El día siguiente, en la oficina de la policía comunal de Etterbeek, comuna del delito, aparece un sobre con una foto del sacerdote. Al reverso de esta última hay un número 1. La remitieron a la PJ y Servais la recibió un par de horas más tarde, enviándola al laboratorio.
En la tarde, los resultados de los diversos estudios se fueron acumulando sobre su escritorio. Cuando ya tuvo todo lo que había pedido, llamó a Trompel para intercambiar información.
- La policía de Etterbeek recibió esta foto del cura -le dijo, pasándole la foto-. El laboratorio no encontró huellas digitales fuera de las del policía que abrió el sobre y éste tenía solamente las de quienes lo recibieron.
- ¿Un envío del asesino y un desafío para nosotros? Y este número parece ser un aviso de que habrá más. ¿Y cómo puede haber hecho llegar el sobre sin usar el correo?
- Me temo que sí, es un aviso. Parece que tiró el sobre a la entrada de la comisaría, pero nadie lo vió. En cuanto a las huellas en la casa parroquial, además de las del sacerdote y de su empleada, se encontraron de otra persona. Estaban en su escritorio, en algunos muebles y en otro escritorio que parece ser de un secretario. Si el asesino es tan cuidadoso como parece indicar la foto, lo más probable es que no sean suyas sino del secretario u otro colaborador. Tendremos que averiguar quién lo pudo visitar o ayudar en los últimos días.
- Podemos preguntar a la empleada.
- Hazlo. En cuanto a la autopsia, hay algo muy extraño. Encuentraron un anillo con un diamante en su estómago. Lo debe haber tragado cuando lo atacaron. El laboratorio lo examinó al microscopio, porque en caso de ser valioso llevaría un número de identificación. Y lo llevaba. Con este número podemos ubicar al diamantista que lo talló y él nos puede dar el nombre del cliente.
- ¿Si el cura lo tragó, habrá querido encubrir a alguién o darnos una pista? ¿O habrá sido forzado por el asesino? Ésto no cuadra con que el ataque parecía algo sorpresivo.
- Estoy de acuerdo. Es muy extraño.
Con ese número, logran ubicar al diamantista que talló el diamante, quién les da el nombre del comprador, el empresario André Lemie. Así fue como el comisario Servais llegó a la casa de Lemie. Le mostró el anillo.
- ¿Ud compró este anillo no es cierto?
- Me parece, en efecto, que es el que compré y regalé a mi esposa por nuestras bodas de plata, hace dos años. ¿Por qué lo tiene ud?
- Lo hemos encontrado en la casa del párroco de Santa Gertrudis, que fue asesinado ayer. ¿Estaba su esposa con él?
- Me extraña mucho que lo hayan encontrado ahí, aunque no es imposible. Ella forma parte del comité económico que ayuda al cura a llevar las cuentas de la parroquia. Pero no creo que haya estado ahí ayer. Se fue temprano a Lieja, de donde la habían llamado para arreglar unas cuentas del obispado, lo que hace ocasionalmente, porque el obispo es un viejo amigo mío.
- ¿Podría llamar a Lieja, para confirmar que está allá?
- En seguida.
Después de un intercambio aparentemente con el secretario y luego con el propio obispo, Lemie, muy conmovido, confirmó las dudas de Servais:
- No llegó a Lieja. Y me dicen que no la habían llamado. Es muy extraño.
- ¿Cuando le dijo ella que la habían llamado?
- Ayer por la mañana. Había salido temprano para ir a misa, como hace muchas veces, pero luego me llamó por su móvil para decirme que debía ir a Lieja y se quedaría allá un par de días.
- ¿No le sorprendió?
- No, porque lo hace regularmente. Aunque, pensándolo bien, es un poco extraño que me avise después de salir. Siempre lo hacía con anticipación.
- ¿Podemos buscar aquí huellas de su esposa? La cotejaríamos con las que hemos encontrado en la casa parroquial. Así sabríamos si fue allá o no. Nos bastaría algún objeto que ella haya manipulado antes de salir y que no haya sido limpiado ni tocado por otra persona.
- ¿Les podrían servir su cepillo y el pequeño espejo con aumento que usa para maquillarse?
- Sería perfecto. Me los llevaré al laboratorio y se los haré llegar de vuelta.
Se cotejaron las huellas encontradas en la casa del sacerdote con las de la mujer, tomadas de estos objetos, y se comprobó que coincidían. Era evidente que había estado ahí, pero no se podía saber qué había pasado con ella. Servais dicidió entonces considerar provisoriamente a la mujer como secuestrada. La policía no pudo encontrar otras huellas en la residencia parroquial, fuera de éstas, de las de la sirvienta y las del propio párroco. El asesino debió usar guantes y, sin duda, pudo entrar sin levantar sospecha porque no había indicio de efracción. Evidentemente, en una casa parroquial, cualquier persona sería recibida con mucha facilidad. Como la desaparición de la mujer parecía vinculada al crimen del sacerdote, Servais dispuso la escucha del teléfono del marido, por si recibía un pedido de rescate.
El funeral del párroco de Santa Gertrudis tuvo lugar en la catedral de San Miguel y Gúdula, de Bruselas, y fue presidido por el cardenal De Villers. Éste, en su sermón y panegírico, destacó que el sacerdote había sido acusado injustamente de pedofilia, como había concluido la investigación canónica. Pero, como sabía Trompel, la investigación judicial aún estaba abierta.