Aunque Trompel había sido alejado de la investigación debido a su vínculo personal, no se resignaba a dejar todo en manos de sus colegas, por más empeñosos que se pusieran. El hecho de que ahora disponía de una pista exclusiva lo empujaba aún más, sobretodo porque no tenía ningún caso urgente entre-manos.
Llamó al día siguiente a su nuevo contacto, el señor Weinants, que le indicó la hora en que sería más probable encontrar al "objeto de su interés": poco antes de las seis de la tarde -como no-, hora en que acostumbraba llegar, de lo que sea que hiciese, para encerrarse hasta el día siguiente. Así que, a la cinco y media, el detective entraba en la casa de la calle Vanderkinderen, cerca de la Calzada de Waterloo, donde el dueño le contó algunas otras peculiaridades de su arrendatario. El detecive no quiso adelantar nada de lo que ya había investigado en los casos anteriores y dejó que su interlocutor expusiera sus propias teorías. Pero fue pronto interrumpido al oír que el esperado arrendatario entraba en la casa. Preparado, Trompel salió de inmediato al vestíbulo, despidiéndose del propietario y saludando cortésmente al hombre que entraba, del que sabía ahora que se hacía llamar Jean Bonnier. Éste no mostró ningún signo de turbación, lo cual era muy prometedor. El detective había convenido con el dueño que -si no ocurría nada- éste último comentaría en seguida que la persona que salía era un posible nuevo arrendatario para el piso libre. Weinants le dijo, a modo de comentari:o
- ¿Qué le parece? ¡Vamos a tener a otro soltero en la casa!
- Por mí, no hay problema. Lo de los arriendos es cosa suya. Cada uno en lo suyo, y ésto vale para el nuevo también.
Una hora más tarde, el propietario informaba a Trompel que no parecía haber problema y éste decidió ir a instalarse el día siguiente. Felizmente era un pequeño dos ambientes amoblado, por lo que le bastaba llevarse un poco de ropa y su laptop.
Una vez instalado, aprovechó así sus días libres para analizar toda la información con que ya contaba acerca de la serie de asesinatos. Y a calcular los momentos más oportunos para encontrarse con Bonnier en las escaleras, en el vestíbulo o en la vereda, a la entrada de la casa. O incluso en el almacén de la esquina. Llevaba una detallada cuenta de todas las costumbres y del ir y venir del sospechoso. Así, de un simple saludo, fueron pasando a algunos comentarios acerca del clíma y luego de hechos del acontecer local.
Bonnier tuvo la mala idea de comentar al detective que le gustaba ir a pasear al bosque de La Cambre, a un par de cuadras de la casa, especialmente para mirar a las jóvenes.
- ¿Y por qué al bosque? -preguntó Trompel- si las puede ver en todas partes.
- Es que ahí, uno puede mirar sin ser visto. En la calle, a uno lo condenan en seguido cuando mira fijo a una mujer jóven...
El comentario le dió que pensar al detective. Decidió buscar la forma de averiguar si Bonnier tenía algún antecedente judicial. Para ésto necesitaría sus huellas. Sabía donde conseguirlas: había visto como apoyaba su mano en la puerta de su departamento al abrirla, así que podría levantarlas ahí en las horas en que el sospechoso se ausentaba.
Como planeado, Trompel consiguió las huellas de Bonnier en su puerta. Después de levantarlas, las fue a escanear a su casa -tratando de superar los recuerdos- y, de vuelta a su nueva residencia, las investigó a través de su portátil con conexión WiFi en la base de datos de la PJ y luego de Interpol. Lamentablemente, Bélgica no toma las huellas dactilares de todos sus ciudadanos, como hacen otros países, por lo que no es posible consultarlas fuera de los registros de criminales. La policía belga no conocía a Bonnier. Pero, aunque no lo esperaba, encontró antecedentes en los registros de Interpol, descubriendo el apellido verdadero de Bonnier: Bonneau, y sus antecedentes penales: condenado en Francia a cinco años por pedofilia, liberado hace tres años después de cumplir la sentencia y sin antecedentes posteriores. ¿Había pasado de la contemplación de niños a la de jovencitas? ¿Y al asesinato? El uso de un nombre falso podía ser una excusa para interrogarlo, pero de hacerlo Trompel quedaría al descubierto y prefería seguir en el anonimato. Los antecedentes no eran suficientes aún para arrestarlo y acusarlo, convenía más seguir investigándolo. Trompel decidió seguirlo discretamente.
El siguiente día libre de Bonnier, Trompel, debidamente caracterizado para no ser reconocido, se las arregló para seguir al hombre al bosque donde iba a realizar sus "observaciones". Había salido poco antes de la hora de almuerzo y tomó el sendero que conducía a la laguna y se apostó cerca del embarcadero del pequeño transbordador que llevaba a las personas al restaurante de la isla central. Era, sin duda, la hora de más afluencia -aunque no tan masiva como en fines de semana-, y el mejor lugar para observar a la gente, que debía juntarse ahí a la espera del transporte. El detective vió que el sospechoso llevaba un minúsculo monocular de largavista, el que le permitía sin duda apreciar de mejor forma el aspecto de sus posibles víctimas.
Llamó al día siguiente a su nuevo contacto, el señor Weinants, que le indicó la hora en que sería más probable encontrar al "objeto de su interés": poco antes de las seis de la tarde -como no-, hora en que acostumbraba llegar, de lo que sea que hiciese, para encerrarse hasta el día siguiente. Así que, a la cinco y media, el detective entraba en la casa de la calle Vanderkinderen, cerca de la Calzada de Waterloo, donde el dueño le contó algunas otras peculiaridades de su arrendatario. El detecive no quiso adelantar nada de lo que ya había investigado en los casos anteriores y dejó que su interlocutor expusiera sus propias teorías. Pero fue pronto interrumpido al oír que el esperado arrendatario entraba en la casa. Preparado, Trompel salió de inmediato al vestíbulo, despidiéndose del propietario y saludando cortésmente al hombre que entraba, del que sabía ahora que se hacía llamar Jean Bonnier. Éste no mostró ningún signo de turbación, lo cual era muy prometedor. El detective había convenido con el dueño que -si no ocurría nada- éste último comentaría en seguida que la persona que salía era un posible nuevo arrendatario para el piso libre. Weinants le dijo, a modo de comentari:o
- ¿Qué le parece? ¡Vamos a tener a otro soltero en la casa!
- Por mí, no hay problema. Lo de los arriendos es cosa suya. Cada uno en lo suyo, y ésto vale para el nuevo también.
Una hora más tarde, el propietario informaba a Trompel que no parecía haber problema y éste decidió ir a instalarse el día siguiente. Felizmente era un pequeño dos ambientes amoblado, por lo que le bastaba llevarse un poco de ropa y su laptop.
Una vez instalado, aprovechó así sus días libres para analizar toda la información con que ya contaba acerca de la serie de asesinatos. Y a calcular los momentos más oportunos para encontrarse con Bonnier en las escaleras, en el vestíbulo o en la vereda, a la entrada de la casa. O incluso en el almacén de la esquina. Llevaba una detallada cuenta de todas las costumbres y del ir y venir del sospechoso. Así, de un simple saludo, fueron pasando a algunos comentarios acerca del clíma y luego de hechos del acontecer local.
Bonnier tuvo la mala idea de comentar al detective que le gustaba ir a pasear al bosque de La Cambre, a un par de cuadras de la casa, especialmente para mirar a las jóvenes.
- ¿Y por qué al bosque? -preguntó Trompel- si las puede ver en todas partes.
- Es que ahí, uno puede mirar sin ser visto. En la calle, a uno lo condenan en seguido cuando mira fijo a una mujer jóven...
El comentario le dió que pensar al detective. Decidió buscar la forma de averiguar si Bonnier tenía algún antecedente judicial. Para ésto necesitaría sus huellas. Sabía donde conseguirlas: había visto como apoyaba su mano en la puerta de su departamento al abrirla, así que podría levantarlas ahí en las horas en que el sospechoso se ausentaba.
Como planeado, Trompel consiguió las huellas de Bonnier en su puerta. Después de levantarlas, las fue a escanear a su casa -tratando de superar los recuerdos- y, de vuelta a su nueva residencia, las investigó a través de su portátil con conexión WiFi en la base de datos de la PJ y luego de Interpol. Lamentablemente, Bélgica no toma las huellas dactilares de todos sus ciudadanos, como hacen otros países, por lo que no es posible consultarlas fuera de los registros de criminales. La policía belga no conocía a Bonnier. Pero, aunque no lo esperaba, encontró antecedentes en los registros de Interpol, descubriendo el apellido verdadero de Bonnier: Bonneau, y sus antecedentes penales: condenado en Francia a cinco años por pedofilia, liberado hace tres años después de cumplir la sentencia y sin antecedentes posteriores. ¿Había pasado de la contemplación de niños a la de jovencitas? ¿Y al asesinato? El uso de un nombre falso podía ser una excusa para interrogarlo, pero de hacerlo Trompel quedaría al descubierto y prefería seguir en el anonimato. Los antecedentes no eran suficientes aún para arrestarlo y acusarlo, convenía más seguir investigándolo. Trompel decidió seguirlo discretamente.
El siguiente día libre de Bonnier, Trompel, debidamente caracterizado para no ser reconocido, se las arregló para seguir al hombre al bosque donde iba a realizar sus "observaciones". Había salido poco antes de la hora de almuerzo y tomó el sendero que conducía a la laguna y se apostó cerca del embarcadero del pequeño transbordador que llevaba a las personas al restaurante de la isla central. Era, sin duda, la hora de más afluencia -aunque no tan masiva como en fines de semana-, y el mejor lugar para observar a la gente, que debía juntarse ahí a la espera del transporte. El detective vió que el sospechoso llevaba un minúsculo monocular de largavista, el que le permitía sin duda apreciar de mejor forma el aspecto de sus posibles víctimas.