11. ( Día 11 jueves )
El día siguiente, mientras Trompel volvía a interrogar a Ronstadt, Servais llamaba al puesto de policía comunal de Bütgenbach y les explicó la situación, preguntando si habían observado algún movimiento anormal en el pueblo y donde podría eventualmente alojarse un secuestrador con su presa. Le contestaron que no había ninguna casa desocupada y que solo había un pequeñísimo hotel, al borde de la carretera, que podía recibir unos seis pasajeros y que funcionaba más como restaurante. Dijeron que iban a ir a consultar el registro de pasajeros. Un par de horas más tarde, llamaban de vuelta informando que había dos pasajeros en el hotel: un ciudadano alemán y una joven belga. Ésta parecía enferma cuando llegó y fue conducida a su habitación por el alemán y otro hombre que luego se fue. Explicaron que se había desmayado durante el viaje, que el hombre que se fue era médico y les había asegurado que no era grave y se recuperaría con un par de días de reposo. El alemán siempre le llevaba la comida a la habitación.
Servais pidió entonces una vigilancia permanente, mientras él, con un equipo, se dirigía hacia el pueblo. Llamó entonces a su ayudante y a Trompel. Tomaron un auto y partieron en dirección a la frontera alemana, ya que Bütgenbach quedaba a pocos kilómetros de ésta. También llamó al puesto fronterizo más cercano para que revisasen cada vehículo que pasase hacia el país vecino.
En el trayecto, Trompel rindió cuenta de su nuevo interrogatorio.
- Ronstadt no reconoce nada. Sigue insistiendo en que nunca fue a la casa de Brasseur. Dice que intercambió algunas palabras con un alemán en el club Cactus, pero no lo conocía de antes ni lo volvió a ver después. Ésto no puede ser cierto porque es muy difícil entrar solo al Cactus, especialmente para extranjeros. El portero es muy exigente. Solo se entra fácilmente acompañado por un cliente conocido, en grupo o con invitación. El barman solo vió al alemán con Ronstadt.
- Ya tenemos claro que miente. Habrá que revisar la escena del crímen, por si queda alguna otra pista.
- ¿Los técnicos no habrán tomado las huellas digitales en el teclado del computador?
- Deberían. Si lo hicieron, no habrán encontrado a nadie en las bases de datos.
- Pero no deben haber tenido las de Ronstadt. Se las haré tomar y se las mandaré.
Cuando llegaron al hotel cuya localización exacta la policía comunal le había dado, Servais dejó su ayudante Frenet a la entrada y pidió a los agentes locales rodear el lugar. Entró con Trompel, con la intención de subir a las habitaciones ocupadas por el sospechoso y su presa pero, al preguntar por ellos en la recepción, le indicaron que se habían ido un par de horas antes. Los policías locales debían haber llegado minutos después de su salida. Servais exigió ver el registro de pasajeros: los nombres eran los de Josefina Mousin -habían presentado su cédula de identidad- y de Otto Rosenwald. Mousin aparecía con residencia en Bruselas y Rosenwald en Aquisgrán (justo del otro lado de la frontera).
- Usaron el nombre real de la niña. ¿No es extraño? -dijo Trompel-.
- El caso no fue conocido por la prensa, así que corrían menos riesgo que registrando una identidad falsa. Me pregunto si Rosenwald es también el nombre real del secuestrador: ésto sería mucho más extraño.
- ¿Qué hacemos ahora?
- Si se fueron, hay dos posibilidades: o van a dejar a la joven en libertad, o la trasladan a otro lugar para deshacerse de ella. Voy a llamar a su padre.
- ¿No es muy arriesgado? Podrían vigilarlo todavía...
- Hizo lo que le pidieron. La suerte de la niña debe estar decidida y debe ser lo que puso al secuestrador en movimiento. Ya no les debe importar si intervenimos.
Servais no tuvo que hablar mucho e informó a sus compañeros.
- Acaban de avisarle de que pusieron a su hija en libertad. Está en una estación de servicio en la autopista a la salida de Lieja. Iba a subir a su auto para ir a recogerla, pero le dije que estabamos más cerca. La recogeremos nosotros. Vamos.
Se despidieron de la policía local y retomaron la ruta hacia Lieja. Encontraron a la joven en el lugar señalado por su padre. Servais le pidió que contara lo ocurrido.
- Después de subir al auto de mi amigo, alguién desde atrás me aplicó un paño sobre la boca y la nariz, y perdí el conocimiento. Cuando desperté, acostada, tenía los ojos vendados pero tenía los brazos y piernas libres. Me saqué la venda y ví que estaba en una habitación como de hotel, que tenía un baño privado anexo. Unas horas después entró un hombre que me dijo que no tuviera miedo, que estaba segura y no me pasaría nada. Solo me pidió que no hiciera ninguna tontería; debía tener paciencia y pronto me pondrían en libertad.
- ¿Quién la recogió, para que se subiera tan fácilmente al auto?
- Era el hijo de un colega de mi padre. He salido varias veces con él a una que otra fiesta.
- ¿Pudo ver donde había estado cuando la sacaron para soltarla?
- Era un pequeño hotel. No pude reconocer la ciudad: nunca había estado ahí. Pero al salir de ella ví que llegabamos a un cruce donde se indicaba hacia Verviers y hacia Lieja. Tomaron la dirección de Lieja y, después de media-hora, me dejaron en esa bomba de bencina. El hombre que me había atendido, y que manejaba el auto, me pidió disculpas y reiteró que nunca había estado en peligro. Nunca ví a otra persona.
Noticia del 23/09/2013: Stephen Hawking aseguró durante el rodaje de un documental que «el cerebro es como un programa en la mente, que es como un ordenador, por lo que en teoría es posible copiar el cerebro a una computadora y proporcionar así una forma de vida después de la muerte», según el diario The Guardian.