En el bar "La Campana de Plata", que estaba cerca de la sede del partido Ecolo, en la misma avenida de Marlagne, en Namur, se había producido una pelea, aparentemente entre miembros del partido, que acostumbraban ir a beber ahí, y opositores que los acusaban del ataque a la Bolsa de Bruselas. El barman había llamado a la policía comunal y ésta había llegado a tiempo para detener los foragidos mientras un par de heridos eran enviados al hospital regional, en la avenida Alberto 1°.
Cuando compararon los datos de los detenidos con la lista de personas buscadas, vieron que las huellas digitales de uno de ellos correspondían con las de Christian Verbeeck, el hombre buscado por la bomba de "Los Verdes" en Bruselas. Se avisó de inmediato a Servais y el prisionero fue transferido a la prisión de Saint-Gilles, en la capital.
Cuando Trompel, el día siguiente, llegó a la prisión de Saint-Gilles, se encontró con que el detenido había salido en libertad.
- ¿Cómo es ésto posible? ¡No ha habido juicio y ni siquiera ha sido interrogado!
- No es lo que indica nuestro registro. En el sistema informático aparece que estuvo en detención provisoria y que se ordenó ayer su puesta en libertad.
- ¿Quién dió esta orden?
- Debe haber sido ingresada al sistema en una oficina de la procuraduría. O en la central de la PJ. Nadie más tiene acceso al sistema.
- Me parece muy extraño. No puede haber sido en la PJ, ya que vengo de ahí con orden de interrogarlo. Y no nos llegó ninguna comunicación de la procuraduría al respecto. Tendremos que ordenar una investigación de lo ocurrido.
- De acuerdo. Nosotros no podemos hacer nada al respecto. Si vemos en el sistema que un preso ya no tiene orden de detención, tenemos la obligación de liberarlo.
- Lo sé. Pero aquí pasó algo extraño y vamos a tener que averiguar por qué.
Cuando dió cuenta de ello a Servais, éste emitió una nueva orden de búsqueda y captura.
- Dió una dirección de la Calzada de Charleroi, en Namur. Él sería tonto de volver ahí, pero puede haber dejado pistas. Pediré a nuestra oficina allá que manden a alguién a revisar.
El inspector de Namur encontró que la dirección dada era del "Hotel Boutonbourg". En el último piso estaba la habitación que había sido ocupada por el delincuente. Tenía el techo que bajaba en pendiente encima de la cama, obligando a sentarse en ella al lado del velador, para no golpearse la cabeza. También tenía una viga que cruzaba la pieza a la altura de la cabeza, obligando a cruzar la habitación con mucho cuidado. Todo ello explicaba sin duda el módico precio de la habitación. No había quedado -o habido- equipaje alguno. Y, aunque el recepcionista había señalado que la pequeña caja fuerte personal no funcionaba, la encontró cerrada. Por lo tanto, pidió la visita de un técnico de la PJ para forzar la apertura de la caja fuerte y averiguar si el sospechoso había dejado ahí algún elemento incriminatorio.
Mientras tanto, en la Central, Trompel se había ido al Departamento de Delitos Informáticos con la orden de investigar que le dió el comisario. Así, un par de horas más tarde, supo que cinco presos relacionados con movimientos ecologistas habían sido puestos en libertad y que los antecedentes penales de varios otros habían sido borrados. Reponer la situación previa no sería problema gracias a los procedimientos de respaldo de la información. Correspondía ahora buscar cómo se habían producido los cambios. O bien los cortafuegos de la red habían sido penetrados desde el exterior o bien alguién había usado una clave válida para ingresar y hacer los cambios.
Ya era tarde y tuvo que esperar el día siguiente para obtener el resultado de la indagación. La red informática del Poder Judicial no había sido "hackeada", sino que se había utilizado una contraseña válida en el computador de una secretaria de la procuraduría de Nivelles, algo extraño porque ninguno de los delincuentes había sido citado ahí. Y la intervención había ocurrido a las nueve de la noche, lo cual también era poco habitual. Dado que el mismo procurador real (juez local) podía verse involucrado, Servais fue personalmente a entrevistar a éste y a su secretaria. Ambos declararon haber dejado la oficina antes de las siete. Pero a esta hora se hacía el aseo. La encargada era una mujer mayor y dudaban mucho que de fuese capaz de manejar el computador, menos aún la aplicación que controlaba el acceso al sistema en línea. Servais preguntó, tanto al procurador como a la secretaria, donde guardaban su contraseña. El juez la había memorizado y no mantenía copia alguna. La secretaria admitió que la clave era muy compleja y que la había anotado en un "post-it" pegado debajo de su teclado, lo cual constituía una falta gravísima. Cualquier persona que entrase a su oficina en su ausencia podía así acceder a ella. Si se verificaba la coartada de ambos, estaba claro que la aseadora se transformaba en la principal sospechosa.
Servais encargó a un inspector de la PJ local verificar las coartadas e interrogar a la aseadora. Ésta fue invitada a concurrir a su lugar de trabajo más temprano que de costumbre "para recibir instrucciones". Fue interrogada por el inspector acerca de su trabajo. Dijo no saber nada de computación y que nunca había hecho funcionar las máquinas. Presionada acerca de si había dejado entrar a alguién, reconoció que le iba a buscar algunas veces un sobrino "que estudiaba informática", pero que nunca había entrado a la oficina del magistrado. La esperaba en la salita de la secretaria, pero no le había visto nunca encender el computador. El día de la intervención se había ido, decía, en torno a la ocho y media. Y su sobrino la había ido a dejar a casa, cerca de su propia residencia. Dió el nombre y dirección del nuevo sospechoso.
El inspector obtuvo inmediatamente del procurador una orden de registro y fue a visitar al joven, Charles Mérotte. Lo encontró tecleando en su máquina, en una pieza llena de artefactos electrónicos que, para él, eran desconocidos. El "estudiante" alegó no saber nada y rehusó contestar las preguntas acerca de los aparatos. El policía fotografió todo, retiró el computador y se llevó detenido al aparente pirata, no sin dejar sellos prohibiendo la entrada a la habitación.
El día siguiente, un ingeniero del Departamento de Delitos Informáticos fue a revisar la habitación del pirata. Hizo una lista de todos los aparatos, con los modelos y números de serie. Le quedó muy claro que el detenido era un "pirata" computacional pero solo un estudio a fondo de su computador demostraría si era un aficionado o un avezado "hacker".