Los conspiradores expresaron todos su extrañeza por lo ocurrido y éste fue el primer punto, imprevisto, de la reunión de esa noche.
- Utilicé el detector de micrófonos por mera casualidad -explicó Bertrand-. Lo compré cuando me involucré en la venta de los aviones Mirage, para evitar que me espíen. Me acordé ayer y pensé que sería conveniente estar seguro porque a medida que avanzamos podríamos atraer más la atención. Y me lo eché al bolsillo para revisar el salón de Durand. Estaba seguro de que nos tratarían de espiar en la última fase, después de las elecciones. Pero, no sé cómo ni por qué, ya nos están prestando atención. O al menos a Durand. Quizás sea por lo del hotel Lambermont. Es la única razón que logro encontrar. Pero ésto nos obliga a ser más cuidadosos. Si están de acuerdo, los visitaré uno por uno para ver si hay micrófonos en la casa de algún otro. Aquí, por ahora estamos seguros: no hay ninguno. Les sugiero que también tengan cuidado con los teléfonos. Usen siempre celulares y cámbienlos con frecuencia.
- ¿Y si el partido está infiltrado? -dijo Daems.
- Ésto, no lo podemos saber. Ni evitar, me temo. Pero nos hemos organizado del modo adecuado para evitar los riesgos. Y nadie conoce nuestros fines últimos. Ni siquiera nuestra diputada.
- ¿Y ese periodista de La Dernière Heure que se afilió al partido? ¿Podemos confiar en él?
- Lo entrevistamos y no creo que sospeche nada -dijo Daems-. Nos confirmó que era importante generar hechos noticiosos que llamen la atención de todos los medios y la simpatía del público.
- Ésto, ya lo teníamos previsto y debemos seguir en nuestra escalada. Debemos tener en cuenta que se acercan las elecciones regionales. ¿Cómo reforzamos nuestra posición?
- Creo que debemos concentrarnos en dos líneas de acción: aumentar la intranquilidad, para que la gente pida mano dura contra el delito, como lo proponemos nosotros, y desacreditar a los viejos partidos políticos. ¿Cómo lo hacemos?
- Saben que las cárceles no dan abasto y que, por ésto, muchos delincuentes serán excarcelados, con una conmutación por arresto domiciliario. Se les pondrá una brazalete electrónico para controlar su cumplimiento. ¿Qué tal si demostramos que este sistema no sirve? Se debe poder anular de algún modo la función del brazalete. Si lo podemos hacer, podríamos denunciar la despreocupación del gobierno y la gente se enfurecería. ¿Qué dices, Walckiers, se puede hacer?
- Hay dos formas de lograrlo: una es anular cada brazalete con un pulso electromagnético. Pero ésto exigiría visitar a cada delincuente y correr el riesgo de quemar algún otro aparato electrónico. Otro es intervenir el centro de control y hackear su computador. La única forma de hacerlo a distancia y sin riesgos es mandándole un virus. Uno simple lo bloquearía por unas horas ya que lo detectarían, limpiarían el sistema y reinstalarían todo. Sería mucho mejor poder instalar un gusano que haga que todo pareciera siempre estar correcto, aunque los delincuentes corran por las calles. Podríamos dejarlo así durante varios días, luego denunciar por la prensa que el sistema no es para nada infalible, exigir una demostración supervisada y dejar en evidencia que no sirve para nada.
- !Un plan excelente! -aplaudieron todos-. ¿Puedes encargarte?
- Los equipos no son nuestros. Primero habría que tener acceso al sistema y hacer una ingeniería inversa del software de control. Sólo después se podría encargar a un pirata que les "cuele" el virus.
- Yo podría comprar este sistema para el sultanato -dijo Ibn Sahlad-. Nadie se extrañaría. ¡Hasta nos felicitarían por hacer más humana la aplicación de la sharia!
- Excelente idea. Gracias. Sólo faltarían el analista y el hacker, o quizás podría ser la misma persona, ¿no cierto, Walckiers?
- Creo que sí. Bertrand podría preguntar a sus contactos rusos. Ellos tienen a los mejores.
- De acuerdo. Hablaré con mi contacto -dijo Bertrand-. ¿Lo mandaríamos a Mashad?
- Tendré que pedir la entrega allá, para simular la instalación, en efecto -contestó el árabe-. Ofreceré una estadía de lujo a su ingeniero. Y tendrá acceso a Internet, por lo que podrá mandar su virus desde allá. Dénme los datos del fabricante de estos equipos y mañana mismo invito a su vendedor a mi casa de Montreux.
- Asunto terminado entonces -dijo Durand-. Pasemos al siguiente punto: desacreditar a los políticos.
- Lo de los brazaletes ya será un buen balde de agua fría -dijo Daems-, pero sólo atañe a una política general y tratarán de echar la culpa a los técnicos. Creo que debemos tratar de presentar acusaciones más personales.
- Ésto mismo creo yo -dijo Durand.
- Creo que la computación nos ofrece excelentes recursos también para ésto -dijo Verstappen-. ¿Todas las transferencias interbancarias de fondos se hacen hoy por vía electrónica, no es así? -agregó dirigiéndose a Durand.
- Así es. ¿En qué estás pensando?
- Elijamos a todos los que podrían teóricamente ser tentados de vender algún favor, caro por cierto. Les abres una cuenta. Reciben una gran cantidad de dinero, de un origen dudoso, y luego lo transfieren a una cuenta en un paraíso fiscal. Y cierras la cuenta. Luego tus auditores detectan casualmente la maniobra y la denuncias públicamente. No tendrán cómo defenderse. ¿O sí?
- ¡Bien pensado! Si las cuentas de recepción pertenecen a quién envió el dinero, ni siquiera perderemos dinero. Yo puedo cubrir los gastos de transferencia. Pero no puedo proporcionar el dinero: ésto haría demasiado fácil descubrir el engaño.
- Aquí entro yo, nuevamente -dijo Ibn Sahlad-. Tengo varias cuentas, en Mashad, en Ginebra, en Zürich, en las Islas Caimán, en las Islas Vírgenes, bajo diferentes razones sociales. Envío plata desde Suiza al banco Lambermont y me lo reenvían a las Islas. Es un recorrido perfecto para coimas ¿no lo creen?
- Excelente. Haga un par de movimientos más entre sus cuentas, cambiando los montos: esto hará aún más difícil rastrear el movimiento -dijo Bertrand-. Así se hizo con la venta de aviones Mirage a Chile y aún no terminan de entender lo que pasó ni de saber quién cobró.
- Yo propondré a los políticos valones -dijo Daems- y Verstappen puede proponer los flamencos. Luego que Durand cree las cuentas y las dé a Ibn Sahlad. Y destapamos ese escándalo una o dos semanas antes de las elecciones. ¿Qué les parece?
Todos se mostraron de acuerdo. Fue entonces que Walckiers decidió intervenir planteando otro punto:
- A propósito de ese periodista, Trompel, del que hablaron al principio. Quizás deben saber que me fue a ver a mi oficina. Dijo que estaba preparando un reportaje sobre las elecciones electrónicas. Me preguntó acerca de las máquinas, del procedimiento de votación -que le mostré- y de la forma en que los votos se procesaban. E insistió mucho acerca de la confiabilidad del sistema. Sabe bastante de informática e insistió mucho en este punto. Creí que lo debían saber, pero no sé si ésto es importante o no.
- Sin duda toda la prensa se va a interesar por este tema -dijo Durand-. Y habrá que darles toda la información posible y, sobretodo, darles el máximo de seguridad acerca de la confiabilidad. ¡Ojalá todos se convenzan de que será imposible burlar el sistema! ¡Ésto es clave para nosotros!
Nadie encontró oportuno discutir más el asunto -al menos en ese momento- y pronto la reunión terminó. Pero la intuición de Bertrand no le permitió darse por satisfecho. Decidió llamar al día siguiente a un amigo que trabajaba en la DST para que le buscase algunas informaciones "menos públicas" acerca de Trompel.
- Utilicé el detector de micrófonos por mera casualidad -explicó Bertrand-. Lo compré cuando me involucré en la venta de los aviones Mirage, para evitar que me espíen. Me acordé ayer y pensé que sería conveniente estar seguro porque a medida que avanzamos podríamos atraer más la atención. Y me lo eché al bolsillo para revisar el salón de Durand. Estaba seguro de que nos tratarían de espiar en la última fase, después de las elecciones. Pero, no sé cómo ni por qué, ya nos están prestando atención. O al menos a Durand. Quizás sea por lo del hotel Lambermont. Es la única razón que logro encontrar. Pero ésto nos obliga a ser más cuidadosos. Si están de acuerdo, los visitaré uno por uno para ver si hay micrófonos en la casa de algún otro. Aquí, por ahora estamos seguros: no hay ninguno. Les sugiero que también tengan cuidado con los teléfonos. Usen siempre celulares y cámbienlos con frecuencia.
- ¿Y si el partido está infiltrado? -dijo Daems.
- Ésto, no lo podemos saber. Ni evitar, me temo. Pero nos hemos organizado del modo adecuado para evitar los riesgos. Y nadie conoce nuestros fines últimos. Ni siquiera nuestra diputada.
- ¿Y ese periodista de La Dernière Heure que se afilió al partido? ¿Podemos confiar en él?
- Lo entrevistamos y no creo que sospeche nada -dijo Daems-. Nos confirmó que era importante generar hechos noticiosos que llamen la atención de todos los medios y la simpatía del público.
- Ésto, ya lo teníamos previsto y debemos seguir en nuestra escalada. Debemos tener en cuenta que se acercan las elecciones regionales. ¿Cómo reforzamos nuestra posición?
- Creo que debemos concentrarnos en dos líneas de acción: aumentar la intranquilidad, para que la gente pida mano dura contra el delito, como lo proponemos nosotros, y desacreditar a los viejos partidos políticos. ¿Cómo lo hacemos?
- Saben que las cárceles no dan abasto y que, por ésto, muchos delincuentes serán excarcelados, con una conmutación por arresto domiciliario. Se les pondrá una brazalete electrónico para controlar su cumplimiento. ¿Qué tal si demostramos que este sistema no sirve? Se debe poder anular de algún modo la función del brazalete. Si lo podemos hacer, podríamos denunciar la despreocupación del gobierno y la gente se enfurecería. ¿Qué dices, Walckiers, se puede hacer?
- Hay dos formas de lograrlo: una es anular cada brazalete con un pulso electromagnético. Pero ésto exigiría visitar a cada delincuente y correr el riesgo de quemar algún otro aparato electrónico. Otro es intervenir el centro de control y hackear su computador. La única forma de hacerlo a distancia y sin riesgos es mandándole un virus. Uno simple lo bloquearía por unas horas ya que lo detectarían, limpiarían el sistema y reinstalarían todo. Sería mucho mejor poder instalar un gusano que haga que todo pareciera siempre estar correcto, aunque los delincuentes corran por las calles. Podríamos dejarlo así durante varios días, luego denunciar por la prensa que el sistema no es para nada infalible, exigir una demostración supervisada y dejar en evidencia que no sirve para nada.
- !Un plan excelente! -aplaudieron todos-. ¿Puedes encargarte?
- Los equipos no son nuestros. Primero habría que tener acceso al sistema y hacer una ingeniería inversa del software de control. Sólo después se podría encargar a un pirata que les "cuele" el virus.
- Yo podría comprar este sistema para el sultanato -dijo Ibn Sahlad-. Nadie se extrañaría. ¡Hasta nos felicitarían por hacer más humana la aplicación de la sharia!
- Excelente idea. Gracias. Sólo faltarían el analista y el hacker, o quizás podría ser la misma persona, ¿no cierto, Walckiers?
- Creo que sí. Bertrand podría preguntar a sus contactos rusos. Ellos tienen a los mejores.
- De acuerdo. Hablaré con mi contacto -dijo Bertrand-. ¿Lo mandaríamos a Mashad?
- Tendré que pedir la entrega allá, para simular la instalación, en efecto -contestó el árabe-. Ofreceré una estadía de lujo a su ingeniero. Y tendrá acceso a Internet, por lo que podrá mandar su virus desde allá. Dénme los datos del fabricante de estos equipos y mañana mismo invito a su vendedor a mi casa de Montreux.
- Asunto terminado entonces -dijo Durand-. Pasemos al siguiente punto: desacreditar a los políticos.
- Lo de los brazaletes ya será un buen balde de agua fría -dijo Daems-, pero sólo atañe a una política general y tratarán de echar la culpa a los técnicos. Creo que debemos tratar de presentar acusaciones más personales.
- Ésto mismo creo yo -dijo Durand.
- Creo que la computación nos ofrece excelentes recursos también para ésto -dijo Verstappen-. ¿Todas las transferencias interbancarias de fondos se hacen hoy por vía electrónica, no es así? -agregó dirigiéndose a Durand.
- Así es. ¿En qué estás pensando?
- Elijamos a todos los que podrían teóricamente ser tentados de vender algún favor, caro por cierto. Les abres una cuenta. Reciben una gran cantidad de dinero, de un origen dudoso, y luego lo transfieren a una cuenta en un paraíso fiscal. Y cierras la cuenta. Luego tus auditores detectan casualmente la maniobra y la denuncias públicamente. No tendrán cómo defenderse. ¿O sí?
- ¡Bien pensado! Si las cuentas de recepción pertenecen a quién envió el dinero, ni siquiera perderemos dinero. Yo puedo cubrir los gastos de transferencia. Pero no puedo proporcionar el dinero: ésto haría demasiado fácil descubrir el engaño.
- Aquí entro yo, nuevamente -dijo Ibn Sahlad-. Tengo varias cuentas, en Mashad, en Ginebra, en Zürich, en las Islas Caimán, en las Islas Vírgenes, bajo diferentes razones sociales. Envío plata desde Suiza al banco Lambermont y me lo reenvían a las Islas. Es un recorrido perfecto para coimas ¿no lo creen?
- Excelente. Haga un par de movimientos más entre sus cuentas, cambiando los montos: esto hará aún más difícil rastrear el movimiento -dijo Bertrand-. Así se hizo con la venta de aviones Mirage a Chile y aún no terminan de entender lo que pasó ni de saber quién cobró.
- Yo propondré a los políticos valones -dijo Daems- y Verstappen puede proponer los flamencos. Luego que Durand cree las cuentas y las dé a Ibn Sahlad. Y destapamos ese escándalo una o dos semanas antes de las elecciones. ¿Qué les parece?
Todos se mostraron de acuerdo. Fue entonces que Walckiers decidió intervenir planteando otro punto:
- A propósito de ese periodista, Trompel, del que hablaron al principio. Quizás deben saber que me fue a ver a mi oficina. Dijo que estaba preparando un reportaje sobre las elecciones electrónicas. Me preguntó acerca de las máquinas, del procedimiento de votación -que le mostré- y de la forma en que los votos se procesaban. E insistió mucho acerca de la confiabilidad del sistema. Sabe bastante de informática e insistió mucho en este punto. Creí que lo debían saber, pero no sé si ésto es importante o no.
- Sin duda toda la prensa se va a interesar por este tema -dijo Durand-. Y habrá que darles toda la información posible y, sobretodo, darles el máximo de seguridad acerca de la confiabilidad. ¡Ojalá todos se convenzan de que será imposible burlar el sistema! ¡Ésto es clave para nosotros!
Nadie encontró oportuno discutir más el asunto -al menos en ese momento- y pronto la reunión terminó. Pero la intuición de Bertrand no le permitió darse por satisfecho. Decidió llamar al día siguiente a un amigo que trabajaba en la DST para que le buscase algunas informaciones "menos públicas" acerca de Trompel.