**El fragmento siguiente faltó al insertar el 7.2.**
Bertrand llamó de inmediato a Oblensky a su teléfono celular. Por suerte para él, éste se encontraba en Bélgica y la cita quedó fijada para tres horas más tarde. Se reunieron como de costumbre en "La Mort Subite". Y, como otras veces, fueron observados por uno de los detectives de la DST que vigilaba a Bertrand. Sabía que el ruso no era trigo limpio y que, sin duda ambos estarían tramando algo turbio. Advertido de la importancia de descubrir el paradero de Oblensky y sus actividades, avisó por teléfono móvil a la central de la DST y un pequeño equipo fue enviado para asegurar el seguimiento. El ruso, que nunca había sido descubierto en actos delictuales, sabría sin duda descubrir seguimientos, lo que hacía necesario un trabajo de equipo coordinado por radio.
-Te agradezco lo que hiciste con ese reportero. Ya debes haber recibido el pago acordado - le dijo Bertrand después de sentarse con él y encargar una cerveza-. Pero tenemos un nuevo problema. Walckiers, el ingeniero que se ocupaba de las máquinas de votación, nos ha traicionado. Ha contado todo a la policía judicial: lo del fraude electoral y una conversación que tuvimos acerca de un posible atentado contra una diputada. Y dió los nombres de quienes controlamos el Partido Nueva Independencia. Felizmente no sabe nada de los tratos contigo ni de nuestras acciones contra los aristócratas. Pero de seguro la policía nos va a interrogar. Incluso me extraña de que no lo haya hecho ya. Es imprescindible deshacernos de Walckiers para que no siga hablando y no pueda prestar testimonio. Pero no puede de ninguna manera parecer un asesinato. Tiene que ser una muerte natural o un accidente que no pueda levantar sospechas.
- No hay problema. Ya sabes que tengo muchos recursos. Y los especialistas para estos trabajos no faltan. ¿Cuándo quieres que se solucione ésto?
- Cuanto antes mejor, ya que la policía lo puede citar en cualquier momento para interrogarlo más a fondo.
- De acuerdo. Lo haremos cuanto antes.
- Bien. Pero que no sea como el primer atentado contra el periodista. ¡Nada de fallas!
- Puedes estar seguro. Pero te costará más caro.
- Si los resultados son satisfactorios, valdrá la pena.
Oblensky fijó un monto que Bertrand aceptó. Terminaron su copa y se retiraron.
El equipo de detectives siguió al ruso para varias callejuelas del centro. Entró en varios edificios con múltiples salidas, se detenía bruscamente, volvía sobre sus pasos, cruzaba las calles a la carrera: técnicas típicas para deshacerse de un seguidor, pero muy conocidas por el equipo que se adelantaba a sus movimientos. Finalmente, después de un breve recorrido en metro, salió de la estación Comte de Flandres, siguió por la calle Sainte-Marie y dobló en la calle de la Prospérité, donde entró en el número 17. Poco después, otro de sus seguidores pasaba mirando discretamente las casas del frente, buscando donde podrían instalar un puesto de observación. Una hora más tarde llegaba en moto un detective camuflado en mensajero de TNT con un sobre destinado al 17. Una microcámara registró los nombres de los buzones mientras llamaba a uno de los tres timbres y preguntaba por la persona cuyo nombre estaba en el sobre que exhibía. Pero, obviamente, no lo conocían. Se disculpó y se fue. Pero todo el encuentro había sido grabado.
Mientras buscaban la forma de vigilar en forma permanente el domicilio, los agentes secretos instalaron camionetas con observadores escondidos en ambos extremos de la cuadra. Si Oblensky salía, lo seguirían de nuevo. Entrar con aparatos, incluso escondidos en una que otra maleta, en la casa del frente podría fácilmente levantar sospechas, por lo que buscaron una casa que diera una visión de la fachada trasera, en la calle Darimont, una calleja sin salida cuya última casa daba justamente hacia el patio correcto. Verificaron los antecedentes del propietario y lograron que les franqueara el acceso, instalando varios láseres que detectaban las vibraciones de los vidrios de las ventanas y, de este modo, las conversaciones tenidas en las correspondientes habitaciones. No tendrían acceso a las piezas interiores o que dieran a la fachada opuesta pero, con un poco de suerte, podrían captar algo interesante. También intervinieron los teléfonos fijos del domiciolo sospechoso y colocaron auscultadores de las transmisiones de móviles.
Pero pasaron los días y no volvieron a detectar a Oblensky. Sin duda debía disponer de otra vía de escape, quizás por una de las casas vecinas de la misma calle trasera. Dicidieron entonces controlar también discretamente a todas las personas que salían de esa calle.
**Inserción original (donde faltaba el fragmento anterior) **
El día 4 de noviembre, Servais leyó finalmente el informe de Charleroi sobre las acusaciones formuladas por Walckiers y quedó alarmado porque el detective que lo entrevistó no informaba de ninguna medida de protección ni para la diputada ni para el mismo ingeniero. Era evidente que estaba totalmente ajeno a las problemáticas actividades del PNI y no era capaz de ponderar los verdaderos riesgos. El comisario llamó de inmediato a Charleroi, obteniendo confirmación de que no se había dispuesto nada para proteger a Walckiers. Ordenó que lo fueran a buscar y lo acompañasen a Bruselas para un interrogatorio más extenso. También dispuso que uno de sus hombres acompañara desde este momento a la diputada Darbée para protegerla. La llamó por teléfono y le puso al tanto de la medida, como respuesta a las "amenazas de muerte" de la que se había enterado la policía, sin revelarle el origen de las mismas.
Cuando recibieron la llamada de Servais en la PJ de Charleroi, llamaron a las oficinas de ACEC, confirmando que Walckiers había llegado a su oficina pero no pidieron hablar con él. Era mejor explicarle la situación frente a frente. El inspector que lo acompañaría a Bruselas se trasladó entonces a la empresa. Al mostrar sus credenciales y pedir que le llevasen a la oficina del ingeniero, intentaron avisar a éste por el teléfono interno pero no contestó.
- A lo mejor esta inspeccionado alguno de los talleres o reunido con algún técnico -le dijo la recepcionista-. ¿Podría esperar mientras trato de ubicarlo?
- Mejor me indica donde está su oficina y lo espero ahí mismo -contestó el policía, que prefería no permanecer a la vista de todos en la recepción.
- De acuerdo. Suba al tercer piso. Es la segunda oficina a la derecha. Si suena el teléfono en la línea 1, tómelo: le estaré avisando si encontré al señor Walckiers.
- De acuerdo. Gracias.
El detective tomó el ascensor y se encaminó hacia la oficina señalada. Golpeó y entró sin esperar respuesta ya que no esperaba encontrar a nadie. Y, en un primer momento, no vió a nadie. Pero, al acercarse al escritorio, vió que se asomaban los pies de alguién por el lado del mueble. Dió la vuelta y, efectivamente, quien debía ser el ocupante del lugar estaba tirado en el suelo. Le tomó el pulso: no había respuesta. Pero el cuerpo estaba aún caliente: debía haber fallecido pocos minutos antes. Intentó reanimarlo con un masaje cardíaco, pero fue en vano. Se puso guantes de látex y llamó por teléfono a su oficina de la PJ, pidiendo el envío de los forenses. Luego avisó a la recepcionista que había encontrado al ingeniero junto a su escritorio, pero que parecía haber sufrido un infarto y que una ambulancia ya venía en camino. También preguntó si Walckiers había recibido alguna visita después de llegar, pero la secretaria le contestó que nadie había pedido hablar con él. Una tercera llamada fue para el comisario Servais, a quien puso al tanto de lo ocurrido.
- Hemos llegado tarde -se lamentó éste-. No creo en absoluto en algo fortuito. Guarde con cuidado todo lo que está a la vista sobre el escritorio y que Walckiers pudiera haber tocado. Ya tuvimos hace poco un caso de envenenamiento por contacto con la piel. Y que hagan cuanto antes un análisis bioquímico de los líquidos corporales. Puede ser un veneno de rápida desaparición.
Después de cortar, añadió para sí: - ¡Hay algún soplón que puso sobre aviso a los malditos! Llamó entonces a los equipos que vigilaban la casa de la rue de la Prospérité (donde había desaparecido Oblensky) y su entorno y ordenó detener e interrogar a cualquier persona que saliera de ella, salvo sus moradores habituales, así como a cualquier extraño que saliese de la calle de atrás.
En la oficina de Walckiers, mientras esperaba los técnicos, el inspector revisó el escritorio. Sobre la mesa había varios documentos y una agenda. En la agenda no aparecía ningún compromiso esa mañana así que, al parecer, no había tenido ninguna reunión. En el suelo, junto al cuerpo había una taza de café volcada y la alfombra había absorbido el líquido: deberían cortarla para poder analizarlo. También analizarían la agenda y los papeles, sin olvidar el teléfono y la cafetera, como había indicado su superior de Bruselas. Pero estaba muy sorprendido por esas instrucciones: sin duda se trataba de un caso "gordo", con antecedentes de los que no sabía nada.
La policía revisó concienzudamente la oficina de Walckiers pero, como era de esperar, no encontró ninguna huella digital. Los videos de seguridad y los controles de acceso no mostraban ninguna intrusión anormal. Si alguién había, de algún modo, envenenado a Walckiers, debió ser alguién de dentro de la empresa, que podía ingresar a su oficina sin levantar sospechas. Y debió hacerlo entre la salida del personal el día anterior y la llegada de Walckiers ese día. Ésto apuntaba directamente a los encargados de la limpieza. Se dispuso interrogarlos a todos y revisar con más cuidado los videos del control nocturno de los pasillos.
En la oficina había una caja de seguridad. Obtuvieron la clave y, en presencia del superior de Walckiers, retiraron y clasificaron su contenido. Eran casi todos documentos confidenciales relativos a investigaciones y proyectos en curso. Fueron devueltos a su lugar en cuanto apareció un sobre sellado con la mención "Relato personal - Solo para la policía, en caso de emergencia". No fue abierto y, consultado Servais, se dispuso que lo llevase personalmente a Bruselas el mismo agente que había recibido la denuncia del ingeniero. Servais quería interrogarlo a fondo sobre la entrevista y enrostrarle su falta de criterio.