En la casa de la calle de la Prospérité se había quedado un par de agentes para detener a quienquiera que se presentara. El mismo día que Servais interrogaba a Moens, entró un hombre que tenía la llave. Los agentes, preparados para ello, lo detuvieron antes de que se diera cuenta de lo que ocurría. Y, conociendo la foto, se dieron cuenta de que era el propio Oblensky. No se había enterado de que su escondite había sido allanado y había caído en la trampa. Y no había tenido la precaución de establecer un código con sus comparsas del interior a fin de asegurarse antes de entrar que la vía estaba libre y segura. Por fin estaba en manos de la policía. No pareció inmutarse, confiando en que -como siempre- no habría prueba alguna en su contra. Pretendió ser un honrado hombre de negocios, pero sin precisar el tipo de negocios. También fue llevado a la central de la PJF, donde se lo dejo meditar por algunas horas.
El comisario Servais prefirió limitar su acusación y su interrogatorio a lo obvio y seguro: había entregado un arma a la persona que había disparado contra el cardenal. La venta de este tipo de arma estaba prohibida en Bélgica, por lo que se lo consideraba cómplice de un intento de homicidio.
Oblensky protestó, reconociendo sin embargo que "ocasionalmente" vendía alguna arma a uno que otro "coleccionista". El amigo que lo recibía en su casa de la calle de la Prospérité había recibido el pedido y él la había conseguido y entregado personalmente, para asegurarse de que el comprador la conociera "y no cometiera el error de usarla para algo ilegal". Servais prefirió no profundizar y esperar que se cumplieran otras detenciones para confrontarlo y obtener informaciones más sustanciosas.
El día siguiente se producía la detención de todos los integrantes del "Núcleo". Bertrand fue el primero en ser interrogado por Servais pero se limitó a hablar de de los objetivos públicos del PNI, mientras el comisario insistía en preguntar por los objetivos reales. Y prefirió no tocar el tema de Moens.
Cuando Servais terminó de interrogar a Bertrand, se retiró de la salita de interrogatorio y mandó a que introdujeron en ella a Oblensky. Se quedó observándolos por el vidrio polarizado. Y notó claramente el sobresaltó de Bertrand al ver entrar a su socio. Sin embargo, los dos hombres no dieron muestras de conocerse. Se sabían obviamente observados y cualquier trato los perjudicaría. En consecuencia, no pronunciaron una sola palabra ni se volvieron a mirar directamente después del primer contacto. Oblensky estaba sentado en la única silla que habían dejado allí y miraba para el techo. Servais ordenó que los dejasen así por horas y pasaba de vez en cuando a mirar cómo se comportaban.
Mientras Oblensky parecía tomarse la situación con calma y dormitaba sentado, Bertrand daba vueltas y vueltas como león enjaulado. Algunas veces se apoyaba de espalda contra el espejeo, intentando quizás atraer la atención de su cómplice, pero éste no le prestaba ni la manor atención. Acostumbrado a mandar y creyéndose privilegiado por su grado, el ex-general empezó a reclamar a gritos, primero que le trajesen agua, luego algo de comer y, finalmente que lo sacasen de ahí. Fue entonces cuando se inició una conversación entre los dos detenidos.
- ¡Cálmese! De nada sirven los gritos. Es lo que quieren estos policías: que le traicionen sus nervios.
- ¿Qué sabe ud?
- Tengo algo de experiencia.
- ¿Problemas con la justicia?
- Oh no. Solo con policías idiotas que lo detienen a uno sin pruebas y tratan de obtener confesiones.
- En ésto estoy de acuerdo. Yo soy un general jubilado. Siempre he servido mi país como el mejor patriota. Y ahora me acusan de conspiración y subversión. ¡Habráse visto!
- ¿Y, siendo militar, no sabe de tácticas de interrogatorio?
- No trabajé en inteligencia ni en la policía militar. Me ocupaba de armamento. Y de administración de recursos.
- ¿Entonces lo detuvieron por vender armas? ¿O por cobrar comisiones?
- ¡En absoluto! Dicen que conspiré para matar aristócratas, para alterar el proceso electoral y para tomar el poder. ¡En un país tan pequeño y que, aún así, se ha transformado en federación! ¡Qué absurdo! ¿Y a ud, por qué lo tienen aquí?
- Dicen que vendí un arma y que fue usada para dispararle a alguién importante. Aunque la haya vendido, que culpa tengo yo de lo que se haga con ella.
Bertrand se enteraba así de la razón de la detención de Oblensky. Y de que el vínculo con él, a través del francotirador Moens, había sido establecido por la policía. Cosa que Servais no le había revelado. Se dió cuenta entonces de que su situación era más complicada de lo que creía. Y prefirió seguir callado.
El comisario Servais prefirió limitar su acusación y su interrogatorio a lo obvio y seguro: había entregado un arma a la persona que había disparado contra el cardenal. La venta de este tipo de arma estaba prohibida en Bélgica, por lo que se lo consideraba cómplice de un intento de homicidio.
Oblensky protestó, reconociendo sin embargo que "ocasionalmente" vendía alguna arma a uno que otro "coleccionista". El amigo que lo recibía en su casa de la calle de la Prospérité había recibido el pedido y él la había conseguido y entregado personalmente, para asegurarse de que el comprador la conociera "y no cometiera el error de usarla para algo ilegal". Servais prefirió no profundizar y esperar que se cumplieran otras detenciones para confrontarlo y obtener informaciones más sustanciosas.
El día siguiente se producía la detención de todos los integrantes del "Núcleo". Bertrand fue el primero en ser interrogado por Servais pero se limitó a hablar de de los objetivos públicos del PNI, mientras el comisario insistía en preguntar por los objetivos reales. Y prefirió no tocar el tema de Moens.
Cuando Servais terminó de interrogar a Bertrand, se retiró de la salita de interrogatorio y mandó a que introdujeron en ella a Oblensky. Se quedó observándolos por el vidrio polarizado. Y notó claramente el sobresaltó de Bertrand al ver entrar a su socio. Sin embargo, los dos hombres no dieron muestras de conocerse. Se sabían obviamente observados y cualquier trato los perjudicaría. En consecuencia, no pronunciaron una sola palabra ni se volvieron a mirar directamente después del primer contacto. Oblensky estaba sentado en la única silla que habían dejado allí y miraba para el techo. Servais ordenó que los dejasen así por horas y pasaba de vez en cuando a mirar cómo se comportaban.
Mientras Oblensky parecía tomarse la situación con calma y dormitaba sentado, Bertrand daba vueltas y vueltas como león enjaulado. Algunas veces se apoyaba de espalda contra el espejeo, intentando quizás atraer la atención de su cómplice, pero éste no le prestaba ni la manor atención. Acostumbrado a mandar y creyéndose privilegiado por su grado, el ex-general empezó a reclamar a gritos, primero que le trajesen agua, luego algo de comer y, finalmente que lo sacasen de ahí. Fue entonces cuando se inició una conversación entre los dos detenidos.
- ¡Cálmese! De nada sirven los gritos. Es lo que quieren estos policías: que le traicionen sus nervios.
- ¿Qué sabe ud?
- Tengo algo de experiencia.
- ¿Problemas con la justicia?
- Oh no. Solo con policías idiotas que lo detienen a uno sin pruebas y tratan de obtener confesiones.
- En ésto estoy de acuerdo. Yo soy un general jubilado. Siempre he servido mi país como el mejor patriota. Y ahora me acusan de conspiración y subversión. ¡Habráse visto!
- ¿Y, siendo militar, no sabe de tácticas de interrogatorio?
- No trabajé en inteligencia ni en la policía militar. Me ocupaba de armamento. Y de administración de recursos.
- ¿Entonces lo detuvieron por vender armas? ¿O por cobrar comisiones?
- ¡En absoluto! Dicen que conspiré para matar aristócratas, para alterar el proceso electoral y para tomar el poder. ¡En un país tan pequeño y que, aún así, se ha transformado en federación! ¡Qué absurdo! ¿Y a ud, por qué lo tienen aquí?
- Dicen que vendí un arma y que fue usada para dispararle a alguién importante. Aunque la haya vendido, que culpa tengo yo de lo que se haga con ella.
Bertrand se enteraba así de la razón de la detención de Oblensky. Y de que el vínculo con él, a través del francotirador Moens, había sido establecido por la policía. Cosa que Servais no le había revelado. Se dió cuenta entonces de que su situación era más complicada de lo que creía. Y prefirió seguir callado.