26/10/10

La conspiración 7.5.

El comisario Servais fue finalmente informado de que el motorista que había sido herido cuando trataba de asesinar al edecán real estaba en condiciones de sufrir un interrogatorio severo. Se traslado al hospital, haciéndose acompañar por Trompel, totalmente repuesto ... y disfrazado. Le dejaron de inmediato en claro cual era su situación: estaba inculpado de intento de asesinato y de conspiración subversiva. Y conocían su verdadera identidad así como sus actividades anteriores en la RDA. Después de su condena en Bélgica, si aún seguía vivo, sería extraditado a Alemania, donde respondería por los crímenes que se le atribuían como agente de la STASI. El hombre quiso negar su identidad, pero Servais le señaló los elementos de prueba recibidos de la policía alemana. El comisario le ofreció entonces retirar el cargo de conspiración si denunciaba quién le había encargado el atentado y daba pruebas que permitieran incriminarlo.

- ¿No le habrá enviado Oblensky por casualidad? Es un hombre muy interesante. Que tuvo contactos con la STASI. ¡Lo debe haber conocido ahí! ¿O no?

El hombre trató de esconder su sorpresa, pero sus Servais era un experto observador y supo que había asertado. Pero aún así el delincuente se negó a hablar. Trompel sacó entonces un frasco de café soluble de su bolsillo y pidió a una enfermera que le trajera agua hirviendo para preparar café. El herido empezó a ponerse nervioso.
- Vamos a tomar un poco de café. Ud primero. Supongo que le gustará esta marca -le dijo Trompel, mostrándole un frasco idéntico al que habían encontrado en la oficina de Walckiers. Cuando iba a sacar una cucharada, el asesino se sobresaltó.
- ¡No lo haga! ¡No quiero café!
- ¿Qué pasa? ¿No le gusta esta marca?
- ¿Me quiere matar? ¡Prefiero la cárcel! Pero deben detener a Oblensky, sino él mismo me mandará matar. Podría haberlo hecho ya. Tiene muchos recursos. Como este café asfixiante.
- ¿Un café asfixiante? ¿Qué patraña es ésta?
- ¡Ud lo sabe muy bien! Lo ha traído a propósito. Oblensky lo ha usado más de una vez. Y lo tenía en la casa de la calle de la Prospérité. Lo he visto usar ahí con un agente imprudente, como lo había hecho en Berlín-Este.
- ¡Así que es ahí donde se esconde y ud ha estado ahí!
- Es donde Oblensky se junta con sus agentes. Nunca se queda ahí más de unas horas. Nadie sabe donde se reside realmente.
- ¿Cómo llega ahí?
- Como todos: a pie.
- ¿Y cómo se va?
- Del mismo modo. ¿Qué pregunta es ésta? ¿Cree que puede volar?
- ¿Cómo se comunican con él?
- Normalmente él nos llama. Pero si hay algún problema, tenemos un número de teléfono, que se nos recomienda usar solo en caso de real emergencia y usando metáforas o claves.

Anotaron el número, que investigarían. Siguieron con algunas otras preguntas acerca de las otras personas que el hombre había visto ahí. Todas usaban seudónimos, lo cual no era muy útil. Y nadie hablaba de lo que hacía. Las conversaciones con Oblensky eran generalmente a solas. Se mantenía la incógnita acerca de cómo se escabullía Oblensky. Pero ya se podía lanzar una orden de detención contra él. Y podrían registrar la casa y arrestar a sus ocupantes cuando quisieran.

El número de teléfono era de una línea fija y correspondía efectivamente a la casa de la calle de la Prospérité donde había escabullido Oblensky. La observaron por un día más y luego decidieron pasar a la acción. Un completo equipo de policías invadió la casa con una orden de cateo y de detención de sus ocupantes. Encontraron tres personas que parecían vivir ahí en forma permanente -un matrimonio con un hijo de doce años- y dos otras personas, una de las cuales habían visto entrar una hora antes. La otra debía estar ahí desde hace varios días, sin haber salido a la calle. Ya habían observado el matrimonio yendo y viniendo en el barrio y el hijo ir a una escuela pública cercana.

Todos fueron llevados al cuartel de la PJ más cercano donde pasaron los controles de identificación y, luego, fueron duramente interrogados uno a uno. Mientras tanto, un equipo técnico revisaba todo el contenido de la casa y recogía las huellas digitales. También estudiaron detenidamente el sótano donde, debajo de la aparente tapa de cemento de un pozo, encontraron una escala y luego un estrecho túnel de más de cincuenta metros. Otra escala subía hacia un subterráneo parecido, perteneciente -como sospechaban- a una casa de la calle Darimont. Detuvieron el único ocupante de la casa.

19/10/10

La conspiración 7.4.

En Charleroi, entretanto, interrogaban al personal de limpieza que había trabajado durante la noche y, muy especialmente, a las dos mujeres que habían entrado en la oficina de Walckiers, según constaba en los videos de seguridad. Se les pidió que relataran en detalle cada uno de sus pasos, sin olvidar detalle alguna. Una de ellas mencionó entonces que, a poco de entrar, "cambió el tarro de café soluble" en la mesa detrás del escritorio. El detective insistió entonces:
- ¿Cambia este tarro todos los días?
- Claro que no. Llevamos varios en el carrito de limpieza, para las distintas oficinas. Revisamos los tarros y cambiamos los que están vacíos.
- ¿Y el tarro del señor Walckiers estaba vacío?
- En absoluto. Pero en el momento en que yo entraba a trabajar se me acercó su esposa y me dió un frasco pidiéndome que lo pusiera en la oficina de su marido, como una sorpresa, porque recién le había dicho que le gustaba más esta marca que la que ponía la empresa. Por ésto lo llevé y lo puse en lugar del tarro antiguo.
- ¿Conoce ud a la señora Walckiers? ¿La había visto antes?
- No. Ella se presentó.
- ¿Supongo que no le dió ninguna prueba de quién era?
- ¿Y por qué lo habría hecho? ¿Debemos desconfiar de todo el mundo?
- Sería mejor desconfiar un poco y verificar. ¿No ve que el señor Walckiers murió? ¡Espero para ud que no sea por culpa de ese famoso café, porque lo ocurrido es muy sospechoso!
- ¿Es que el señor Walckiers no murió de un ataque al corazón?
- Yo no la estaría interrogando si ésto fuera cierto, ¿no le parece?
- ¡Por Dios! ¿Asesinado?
- No se lo puedo asegurar pero es desgraciadamente posible. Ahora, por favor, no vaya por allá contando historias y, sobre todo, no hable a nadie más del frasco del café. ¿Han cambiado algún otro anoche?
- No señor, ninguno.
- ¡Menos mal!

El policía despidió a la mujer recomendándole una vez más que guarde reserva. No le llamó la atención que tuviera un nombre árabe. Muchos empleados de limpieza pertenecían a la comunidad musulmana. Quien se fijó en este detalle fue el comisario Servais, cuando recibió una transcripción del interrogatorio.

Cuando Servais recibió este informe venía acompañado con los resultados de la autopsia y del análisis de laboratorio de lo que se había encontrado en la oficina de Walckiers. La autopsia había demostrado que no había huella alguna de infarto. Lo único que podía ser relativamente anormal era el aspecto de los lóbulos de los pulmones: parecían algo comprimidos, como si el hombre se hubiese asfixiado. Pero el análisis químico no mostraba ninguna sustancia tóxica. Concluía en "paro respiratorio espontáneo o atribuible a una asfixia por causa desconocida". Y solicitaba información acerca del ambiente en que se encontraba el difunto o que había visitado poco antes de fallecer.

La respuesta se encontró en los análisis de laboratorio de los objetos de la oficina, específicamente del frasco de café solubre. Al analizar las capas superiores del café, se encontraron moléculas de una sustancia que le era extraña. Cuando se echaba, junto con el café, en agua hirviendo, se producía un gas que se mezclaba con el vapor y absorbía el oxígeno del aire, dejando una mezcla irrespirable. Cuando Walckiers se preparó el café, debió sentir cierta dificultad para respirar al llegarle el vapor. Sin duda trató de beber, absorbiendo aún más gas y se sofocó aún más. Los químicos habían podido captar la reacción pero no habían podido analizar el gas producido: se evaporaba y se descomponía en pocos segundos. Y no quedaba suficiente material extraño en el frasco o también se había descompuesto o evaporado. Si Walckiers hubiese tomado un café más cargado es posible que no hubiesen encontrado nada: el asesino había puesto el mínimo indispensable para lograr su propósito.

Juntando este informe con el de la autopsia se formaba un cuadro clínico más claro: Walckiers había estado expuesto a un gas que eliminaba el oxígeno o se combinaba con él y anestesiaba quizás en cierto modo las células pulmonares encargadas de transferir el oxígeno a la sangre, impidiendo que funcionasen adecuadamente. En otras palabras, había sido asfixiado mediante una técnica muy sofisticada, creada quizás en un laboratorio destinado a crear armas bioquímicas. Algo que alguién como Oblensky podía haber conseguido en un laboratorio de la ex-URSS.

Obviamente no había huellas dactilares en el frasco, aparte de las del mismo Walckiers y de la empleada de la limpieza. Y, como era de esperar, la esposa del ingeniero nunca había pedido que se la cambiara el café. Se volvió a interrogar a la empleada, que insistió en su explicación. No pudo reconocer la foto de la esposa y aseguró que no podía ayudar a confeccionar un retrato-robot de la mujer que le había dado el café porque estaba muy oscuro, llevaba gafas y sombrero.

Investigaron los antecedentes de la empleada. Era hija de un inmigrante venido de Turquía, que vivía también en Charleroi y tenía un pequeño restorán... donde se realizaban las reuniones del PNI local. Ella no vivía con su padre, pero era evidente que había ahí una conexión. Interrogada acerca de sus relaciones con el PNI, reconoció que su padre le había convencido de asociarse y que asistía a las reuniones cuando su trabajo se lo permitía. Reconoció que se había encontrado ahí varias veces con Walckiers y que, por ello, estaba muy dispuesta a "hacerle favores". Se le preguntó entonces si la mujer que le había dado el café no podía ser también otro miembro del partido. Pareció dudar, trató de recordar pero finalmente lo negó, volviendo a decir que seguía creyendo que era la esposa del ingeniero y que no la había visto ni oído nunca antes. El testimonio seguía siendo dudoso pero no había forma de profundizar. Pero una cosa estaba clara: los asesinos no solo disponían de extraordinarios recursos técnicos sino que habían podido ubicar con mucha rapidez la persona adecuada para llevar a cabo la misión, lo cual significaba que disponían de mucha información anterior. ¿Quién la podía tener sino el mismo PNI? ¡Otra vez Bertrand y Oblensky!

12/10/10

La conspiración 7.3.

A la vuelta del almuerzo, el comisario encontró al policía de Charleroi esperándolo en su oficina. A pesar de sus múltiples preguntas, no logró saber mucho más que lo que ya había leído en el resumen escrito. A lo más, que Walckiers no parecía particularmente inquieto y no había aludido a la conveniencia de obtener protección. Al parecer, no pensaba que los confabulados podrían sospechar de él. Pero era evidente que su entrevistador había equivocado su enfoque, centrándose más en el asunto del fraude electoral que en la denuncia de las intenciones de asesinar a la diputada. También quedaba claro que parecía ser la primera vez que Walckiers había oído hablar de algo semejante.

Servais reprendió al detective y le señaló que ese error quedaría estampado en su hoja de servicio. Luego lo despidió, recordándole que debían informarle de inmediato de cualquier resultado o descubrimiento que hicieran en Charleroi acerca del caso. Luego abrió el sobre de Walckiers y se puso a leer.

El sobre contenía tres documentos diferentes: una hoja referida a la forma en que se realizaba el fraude electoral, una serie de páginas impresas que eran una suerte de bitácora de reuniones y otro par de hojas escritas a mano que relataban la última reunión de los directivos del PNI en que se había aludido al asesinato de Paula Darbée. Firmadas por Walckiers, eran el documento acusatorio que respaldaba la denuncia hecha a la PJ de Charleroi. Lo introducía señalando que lo escribía a mano por razones de seguridad porque no quería dejar rastro de ello en una computadora y quería asegurar al máximo su autenticidad en caso de que fuese necesario. Decía que si hablaban así de Darbée y que si ya habían mandado matar -como sospechaba- al periodista Trompel que le había interrogado acerca de la confiabilidad del sistema de votación electrónica, su propia seguridad podía verse comprometida en el futuro. Era también la razón por la que dejaba estos documentos en su caja fuerte. Esta declaración estaba fechada el día anterior a su muerte.

La información sobre el fraude era muy breve: indicaba los pocos números de las líneas del código en lenguaje C++ que debían ser borradas para restituir la integridad del código original. En los miles de líneas de código, habría sido muy difícil detectar las líneas apócrifas sin dicha indicación. Y, dado que el programa se intalaba en las máquinas después de ser compilado, era imposible corregir dichas copias: era indispensable corregir el programa-fuente (conservado en una caja de fondo de la empresa) y recompilarlo para luego reinstalarlo en las máquinas.

Servais se dedicó luego a leer el documento más largo: la bitácora era una resumen de lo tratado en reuniones en los últimos dos años. Los asistentes eran siempre los mismos: Bertrand, Durand, Verstappen, Ibn Sahlad, Daems y Walckiers. Aclaraba que ellos eran los que controlaban el PNI y que Daems, aunque oficialmente su presidente, no era más que un comparsa, como él mismo. Los verdaderos jefes eran Bertrand, Durand y Verstappen, que llamaba "el núcleo". No le quedaban claros los intereses de Ibn Sahlad, que actuaba como co-financista y, al parecer, procuraba el apoyo de parte de la comunidad musulmana.

Aparte de los delitos señalados por Walckiers, que aparecían en las últimas reuniones, se hacía evidente que el PNI tenía un programa diferente y mucho más radical que el profusamente publicitado. Era el que Trompel había detectado en los mensajes de los "republicanos", totalmente coherentes con lo que se había discutido en las reuniones relatadas por el ingeniero. No mencionaba órdenes de asesinato, pero la temática de la "supresión de la aristocracia" y las felicitaciones en los casos de los atentados eran recurrentes por lo que la hipótesis de "trabajos" mandatos por este grupo, posiblemente a través de Bertrand y Oblensky, se veía claramente reforzada.

6/10/10

La conspiración 7.2.


**El fragmento siguiente faltó al insertar el 7.2.**

Bertrand llamó de inmediato a Oblensky a su teléfono celular. Por suerte para él, éste se encontraba en Bélgica y la cita quedó fijada para tres horas más tarde. Se reunieron como de costumbre en "La Mort Subite". Y, como otras veces, fueron observados por uno de los detectives de la DST que vigilaba a Bertrand. Sabía que el ruso no era trigo limpio y que, sin duda ambos estarían tramando algo turbio. Advertido de la importancia de descubrir el paradero de Oblensky y sus actividades, avisó por teléfono móvil a la central de la DST y un pequeño equipo fue enviado para asegurar el seguimiento. El ruso, que nunca había sido descubierto en actos delictuales, sabría sin duda descubrir seguimientos, lo que hacía necesario un trabajo de equipo coordinado por radio.

-Te agradezco lo que hiciste con ese reportero. Ya debes haber recibido el pago acordado - le dijo Bertrand después de sentarse con él y encargar una cerveza-. Pero tenemos un nuevo problema. Walckiers, el ingeniero que se ocupaba de las máquinas de votación, nos ha traicionado. Ha contado todo a la policía judicial: lo del fraude electoral y una conversación que tuvimos acerca de un posible atentado contra una diputada. Y dió los nombres de quienes controlamos el Partido Nueva Independencia. Felizmente no sabe nada de los tratos contigo ni de nuestras acciones contra los aristócratas. Pero de seguro la policía nos va a interrogar. Incluso me extraña de que no lo haya hecho ya. Es imprescindible deshacernos de Walckiers para que no siga hablando y no pueda prestar testimonio. Pero no puede de ninguna manera parecer un asesinato. Tiene que ser una muerte natural o un accidente que no pueda levantar sospechas.
- No hay problema. Ya sabes que tengo muchos recursos. Y los especialistas para estos trabajos no faltan. ¿Cuándo quieres que se solucione ésto?
- Cuanto antes mejor, ya que la policía lo puede citar en cualquier momento para interrogarlo más a fondo.
- De acuerdo. Lo haremos cuanto antes.
- Bien. Pero que no sea como el primer atentado contra el periodista. ¡Nada de fallas!
- Puedes estar seguro. Pero te costará más caro.
- Si los resultados son satisfactorios, valdrá la pena.

Oblensky fijó un monto que Bertrand aceptó. Terminaron su copa y se retiraron.

El equipo de detectives siguió al ruso para varias callejuelas del centro. Entró en varios edificios con múltiples salidas, se detenía bruscamente, volvía sobre sus pasos, cruzaba las calles a la carrera: técnicas típicas para deshacerse de un seguidor, pero muy conocidas por el equipo que se adelantaba a sus movimientos. Finalmente, después de un breve recorrido en metro, salió de la estación Comte de Flandres, siguió por la calle Sainte-Marie y dobló en la calle de la Prospérité, donde entró en el número 17. Poco después, otro de sus seguidores pasaba mirando discretamente las casas del frente, buscando donde podrían instalar un puesto de observación. Una hora más tarde llegaba en moto un detective camuflado en mensajero de TNT con un sobre destinado al 17. Una microcámara registró los nombres de los buzones mientras llamaba a uno de los tres timbres y preguntaba por la persona cuyo nombre estaba en el sobre que exhibía. Pero, obviamente, no lo conocían. Se disculpó y se fue. Pero todo el encuentro había sido grabado.

Mientras buscaban la forma de vigilar en forma permanente el domicilio, los agentes secretos instalaron camionetas con observadores escondidos en ambos extremos de la cuadra. Si Oblensky salía, lo seguirían de nuevo. Entrar con aparatos, incluso escondidos en una que otra maleta, en la casa del frente podría fácilmente levantar sospechas, por lo que buscaron una casa que diera una visión de la fachada trasera, en la calle Darimont, una calleja sin salida cuya última casa daba justamente hacia el patio correcto. Verificaron los antecedentes del propietario y lograron que les franqueara el acceso, instalando varios láseres que detectaban las vibraciones de los vidrios de las ventanas y, de este modo, las conversaciones tenidas en las correspondientes habitaciones. No tendrían acceso a las piezas interiores o que dieran a la fachada opuesta pero, con un poco de suerte, podrían captar algo interesante. También intervinieron los teléfonos fijos del domiciolo sospechoso y colocaron auscultadores de las transmisiones de móviles.

Pero pasaron los días y no volvieron a detectar a Oblensky. Sin duda debía disponer de otra vía de escape, quizás por una de las casas vecinas de la misma calle trasera. Dicidieron entonces controlar también discretamente a todas las personas que salían de esa calle.


**Inserción original (donde faltaba el fragmento anterior) **

El día 4 de noviembre, Servais leyó finalmente el informe de Charleroi sobre las acusaciones formuladas por Walckiers y quedó alarmado porque el detective que lo entrevistó no informaba de ninguna medida de protección ni para la diputada ni para el mismo ingeniero. Era evidente que estaba totalmente ajeno a las problemáticas actividades del PNI y no era capaz de ponderar los verdaderos riesgos. El comisario llamó de inmediato a Charleroi, obteniendo confirmación de que no se había dispuesto nada para proteger a Walckiers. Ordenó que lo fueran a buscar y lo acompañasen a Bruselas para un interrogatorio más extenso. También dispuso que uno de sus hombres acompañara desde este momento a la diputada Darbée para protegerla. La llamó por teléfono y le puso al tanto de la medida, como respuesta a las "amenazas de muerte" de la que se había enterado la policía, sin revelarle el origen de las mismas.

Cuando recibieron la llamada de Servais en la PJ de Charleroi, llamaron a las oficinas de ACEC, confirmando que Walckiers había llegado a su oficina pero no pidieron hablar con él. Era mejor explicarle la situación frente a frente. El inspector que lo acompañaría a Bruselas se trasladó entonces a la empresa. Al mostrar sus credenciales y pedir que le llevasen a la oficina del ingeniero, intentaron avisar a éste por el teléfono interno pero no contestó.
- A lo mejor esta inspeccionado alguno de los talleres o reunido con algún técnico -le dijo la recepcionista-. ¿Podría esperar mientras trato de ubicarlo?
- Mejor me indica donde está su oficina y lo espero ahí mismo -contestó el policía, que prefería no permanecer a la vista de todos en la recepción.
- De acuerdo. Suba al tercer piso. Es la segunda oficina a la derecha. Si suena el teléfono en la línea 1, tómelo: le estaré avisando si encontré al señor Walckiers.
- De acuerdo. Gracias.

El detective tomó el ascensor y se encaminó hacia la oficina señalada. Golpeó y entró sin esperar respuesta ya que no esperaba encontrar a nadie. Y, en un primer momento, no vió a nadie. Pero, al acercarse al escritorio, vió que se asomaban los pies de alguién por el lado del mueble. Dió la vuelta y, efectivamente, quien debía ser el ocupante del lugar estaba tirado en el suelo. Le tomó el pulso: no había respuesta. Pero el cuerpo estaba aún caliente: debía haber fallecido pocos minutos antes. Intentó reanimarlo con un masaje cardíaco, pero fue en vano. Se puso guantes de látex y llamó por teléfono a su oficina de la PJ, pidiendo el envío de los forenses. Luego avisó a la recepcionista que había encontrado al ingeniero junto a su escritorio, pero que parecía haber sufrido un infarto y que una ambulancia ya venía en camino. También preguntó si Walckiers había recibido alguna visita después de llegar, pero la secretaria le contestó que nadie había pedido hablar con él. Una tercera llamada fue para el comisario Servais, a quien puso al tanto de lo ocurrido.

- Hemos llegado tarde -se lamentó éste-. No creo en absoluto en algo fortuito. Guarde con cuidado todo lo que está a la vista sobre el escritorio y que Walckiers pudiera haber tocado. Ya tuvimos hace poco un caso de envenenamiento por contacto con la piel. Y que hagan cuanto antes un análisis bioquímico de los líquidos corporales. Puede ser un veneno de rápida desaparición.

Después de cortar, añadió para sí: - ¡Hay algún soplón que puso sobre aviso a los malditos! Llamó entonces a los equipos que vigilaban la casa de la rue de la Prospérité (donde había desaparecido Oblensky) y su entorno y ordenó detener e interrogar a cualquier persona que saliera de ella, salvo sus moradores habituales, así como a cualquier extraño que saliese de la calle de atrás.

En la oficina de Walckiers, mientras esperaba los técnicos, el inspector revisó el escritorio. Sobre la mesa había varios documentos y una agenda. En la agenda no aparecía ningún compromiso esa mañana así que, al parecer, no había tenido ninguna reunión. En el suelo, junto al cuerpo había una taza de café volcada y la alfombra había absorbido el líquido: deberían cortarla para poder analizarlo. También analizarían la agenda y los papeles, sin olvidar el teléfono y la cafetera, como había indicado su superior de Bruselas. Pero estaba muy sorprendido por esas instrucciones: sin duda se trataba de un caso "gordo", con antecedentes de los que no sabía nada.

La policía revisó concienzudamente la oficina de Walckiers pero, como era de esperar, no encontró ninguna huella digital. Los videos de seguridad y los controles de acceso no mostraban ninguna intrusión anormal. Si alguién había, de algún modo, envenenado a Walckiers, debió ser alguién de dentro de la empresa, que podía ingresar a su oficina sin levantar sospechas. Y debió hacerlo entre la salida del personal el día anterior y la llegada de Walckiers ese día. Ésto apuntaba directamente a los encargados de la limpieza. Se dispuso interrogarlos a todos y revisar con más cuidado los videos del control nocturno de los pasillos.

En la oficina había una caja de seguridad. Obtuvieron la clave y, en presencia del superior de Walckiers, retiraron y clasificaron su contenido. Eran casi todos documentos confidenciales relativos a investigaciones y proyectos en curso. Fueron devueltos a su lugar en cuanto apareció un sobre sellado con la mención "Relato personal - Solo para la policía, en caso de emergencia". No fue abierto y, consultado Servais, se dispuso que lo llevase personalmente a Bruselas el mismo agente que había recibido la denuncia del ingeniero. Servais quería interrogarlo a fondo sobre la entrevista y enrostrarle su falta de criterio.