29/6/11

Los Seis - 3.4

Aunque Trompel había sido alejado de la investigación debido a su vínculo personal, no se resignaba a dejar todo en manos de sus colegas, por más empeñosos que se pusieran. El hecho de que ahora disponía de una pista exclusiva lo empujaba aún más, sobretodo porque no tenía ningún caso urgente entre-manos.

Llamó al día siguiente a su nuevo contacto, el señor Weinants, que le indicó la hora en que sería más probable encontrar al "objeto de su interés": poco antes de las seis de la tarde -como no-, hora en que acostumbraba llegar, de lo que sea que hiciese, para encerrarse hasta el día siguiente. Así que, a la cinco y media, el detective entraba en la casa de la calle Vanderkinderen, cerca de la Calzada de Waterloo, donde el dueño le contó algunas otras peculiaridades de su arrendatario. El detecive no quiso adelantar nada de lo que ya había investigado en los casos anteriores y dejó que su interlocutor expusiera sus propias teorías. Pero fue pronto interrumpido al oír que el esperado arrendatario entraba en la casa. Preparado, Trompel salió de inmediato al vestíbulo, despidiéndose del propietario y saludando cortésmente al hombre que entraba, del que sabía ahora que se hacía llamar Jean Bonnier. Éste no mostró ningún signo de turbación, lo cual era muy prometedor. El detective había convenido con el dueño que -si no ocurría nada- éste último comentaría en seguida que la persona que salía era un posible nuevo arrendatario para el piso libre. Weinants le dijo, a modo de comentari:o
- ¿Qué le parece? ¡Vamos a tener a otro soltero en la casa!
- Por mí, no hay problema. Lo de los arriendos es cosa suya. Cada uno en lo suyo, y ésto vale para el nuevo también.

Una hora más tarde, el propietario informaba a Trompel que no parecía haber problema y éste decidió ir a instalarse el día siguiente. Felizmente era un pequeño dos ambientes amoblado, por lo que le bastaba llevarse un poco de ropa y su laptop.

Una vez instalado, aprovechó así sus días libres para analizar toda la información con que ya contaba acerca de la serie de asesinatos. Y a calcular los momentos más oportunos para encontrarse con Bonnier en las escaleras, en el vestíbulo o en la vereda, a la entrada de la casa. O incluso en el almacén de la esquina. Llevaba una detallada cuenta de todas las costumbres y del ir y venir del sospechoso. Así, de un simple saludo, fueron pasando a algunos comentarios acerca del clíma y luego de hechos del acontecer local.

Bonnier tuvo la mala idea de comentar al detective que le gustaba ir a pasear al bosque de La Cambre, a un par de cuadras de la casa, especialmente para mirar a las jóvenes.
- ¿Y por qué al bosque? -preguntó Trompel- si las puede ver en todas partes.
- Es que ahí, uno puede mirar sin ser visto. En la calle, a uno lo condenan en seguido cuando mira fijo a una mujer jóven...

El comentario le dió que pensar al detective. Decidió buscar la forma de averiguar si Bonnier tenía algún antecedente judicial. Para ésto necesitaría sus huellas. Sabía donde conseguirlas: había visto como apoyaba su mano en la puerta de su departamento al abrirla, así que podría levantarlas ahí en las horas en que el sospechoso se ausentaba.

Como planeado, Trompel consiguió las huellas de Bonnier en su puerta. Después de levantarlas, las fue a escanear a su casa -tratando de superar los recuerdos- y, de vuelta a su nueva residencia, las investigó a través de su portátil con conexión WiFi en la base de datos de la PJ y luego de Interpol. Lamentablemente, Bélgica no toma las huellas dactilares de todos sus ciudadanos, como hacen otros países, por lo que no es posible consultarlas fuera de los registros de criminales. La policía belga no conocía a Bonnier. Pero, aunque no lo esperaba, encontró antecedentes en los registros de Interpol, descubriendo el apellido verdadero de Bonnier: Bonneau, y sus antecedentes penales: condenado en Francia a cinco años por pedofilia, liberado hace tres años después de cumplir la sentencia y sin antecedentes posteriores. ¿Había pasado de la contemplación de niños a la de jovencitas? ¿Y al asesinato? El uso de un nombre falso podía ser una excusa para interrogarlo, pero de hacerlo Trompel quedaría al descubierto y prefería seguir en el anonimato. Los antecedentes no eran suficientes aún para arrestarlo y acusarlo, convenía más seguir investigándolo. Trompel decidió seguirlo discretamente.

El siguiente día libre de Bonnier, Trompel, debidamente caracterizado para no ser reconocido, se las arregló para seguir al hombre al bosque donde iba a realizar sus "observaciones". Había salido poco antes de la hora de almuerzo y tomó el sendero que conducía a la laguna y se apostó cerca del embarcadero del pequeño transbordador que llevaba a las personas al restaurante de la isla central. Era, sin duda, la hora de más afluencia -aunque no tan masiva como en fines de semana-, y el mejor lugar para observar a la gente, que debía juntarse ahí a la espera del transporte. El detective vió que el sospechoso llevaba un minúsculo monocular de largavista, el que le permitía sin duda apreciar de mejor forma el aspecto de sus posibles víctimas.

21/6/11

Los Seis - 3.3

Luego del ingreso del féretro al horno crematorio, debían esperar en la cafetería que el proceso terminara. Después de su conversación, Trompel se fue a juntar con el resto de la familia. Todos conversaban y comían algunos sandwiches, ya que era la hora de almuerzo, pero el ambiente lo molestó y decidió escabullirse. Sólo Servais, que se había quedado, se dió cuenta de ello y salió a buscarlo, convencido de que no era buena idea dejarlo solo. Lo encontró caminando hacia la salida del cementerio.
- ¿No vas a esperar las cenizas?
- No podría. No puedo creer que me haya dejado.
- ¿Adonde quieres ir?
- A casa. Quiero estar con ella. Respirar su aire, tocar su ropa.
- Te llevo -dijo el comisario, que temía que hiciera alguna tontería.

Volvieron luego a la casa del detective. En el trayecto, Servais avisó por su teléfono móvil al hermano de Paula que llevaba a su amigo a casa. Contrariamente a lo anunciado, Trompel no quiso entrar en el dormitorio y se sentó en silencio en la pequeña sala de estar. Servais no sabía si lo mejor era dejarlo o acompañarlo un rato. Finalmente se sentó en otra butaca y respetó su silencio. Después de un rato le dijo a su amigo:
- Deberías comer algo. Hace tiempo que pasó la hora de almuerzo.
- No tengo hambre.
- Tómate al menos un vaso de agua.
Lo fue a buscar y lo puso en la mesa delante de él.
- Siempre pensé que envejeceríamos juntos, después de tener un par de hijos y luego nietos. ¿Qué voy a hacer ahora? ¡No puedo pensar en la vida sin ella!
- Lo irás superando día a día. Tomará tiempo, pero su recuerdo te dará fuerza. Puedes contar conmigo. Debes tener clientes que esperan el resultado de tu trabajo: ésto es bueno para cambiarte las ideas. Debes poder pensar en otra cosa.
- ¡Quiero atrapar al maldito que lo hizo! Quiero volver a la PJ. Hacerme cargo de la investigación.
- Ésto, no lo puedes hacer. Déjanoslo a nosotros. Sabes que el reglamento no te permite hacerte cargo.
- Pero yo seguí de cerca el caso de los 6 y ésto es parte del caso.
- Pero lo hiciste en forma privada y el caso no es de tu incumbencia. Sólo sabes lo que hemos permitido que sea publicado o escasas cosas en que se nos adelantaron. Lo siento, no puedes volver. El reglamento es sabio: estás involucrado emocionalmente y ésto no es sano. No quiero verte en la brigada. Solicitar oficialmente tu reingreso sería absolutamente inútil en las presentes circunstancias.
- ¡M...! ¡Seguiré investigando por mi cuenta! No puedo dejar las cosas así.
- Mejor no lo hagas. Si interfieres, deberé detenerte -concluyó Servais, aunque sabía que le costaría mucho tomar una medida de este tipo. Y, conociendo las habilidades del ex-detective, pensó que un poco de ayuda de su parte no le vendría mal. En estos días estaban muy recargados de trabajo en la PJ.
- Voy a tener que dejar este departamento. Todo me recuerda su presencia aquí. Si me quedo, me volveré loco.
- Búscate otro lugar por un tiempo, pero quizás, cuando te sientas mejor, te agrade volver aquí y gozar de los recuerdos. No te apresures en tomar decisiones irremediables.
- Quizás tengas razón. Me voy a ir por unos días.
Ya estaba pensando, en realidad, en el departamento que le había ofrecido del hombre que lo había abordado en el cementerio y en lo que podría averiguar allí. Se tomó entonces el vaso de agua. Cerró los ojos y pareció relajarse. Servais pensó que ya se estaba controlando mejor y decidió que había llegado el momento de dejarlo, así que se despidió.

14/6/11

Los Seis - 3.2

Tres días más tarde el ataúd con los restos mortales de Paula Darbée había sido conducido a la iglesia de Nuestra Señora del Sablón para un servicio fúnebre. Aunque ella no practicaba, se consideraba católica y su marido sabía que respetaba y trataba de vivir los valores del cristianismo, igual que él. La iglesia estuvo llena de colegas, amigos y -sin duda- votantes que apreciaban a la desaparecida. Además de la familia de la difunta asistían al oficio los miembros de la Cámara de Diputados. Trompel ya no tenía familiares cercanos, era hijo único y había perdido a sus padres algunos años antes. Daems, el antiguo presidente del disuelto Partido Nueva Independencia [ver "La Conspiración"], también estaba presente pero ningún otro miembro del antiguo partido. También asistían el comisario Servais y algunos otros ex-colegas de la PJF, que Trompel había dejado para trabajar como detective privado, y ex-compañeros periodistas del diario La Dernière Heure. El presidente de la Cámara pronunció una elegía, subrayando las virtudes de la desaparecida, tal que Trompel tuvo dificultades para no soltar las lágrimas.

Aunque se había pedido un funeral "en la intimidad", una cantidad no despreciable de personas acompañó también al carro fúnebre hasta el cementerio y repletó la pequeña capilla donde se realizó otra brevísima ceremonia mientras se introducía el féretro en el crematorio. Luego, como era la costumbre, los presentes desfilaron ante el viudo y los padres de la difunta para presentar sus condolencias. Paula Darbée aún tenía sus padres y varios hermanos. Así, cuñadas, cuñados y sobrinos saludaron a Jef y a sus suegros, seguidos de sus ex-jefes de la policía y de algunos políticos y diputados compañeros de Paula. Cuando llegó el último de la cola, un desconocido para Trompel, le susurró al oído que tenía una importante información y le pidió unos minutos a solas, asegurándole que no se arrepentiría y que, a lo mejor, le ayudaría a encontrar al asesino.

Aunque el ex-policía estaba curtido ante los numerosos desequilibrados que siempre llegaban con pistas y soluciones fantasiosas, intuyó que se trataba de algo serio. Les dijo a sus suegros que se adelantaran y que los alcanzaría en unos minutos. Luego, se dirigió en dirección contraria con su informante.

- Yo fuí miembro del PNI (Partido Nueva Independencia, ver novela "La Conspiración") -dijo éste- y era un gran admirador de su esposa. Por ésto vine al funeral y por ésto me había puesto a revisar la información que la prensa publicó acerca de su asesinato. Gracias, en efecto, a mis propios contactos en el Parlamento supe algo que no se informó públicamente: que su muerte podría relacionarse con los llamados "asesinatos de los seis". Llego de este modo a lo que me ha impulsado a buscar la forma de hablarle. Soy el dueño de una casa de tres pisos de la calle Vanderkinderen. Vivo en la planta baja y arriendo los otros dos pisos. En el segundo piso [3º si se cuenta como en Chile] vive un hombre solitario que parece chiflado justamente con el número seis. Me paga religiosamente su renta los días 6 y me repite siempre que todas las cosas importantes deben hacerse a las seis. Todos los días se despierta -y me despierta- con un despertador que suena a la 6.00 AM. Pero una vez al mes, su despertador no suena: el día 6, en que -al parecer- pasa la noche afuera. La diputada Darbée fue asesinada un día 6, como las otras niñas. Es lo que más me hizo sospechar y me llevó a venir a contárselo. Podría ser una coincidencia, pero dejaré que ud la evalúe.
- ¿Cree que yo podría acercarme a este hombre de alguna forma? ¿Si arriendo alguna propiedad suficientemente cerca para que pueda encontrarme con él, como por casualidad, y trabar conversación?
- Yo pensaba justamente que alguno de sus amigos de la policía podría ocupar el departamento del primer piso, encima del mío, en mi casa, que está libre actualmente. Así, podría observarlo de cerca y encontrarlo en las escaleras. ¿Vendría ud mismo? ¿No sería arriesgado?
- Podría ser un problema si me reconoce. Pero podríamos hacer una prueba, antes de instalarme allí. Yo podría ir a visitarlo a ud y toparme con él "por casualidad" en el vestíbulo. Si no reacciona, me instalaré por un tiempo ahí; si no, sabremos también que tiene algo que ocultar y pasaré el dato a mis ex-colegas para que ellos lo investiguen. Déme su tarjeta y mañana lo contactaré para ponernos de acuerdo. Ud entenderá que hoy no puedo hacer nada.

El informante le pasó su tarjeta de visita y se despidieron rápidamente. Trompel volvió a sus obligaciones del momento. La familia de su esposa lo estaría esperando en la cafetería del cementerio, a la espera del término de la cremación, para luego retirar las cenizas.

7/6/11

Los Seis - 3.1

Capítulo 3. La diputada

Esa mañana, mientras Trompel se lavaba los dientes después del desayuno, había habido un fuerte temblor, cosa poco común en Bélgica. Paula, su esposa [ver "La Conspiración"], había gritado y él había acudido presuroso al pequeñísimo vestíbulo del departamenteo, donde ella estaba. El pequeño móvil con campanillas de cristal que ella había colgado ahí estaba en el suelo, hecho añicos.
- El "chi" ya no va a fluir libremente hacia el que entre -dijo ella, llorosa.
- Podemos volver a colgar las campanillas que no se rompieron: veo que hay varias.
- Sería peor: no tendrían armonía y dejarían entrar malas vibras.
- Bueno, entonces buscaremos otro móvil.
Hacía pocos meses que Paula se había entusiasmado con el feng shui, el arte chino de la decoración que buscaba la armonía física y mental en la disposición de las cosas. Había leído varios libros sobre el tema y había consultado incluso a un experto chino para confirmar sus conclusiones para adaptar su pequeño departamento. Así, había cambiado la orientación de la cama para que los pies se orientasen hacia el oeste; había puesto un espejo de cuerpo entero en el baño para evitar que el buen chi se fuese por el desagüe; había colocado el móvil a la entrada y un pequeño acuario en el living, a pesar de que quitaba parte del restringido espacio. A Trompel todo ésto le parecía ridículo, pero le siguió la corriente porque la hacía feliz. Pero ese día, según Paula, la suerte estaba destrozada. No sabía cuanta razón tenía.

El día siguiente, al despertarse, Jef Trompel encontró que estaba solo en la cama y se extrañó. El día anterior, su esposa, la diputada Paula Darbée, antes de partir al Parlamento, le había advertido que regresaría muy tarde y que sería mejor que se acostase sin esperarla. Así, se había acostado a las once y media y pronto se había quedado dormido. Pero ella debería haber llegado en el curso de la noche o bien haberle advertido. Pensó entonces que, para no despertarlo, podía haberle mandado un mensaje de texto a su teléfono celular. Lo abrió y revisó los mensajes, pero no había ninguno.

Mientras hacía su aseo matinal, su mente de detective empezó a planear la investigación de lo ocurrido. Ya estaba pensando en ir al Parlamento a averiguar lo que había pasado durante la noche, cuando sonó su teléfono fijo. Salió del baño y levantó el combinado. Era Jean Servais, su ex-jefe de la Policía Judicial.
- Jef, te tengo una muy mala noticia. Tu esposa falleció. ¿Por qué no vienes por acá para que te cuente los detalles? ¡No quiero hacer ésto por teléfono!
- De acuerdo, jefe. Voy en seguida.
Comprendió que no había sido una muerte natural ni un accidente y que Servais había iniciado una encuesta. Aprovecharía de hacerle numerosas preguntas, en el intento de encontrar pistas o explicaciones.
Como siempre cuando las cosas andaban mal, estaba lloviendo cuando salió a la calle. El cielo estaba llorando con él.

Lo que le contó Servais era terrible. Darbée había sido encontrada en la pileta del Parque Real, que está frente al Parlamento. Tenía el signo theta tatuado en el pecho y, si se miraba la pileta de espalda al palacio real y hacia el Parlamento, su cuerpo parecía marcar las seis. Así que alargaba la cadena de asesinatos aún sin resolver. Con otros indicios coincidentes: era el día 6 de septiembre y había sido estrangulada, posiblemente con una cuerda de piano. Felizmente, no había sido violada pero, al parecer, había intentado defenderse y tenía restos de la piel de su agresor bajo las uñas. Estos detalles, sin embargo, no fueron revelados y -felizmente para él y la familia de su esposa- la prensa no se enteró y no vinculó este asesinato a los otros dos.