En el escritorio de De la Rue había numerosos papeles y cuadernos de notas que contenías principalmente gráficos y algunos planos trazados a mano alzada. Trompel se dispuso a revisar los cajones. Al abrir el primero de la derecha, descubrió lo que parecía un libro con encuadernación de cuero sin inscripción alguna en la tapa, así como un pequeño reloj de arena, cuyas ampollas de vidrio estaban engarzadas en soportes de parecían de bronce, con extraños grabados. Para acceder al libro, sacó el reloj y lo puso sobre la mesa, dándole vuelta para que escurriera la arena. En este instante pareció producirse una ligera vibración y tuvo la sensación de bajar por una ascensor de alta velocidad. Al mismo tiempo, en la tapa del libro, se iluminaba una figura que representaba también un reloj de arena, aunque estilizado. Y, debajo, una palabra que no entendía, en caracteres latinos como los utilizados en los antiguos monumentos romanos. Abrió el libro. La primera página era idéntica a la portada, como era de esperar. Las siguientes estaban cubiertas de texto, con la mismo tipografía, pero en un idioma que no entendió aunque le parecía bastante parecido al latín.
Cerró el libro. La arena terminaba también su caída en el reloj y al detenerse, desaparecieron la figura y el texto de la tapa.
Se puso luego a examinar los planos y gráficos, descubriendo que representaban las catacumbas de París en distintas épocas de la historia. [Los planos incluídos provienen de http://www.catacombes.explographies.com/]
En uno de los cuadernos, que se puso a revisar con detención, encontró explicaciones relativas a dichos mapas así como un folleto publicado por el Oficio de Turismo acerca de estas catacumbas, que señalaba lo siguiente:
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"Cada uno puede visitar las Catacumbas Oficiales de París en Denfert-Rochereau. Pero son solo una pequeña parte de unos 300km de galerías qui corren bajo la capital francesa. Forman parte del imaginario parisino, presentado en novelas y películas. Las galerías de inspección tienen 135km, con 91km bajo calles y 44 bajo jardines, edificios y -mayormente- lugares públicos. Se les deben agregar unos 150km bajo terrenos privados, algunas veces en niveles superpuestos.
El origen de estas catacumbas se remonta al final del siglo XVIII, con antiguas canteras que fueron seleccionadas para depositar esqueletos y huesos retirados del viejo cementerio de los Inocentes entre 1786 y 1788. Otras galerías corresponden a los trabjos de consolidación de vías públicas debilitadas por las canteras." (de http://cata.riffzone.net/ y http://www.catacombes-de-paris.fr/)
El cuaderno también contenía, al final, un dibujo a mano de una pequeña sección de galerías, cuyo punto de inicio estaba referenciado en uno de los planos oficiales, pero le añadía elementos que no estaban en el plano aludido, que era de los túneles de la red que era permitido visitar. Trompel se propuso dirigirse el día siguiente a este lugar para tratar de descubrior porqué lo había agregado el arqueólogo.
Siguiendo el plano que había encontrado en el cuaderno de De La Rue, llegó a un pequeño pasaje, al que cordón indicaba la inconveniencia de ingresar. Pasó el cordón y, al fondo, después de unos pasos en la oscuridad, descubrió gracias a la linterna que había tenido la precaución de traer una puerta simulada en la pared de piedra. Al centro de la misma aparecía el dibujo que había visto en la tapa del libro. Sacó de su bolsillo el reloj de arena y le dió vuelta. La figura de la pared empezó a brillar y el pórtico se hizo translúcido. Extendió la mano y no encontró resistencia. Siguió avanzando y, casi sin darse cuenta, atravesó la "puerta", sintiendo como si una leve corriente eléctrica le recorriera el cuerpo. Se encontró en una gran sala con columnas luminescentes perfectamente cilíndricas. Se volvió para mirar por donde había pasado: el pórtico se estaba volviendo nuevamente sólido y llevaba la misma figura. Pero, de este lado, estaba adornado con complejos grabados y estaba encima de una plataforma a la cual se accedía por varias gradas, como si fuese un escenario. La arena había dejado de fluir en su reloj, y se lo echó al bolsillo. Descendió las gradas y avanzó. Las columnas iluminaban la sala, pero sin encegecerlo. Siguó avanzando, viendo a al distancia un pasillo que, sin duda, daba otro acceso a esta sala. Pero se encontró bruscamente rodeado por media docena de hombres vestidos de túnicas blancas ceñidas a la cintura y con extraños cascos con visera transparente que lo apuntaban cada uno con una especie de escopeta con un cañon en forma de trompeta.
- ¿Qui sunt vostro? ¿Quo fassad aquo?
No conocía esta lengua pero parecía fácil de entender. Trató de explicarse, pero quedó claro que no lo entendían.