2ª Parte
Capítulo 4
Era el año 2004, una mañana de marzo. Jef estaba en su oficina de la calle Fossé aux Loups. Hacía sólo un par de semanas que había dejado de trabajar como inspector de la Policía Judicial belga. El teléfono sonó y el investigador privado oyó una voz desconocida:
- El señor Joseph Trompel?
- Él mismo, para servirle.
- Me llamo Antoine Lefranc. Quisiera encargarle un trabajo, al menos si habla español.
- Hablo español, francés, flamenco, bruselense, árabe, inglés: todo lo que se habla en Bruselas y que puede ser útil en mi profesión.
- Ésto es importante porque el asunto que me preocupa lo obligará probablemente a viajar a Chile.
- Dígame de qué se trata y le diré si cabe dentro de mis posibilidades.
- Bien. Se trata de lo siguiente: mi hijo se fue a Chile hace tres años. Pronto habrá pasado un mes desde que recibimos sus últimas noticias y debería haber llegado de vuelta la semana pasada. Y acabo de recibir un e-mail que me pide un rescate por su liberación. Y nada menos que un millón de dólares. Logré contactar a un sacerdote belga que vive en Santiago y lo conocía bien pero, según él, mi hijo dejó el país en la fecha prevista, después de una extraña acusación de acoso sexual. No podemos recurrir a la policía chilena por cuanto oficialmente dejó este país. Y es posible que un organismo local de seguridad esté implicado en esa acusación. Según la policía belga, que acabo de consultar, es seguro que no llegó aquí. Es el comisario Servais el que me dió el nombre suyo y su teléfono, diciendo que me podría ayudar. Quisiera saber donde está mi hijo y qué pasó con él. Y si es posible evitar o reducir el rescate, por cuanto no dispongo de esa cantidad de dinero. Si puede hacerse cargo de este caso, ¿cuáles serían sus condiciones?
- Si no tuviera ningún contact en Chile, rechazaría posiblemente su pedido. Pero tengo un primo que es profesor de la Universidad Católica de Santiago y podrá sin duda ayudarme en caso de necesidad. El sacerdote belga que ud señala será también seguramente de gran ayuda. En cuanto a las condiciones, le pediría quinientos euros por semana más los gastos de viaje -transporte y alojamiento- así como eventual pago de informadores. Le haría al menos un informe por semana para justificar la semana siguiente y mis desplazamientos.
- ¿Puedo también fijar mis condiciones?
- ¿Cuáles serían?
- Primero un contrato escrito. Luego la posibilidad de reevaluar la situación y suspender eventualmente su encuesta al recibir cada informe suyo. Los viajes fuera del trayecto Bruselas-Santiago y escalas intermedias deberían ser previamente aprobadas por escrito. Y la encuesta no podría durar más de dos meses. Nuestros medios económicos no nos lo permitirían. Máxime si debemos pagar un rescate.
- De acuerdo. Pienso que si no tengo resultados en seis semanas, me sería imposible resolver el caso. Y, evidentemente, lo lamentaría mucho.
- ¿Cuando puede empezar?
- Acabo de hacerlo. Mañana tendrá el contrato. Quisiera ver el e-mail que recibió, pero una copia no me sirve: debo poder acceder al original, para tratar de detectar su origen. ¿Puedo ir a visitarlo? Aprovecharía también de interrogarle más detalladamente acerca del desaparecido. ¿A propósito, cómo se llama?
- Se llama Guy Lefranc. Yo soy Antoine y mi esposa se llama Louise. Puede venir mañana por la mañana si lo desea. La dirección es bulevar Lambermont 1485, en Schaerbeek, cerca del parque Josaphat.
Después de ponerse de acuerdo acerca de la hora, Trompel y Lefranc colgaron el teléfono.
Trompel bajó desde su oficina y salió a la calle, la rue Fossé-aux-Loups, y entró, algunas casas más abajo, en la agencia de viaje "Air Stoper" que usaba frecuentemente. Pidió un boleto para Santiago de Chile, lo más pronto posible. La conexión más rápida era Bruselas-París-Buenos Aires-Santiago por Air France y estaría en cabeza de la lista de espera para dos días más tarde. No había otra posibilidad hasta tres semanas más tarde. Salió de la agencia y tomó de regreso hacia la izquierda, entrando en la librería Castaigne. Ahí, compró una guía turística sobre Chile, que contenía entre otras cosas un mapa del centro de Santiago. Tenerla en el bolsillo sería más práctico que tener que conectarse a Internet cada vez que necesitase una información.
El día siguiente, a la hora convenida, entraba en la casa de Antoine Lefranc, frente al parque Josaphat. Lo recibió su cliente y lo hizo subir a su oficina, que no estaba en la planta baja. Ofreció al detective una silla delante de su escritorio y tomó asiento en la butaca ejecutiva de cuero, al otro lado de la mesa. Luego explicó:
- Este mensaje electrónico, después del atraso de mi hijo, me dejó muy intranquilo. Como le dije ya, llamé en seguida por teléfono al padre Bochout, el coordinador de los sacerdotes belgas en Chile y párroco de San Cayetano, donde Guy estuvo un tiempo. Me dijo que mi hijo había salido en la fecha acordada y creía que estaba ya aquí. No sabía nada acerca de dificultades en su viaje de regreso y no creía que las acusaciones -descartadas- de acoso sexual del cual había sido objeto pudiesen ser el origen de un secuestro.
- Veamos primero ese e-mail. ¿Ud está connectado a Internet en este momento?
- Así es. En seguida se lo muestro.
Lefranc manipuló su ratón y luego dió vuelta a la pantalla para que la viera Trompel. El mail decía:
- El señor Joseph Trompel?
- Él mismo, para servirle.
- Me llamo Antoine Lefranc. Quisiera encargarle un trabajo, al menos si habla español.
- Hablo español, francés, flamenco, bruselense, árabe, inglés: todo lo que se habla en Bruselas y que puede ser útil en mi profesión.
- Ésto es importante porque el asunto que me preocupa lo obligará probablemente a viajar a Chile.
- Dígame de qué se trata y le diré si cabe dentro de mis posibilidades.
- Bien. Se trata de lo siguiente: mi hijo se fue a Chile hace tres años. Pronto habrá pasado un mes desde que recibimos sus últimas noticias y debería haber llegado de vuelta la semana pasada. Y acabo de recibir un e-mail que me pide un rescate por su liberación. Y nada menos que un millón de dólares. Logré contactar a un sacerdote belga que vive en Santiago y lo conocía bien pero, según él, mi hijo dejó el país en la fecha prevista, después de una extraña acusación de acoso sexual. No podemos recurrir a la policía chilena por cuanto oficialmente dejó este país. Y es posible que un organismo local de seguridad esté implicado en esa acusación. Según la policía belga, que acabo de consultar, es seguro que no llegó aquí. Es el comisario Servais el que me dió el nombre suyo y su teléfono, diciendo que me podría ayudar. Quisiera saber donde está mi hijo y qué pasó con él. Y si es posible evitar o reducir el rescate, por cuanto no dispongo de esa cantidad de dinero. Si puede hacerse cargo de este caso, ¿cuáles serían sus condiciones?
- Si no tuviera ningún contact en Chile, rechazaría posiblemente su pedido. Pero tengo un primo que es profesor de la Universidad Católica de Santiago y podrá sin duda ayudarme en caso de necesidad. El sacerdote belga que ud señala será también seguramente de gran ayuda. En cuanto a las condiciones, le pediría quinientos euros por semana más los gastos de viaje -transporte y alojamiento- así como eventual pago de informadores. Le haría al menos un informe por semana para justificar la semana siguiente y mis desplazamientos.
- ¿Puedo también fijar mis condiciones?
- ¿Cuáles serían?
- Primero un contrato escrito. Luego la posibilidad de reevaluar la situación y suspender eventualmente su encuesta al recibir cada informe suyo. Los viajes fuera del trayecto Bruselas-Santiago y escalas intermedias deberían ser previamente aprobadas por escrito. Y la encuesta no podría durar más de dos meses. Nuestros medios económicos no nos lo permitirían. Máxime si debemos pagar un rescate.
- De acuerdo. Pienso que si no tengo resultados en seis semanas, me sería imposible resolver el caso. Y, evidentemente, lo lamentaría mucho.
- ¿Cuando puede empezar?
- Acabo de hacerlo. Mañana tendrá el contrato. Quisiera ver el e-mail que recibió, pero una copia no me sirve: debo poder acceder al original, para tratar de detectar su origen. ¿Puedo ir a visitarlo? Aprovecharía también de interrogarle más detalladamente acerca del desaparecido. ¿A propósito, cómo se llama?
- Se llama Guy Lefranc. Yo soy Antoine y mi esposa se llama Louise. Puede venir mañana por la mañana si lo desea. La dirección es bulevar Lambermont 1485, en Schaerbeek, cerca del parque Josaphat.
Después de ponerse de acuerdo acerca de la hora, Trompel y Lefranc colgaron el teléfono.
Trompel bajó desde su oficina y salió a la calle, la rue Fossé-aux-Loups, y entró, algunas casas más abajo, en la agencia de viaje "Air Stoper" que usaba frecuentemente. Pidió un boleto para Santiago de Chile, lo más pronto posible. La conexión más rápida era Bruselas-París-Buenos Aires-Santiago por Air France y estaría en cabeza de la lista de espera para dos días más tarde. No había otra posibilidad hasta tres semanas más tarde. Salió de la agencia y tomó de regreso hacia la izquierda, entrando en la librería Castaigne. Ahí, compró una guía turística sobre Chile, que contenía entre otras cosas un mapa del centro de Santiago. Tenerla en el bolsillo sería más práctico que tener que conectarse a Internet cada vez que necesitase una información.
El día siguiente, a la hora convenida, entraba en la casa de Antoine Lefranc, frente al parque Josaphat. Lo recibió su cliente y lo hizo subir a su oficina, que no estaba en la planta baja. Ofreció al detective una silla delante de su escritorio y tomó asiento en la butaca ejecutiva de cuero, al otro lado de la mesa. Luego explicó:
- Este mensaje electrónico, después del atraso de mi hijo, me dejó muy intranquilo. Como le dije ya, llamé en seguida por teléfono al padre Bochout, el coordinador de los sacerdotes belgas en Chile y párroco de San Cayetano, donde Guy estuvo un tiempo. Me dijo que mi hijo había salido en la fecha acordada y creía que estaba ya aquí. No sabía nada acerca de dificultades en su viaje de regreso y no creía que las acusaciones -descartadas- de acoso sexual del cual había sido objeto pudiesen ser el origen de un secuestro.
- Veamos primero ese e-mail. ¿Ud está connectado a Internet en este momento?
- Así es. En seguida se lo muestro.
Lefranc manipuló su ratón y luego dió vuelta a la pantalla para que la viera Trompel. El mail decía:
Guy en notre pouvoir
Mettre un millon de dolares sur compte 81-72-377694-136 International Bank Caiman Island
Avez une semaine
Non police ou mort
(Guy en nuestro poder
Poner un millón de dólares en cuenta...
Tiene una semana
No policía o muerte)
Antoine Lefranc le contó entonces la historia de su hijo. Había estudiado en el seminario para América Latina de Lovaina y había partido a Chile hacía tres años, después de ordenarse sacerdote. En Santiago, había sido destinado a la parroquia de San Gregorio, en un barrio pobre y de mala fama. Todos los sacerdotes extranjeros eran enviado a este tipo de parroquia. Al parecer el arzobispado contaba con que fuesen bien recibidos -lo cual era cierto- y también con que traerían apoyo financiero desde sus países de origen, lo cual no era tan cierto. Era muy difícil vivir con lo poco que la Iglesia pagaba a sus sacerdotes. Teóricamente los gastos de una parroquia debían ser cubiertas por el aporte de los fieles pero pocas veces éstos alcanzaban. Antoine tuvo que enviar varias veces dinero a su hijo solamente para que viviera decentemente.
Hacía unos meses había sido acusado de acoso sexual por la secretaria parroquial. Estuvo detenido tres meses por no tener con que pagar la fianza. Fue inmediatamente suspendido de sus funciones por el cardenal. La investigación duró dos meses más, que pasó alojado en la parroquia del padre Bochout. En el juicio fue finalmente absuelto y la secretaria fue imputada por falsa denuncia. El padre Lefranc podría haberla demandado pero no lo hizo, aplicando el principio cristiano del perdón. El arzobispo le ofreció otra parroquia pero, como tenía derecho a tomar vacaciones en su tierra, decidió regresar a Bélgica y confidenció por carta a su padre que tenía buenas razones para no volver luego a Chile. Pero no se las detalló. Pensaba quizás explicárselas personalmente a su vuelta. Ésta era toda la historia.
- ¿Podría este secuestro estar relacionado en el asunto del acoso sexual? -preguntó Trompel.
- No tengo motivo alguno para creerlo. Pero no me he enterado de qué fue lo que llevó la secretaria a acusar a mi hijo.
- Podría haber ahí una razón y, al fallar el juez a favor de su hijo, se pasó a otra fase para tratar de castigarlo por algo.
- Puede ser. Y ésto, en este caso, es justamente lo que tendría que dilucidar ud al viajar a Santiago.
Trompel abrió entonces la foto adjunta. Mostraba a un joven que tenía extendido delante de su pecho la portada de un diario. El detective amplió la foto y pudo leer el título y la fecha: era El Mercurio de dos días atrás.
- ¿Sabe ud de dónde es este diario? -preguntó.
- No lo sé. ¿Pero debería ser de Chile, no cierto?
- En efecto. Pero trataré de comprobarlo en Internet. Podría ser una pista. En todo caso, lo único importante -y por ésto se la mandaron- es que demuestra que Guy estaba vivo anteayer. ¿Podría imprimirme esta foto?
- No faltaba más. Le daré además otras fotos de Guy, en caso de que las necesite para interrogar posibles testigos u obtener ayuda en su viaje.
- Se lo iba a pedir. Gracias.
- ¿Puedo servirle en algo más?
- No lo creo. Saldré mañana para Chile y estaré ahí pasado mañana. Sólo quedarán unos tres días para que se cumpla el plazo fijado por los secuestradores. Le sugiero que esté listo para cumplir sus exigencias si no logro un resultado en tan poco tiempo.
- Puede estar seguro de que haré todo lo necesario. Pero si hemos de llegar a este punto, le agradecería quedarse allá hasta saber de mi hijo.
- ¡Cuente conmigo! Lo mantendré al tanto de todos mis pasos.
Se despidieron entonces y Trompel se fue a hacer sus maletas para salir el día siguiente. Antes, sin embargo, se conectó a Internet y buscó el diario El Mercurio. Apareció de inmediato la edición del día y pudo verificar que era un importante diario de Santiago de Chile. Buscó la fecha de la edición que había visto en la foto de Guy Lefranc y coincidía perfectamente: los secuestradores no habían hecho ninguna trampa.