muy fresco.

Trompel empezó entonces a recordar la investigación de la desaparición de Guy Lefranc que le había conducido unos años antes a Chile y Bolivia.