En Charleroi, entretanto, interrogaban al personal de limpieza que había trabajado durante la noche y, muy especialmente, a las dos mujeres que habían entrado en la oficina de Walckiers, según constaba en los videos de seguridad. Se les pidió que relataran en detalle cada uno de sus pasos, sin olvidar detalle alguna. Una de ellas mencionó entonces que, a poco de entrar, "cambió el tarro de café soluble" en la mesa detrás del escritorio. El detective insistió entonces:
- ¿Cambia este tarro todos los días?
- Claro que no. Llevamos varios en el carrito de limpieza, para las distintas oficinas. Revisamos los tarros y cambiamos los que están vacíos.
- ¿Y el tarro del señor Walckiers estaba vacío?
- En absoluto. Pero en el momento en que yo entraba a trabajar se me acercó su esposa y me dió un frasco pidiéndome que lo pusiera en la oficina de su marido, como una sorpresa, porque recién le había dicho que le gustaba más esta marca que la que ponía la empresa. Por ésto lo llevé y lo puse en lugar del tarro antiguo.
- ¿Conoce ud a la señora Walckiers? ¿La había visto antes?
- No. Ella se presentó.
- ¿Supongo que no le dió ninguna prueba de quién era?
- ¿Y por qué lo habría hecho? ¿Debemos desconfiar de todo el mundo?
- Sería mejor desconfiar un poco y verificar. ¿No ve que el señor Walckiers murió? ¡Espero para ud que no sea por culpa de ese famoso café, porque lo ocurrido es muy sospechoso!
- ¿Es que el señor Walckiers no murió de un ataque al corazón?
- Yo no la estaría interrogando si ésto fuera cierto, ¿no le parece?
- ¡Por Dios! ¿Asesinado?
- No se lo puedo asegurar pero es desgraciadamente posible. Ahora, por favor, no vaya por allá contando historias y, sobre todo, no hable a nadie más del frasco del café. ¿Han cambiado algún otro anoche?
- No señor, ninguno.
- ¡Menos mal!
El policía despidió a la mujer recomendándole una vez más que guarde reserva. No le llamó la atención que tuviera un nombre árabe. Muchos empleados de limpieza pertenecían a la comunidad musulmana. Quien se fijó en este detalle fue el comisario Servais, cuando recibió una transcripción del interrogatorio.
Cuando Servais recibió este informe venía acompañado con los resultados de la autopsia y del análisis de laboratorio de lo que se había encontrado en la oficina de Walckiers. La autopsia había demostrado que no había huella alguna de infarto. Lo único que podía ser relativamente anormal era el aspecto de los lóbulos de los pulmones: parecían algo comprimidos, como si el hombre se hubiese asfixiado. Pero el análisis químico no mostraba ninguna sustancia tóxica. Concluía en "paro respiratorio espontáneo o atribuible a una asfixia por causa desconocida". Y solicitaba información acerca del ambiente en que se encontraba el difunto o que había visitado poco antes de fallecer.
La respuesta se encontró en los análisis de laboratorio de los objetos de la oficina, específicamente del frasco de café solubre. Al analizar las capas superiores del café, se encontraron moléculas de una sustancia que le era extraña. Cuando se echaba, junto con el café, en agua hirviendo, se producía un gas que se mezclaba con el vapor y absorbía el oxígeno del aire, dejando una mezcla irrespirable. Cuando Walckiers se preparó el café, debió sentir cierta dificultad para respirar al llegarle el vapor. Sin duda trató de beber, absorbiendo aún más gas y se sofocó aún más. Los químicos habían podido captar la reacción pero no habían podido analizar el gas producido: se evaporaba y se descomponía en pocos segundos. Y no quedaba suficiente material extraño en el frasco o también se había descompuesto o evaporado. Si Walckiers hubiese tomado un café más cargado es posible que no hubiesen encontrado nada: el asesino había puesto el mínimo indispensable para lograr su propósito.
Juntando este informe con el de la autopsia se formaba un cuadro clínico más claro: Walckiers había estado expuesto a un gas que eliminaba el oxígeno o se combinaba con él y anestesiaba quizás en cierto modo las células pulmonares encargadas de transferir el oxígeno a la sangre, impidiendo que funcionasen adecuadamente. En otras palabras, había sido asfixiado mediante una técnica muy sofisticada, creada quizás en un laboratorio destinado a crear armas bioquímicas. Algo que alguién como Oblensky podía haber conseguido en un laboratorio de la ex-URSS.
Obviamente no había huellas dactilares en el frasco, aparte de las del mismo Walckiers y de la empleada de la limpieza. Y, como era de esperar, la esposa del ingeniero nunca había pedido que se la cambiara el café. Se volvió a interrogar a la empleada, que insistió en su explicación. No pudo reconocer la foto de la esposa y aseguró que no podía ayudar a confeccionar un retrato-robot de la mujer que le había dado el café porque estaba muy oscuro, llevaba gafas y sombrero.
Investigaron los antecedentes de la empleada. Era hija de un inmigrante venido de Turquía, que vivía también en Charleroi y tenía un pequeño restorán... donde se realizaban las reuniones del PNI local. Ella no vivía con su padre, pero era evidente que había ahí una conexión. Interrogada acerca de sus relaciones con el PNI, reconoció que su padre le había convencido de asociarse y que asistía a las reuniones cuando su trabajo se lo permitía. Reconoció que se había encontrado ahí varias veces con Walckiers y que, por ello, estaba muy dispuesta a "hacerle favores". Se le preguntó entonces si la mujer que le había dado el café no podía ser también otro miembro del partido. Pareció dudar, trató de recordar pero finalmente lo negó, volviendo a decir que seguía creyendo que era la esposa del ingeniero y que no la había visto ni oído nunca antes. El testimonio seguía siendo dudoso pero no había forma de profundizar. Pero una cosa estaba clara: los asesinos no solo disponían de extraordinarios recursos técnicos sino que habían podido ubicar con mucha rapidez la persona adecuada para llevar a cabo la misión, lo cual significaba que disponían de mucha información anterior. ¿Quién la podía tener sino el mismo PNI? ¡Otra vez Bertrand y Oblensky!
- ¿Cambia este tarro todos los días?
- Claro que no. Llevamos varios en el carrito de limpieza, para las distintas oficinas. Revisamos los tarros y cambiamos los que están vacíos.
- ¿Y el tarro del señor Walckiers estaba vacío?
- En absoluto. Pero en el momento en que yo entraba a trabajar se me acercó su esposa y me dió un frasco pidiéndome que lo pusiera en la oficina de su marido, como una sorpresa, porque recién le había dicho que le gustaba más esta marca que la que ponía la empresa. Por ésto lo llevé y lo puse en lugar del tarro antiguo.
- ¿Conoce ud a la señora Walckiers? ¿La había visto antes?
- No. Ella se presentó.
- ¿Supongo que no le dió ninguna prueba de quién era?
- ¿Y por qué lo habría hecho? ¿Debemos desconfiar de todo el mundo?
- Sería mejor desconfiar un poco y verificar. ¿No ve que el señor Walckiers murió? ¡Espero para ud que no sea por culpa de ese famoso café, porque lo ocurrido es muy sospechoso!
- ¿Es que el señor Walckiers no murió de un ataque al corazón?
- Yo no la estaría interrogando si ésto fuera cierto, ¿no le parece?
- ¡Por Dios! ¿Asesinado?
- No se lo puedo asegurar pero es desgraciadamente posible. Ahora, por favor, no vaya por allá contando historias y, sobre todo, no hable a nadie más del frasco del café. ¿Han cambiado algún otro anoche?
- No señor, ninguno.
- ¡Menos mal!
El policía despidió a la mujer recomendándole una vez más que guarde reserva. No le llamó la atención que tuviera un nombre árabe. Muchos empleados de limpieza pertenecían a la comunidad musulmana. Quien se fijó en este detalle fue el comisario Servais, cuando recibió una transcripción del interrogatorio.
Cuando Servais recibió este informe venía acompañado con los resultados de la autopsia y del análisis de laboratorio de lo que se había encontrado en la oficina de Walckiers. La autopsia había demostrado que no había huella alguna de infarto. Lo único que podía ser relativamente anormal era el aspecto de los lóbulos de los pulmones: parecían algo comprimidos, como si el hombre se hubiese asfixiado. Pero el análisis químico no mostraba ninguna sustancia tóxica. Concluía en "paro respiratorio espontáneo o atribuible a una asfixia por causa desconocida". Y solicitaba información acerca del ambiente en que se encontraba el difunto o que había visitado poco antes de fallecer.
La respuesta se encontró en los análisis de laboratorio de los objetos de la oficina, específicamente del frasco de café solubre. Al analizar las capas superiores del café, se encontraron moléculas de una sustancia que le era extraña. Cuando se echaba, junto con el café, en agua hirviendo, se producía un gas que se mezclaba con el vapor y absorbía el oxígeno del aire, dejando una mezcla irrespirable. Cuando Walckiers se preparó el café, debió sentir cierta dificultad para respirar al llegarle el vapor. Sin duda trató de beber, absorbiendo aún más gas y se sofocó aún más. Los químicos habían podido captar la reacción pero no habían podido analizar el gas producido: se evaporaba y se descomponía en pocos segundos. Y no quedaba suficiente material extraño en el frasco o también se había descompuesto o evaporado. Si Walckiers hubiese tomado un café más cargado es posible que no hubiesen encontrado nada: el asesino había puesto el mínimo indispensable para lograr su propósito.
Juntando este informe con el de la autopsia se formaba un cuadro clínico más claro: Walckiers había estado expuesto a un gas que eliminaba el oxígeno o se combinaba con él y anestesiaba quizás en cierto modo las células pulmonares encargadas de transferir el oxígeno a la sangre, impidiendo que funcionasen adecuadamente. En otras palabras, había sido asfixiado mediante una técnica muy sofisticada, creada quizás en un laboratorio destinado a crear armas bioquímicas. Algo que alguién como Oblensky podía haber conseguido en un laboratorio de la ex-URSS.
Obviamente no había huellas dactilares en el frasco, aparte de las del mismo Walckiers y de la empleada de la limpieza. Y, como era de esperar, la esposa del ingeniero nunca había pedido que se la cambiara el café. Se volvió a interrogar a la empleada, que insistió en su explicación. No pudo reconocer la foto de la esposa y aseguró que no podía ayudar a confeccionar un retrato-robot de la mujer que le había dado el café porque estaba muy oscuro, llevaba gafas y sombrero.
Investigaron los antecedentes de la empleada. Era hija de un inmigrante venido de Turquía, que vivía también en Charleroi y tenía un pequeño restorán... donde se realizaban las reuniones del PNI local. Ella no vivía con su padre, pero era evidente que había ahí una conexión. Interrogada acerca de sus relaciones con el PNI, reconoció que su padre le había convencido de asociarse y que asistía a las reuniones cuando su trabajo se lo permitía. Reconoció que se había encontrado ahí varias veces con Walckiers y que, por ello, estaba muy dispuesta a "hacerle favores". Se le preguntó entonces si la mujer que le había dado el café no podía ser también otro miembro del partido. Pareció dudar, trató de recordar pero finalmente lo negó, volviendo a decir que seguía creyendo que era la esposa del ingeniero y que no la había visto ni oído nunca antes. El testimonio seguía siendo dudoso pero no había forma de profundizar. Pero una cosa estaba clara: los asesinos no solo disponían de extraordinarios recursos técnicos sino que habían podido ubicar con mucha rapidez la persona adecuada para llevar a cabo la misión, lo cual significaba que disponían de mucha información anterior. ¿Quién la podía tener sino el mismo PNI? ¡Otra vez Bertrand y Oblensky!