29/9/09

La herencia 7.2.

Al mediodía siguiente, Trompel recibía en su oficina un llamado de Servais.
- No hemos identificado aún el muerto, pero ya sabemos que murió de una sobredosis de droga. Y tenía una herida cortante en la pierna. Debe haber estado en tu casa de Spa, porque su tipo de sangre corresponde al que se encontró allá. El análisis del ADN podrá confirmarlo. Pero acabamos de enterarnos de otra cosa. El viernes, un hombre elegante se presentó en la oficina de la empresa Lamercan S.A. de la cual Lefranc era el principal accionista y presentó un documento según el cual el mismo Lefranc, como representante de Lamercan, le debía la cantidad de un millón de dólares. Reclamaba el pago que, según el documento, debería haberse realizado hace una semana. El gerente desconocía la deuda así como la empresa que ese hombre representaba, llamada InterSystem Ltd, con sede en Andorra. El gerente le informó de la muerte de Lefranc y le sugirió contactar al notario encargado del testamento. También tuvo la precaución de sacar una fotocopia del documento, que le pareció bastante sospechoso porque sabía que era casi la totalidad del capital que Lefranc mantenía invertido en Lamercan. El desconocido dejó una tarjeta con el nombre de Karl Teplisty, gerente de InterSystem, con una dirección de e-mail y un teléfono. Un teléfono que hoy no contesta.

No se nos habría avisado de no ser porque el empleado a cargo de la seguridad de los sistemas digitales de Lamercan descubrió esta mañana un intento de intrusión en los computadores de la empresa. Intentaron penetrar en el sistema financiero y ordenar una transferencia por el mismo monto. Tienen un muy buen sistema de detección y rastreo, que registra todo lo que intenta hacer el hacker pero lo deja aislado de la información real. De este modo es posible saber lo que desea y se trata de identificar el origen del ataque. Hemos enviado un experto de la brigada de delitos digitales para que analice estos datos.

Acabo también de llamar al notario y de prevenirlo. Teplisty no lo ha ido a ver aún. Si va, que lo tramite y lo haga volver, de tal modo que podamos estar ahí para interrogarlo. En realidad debió saber que Lefranc estaba muerto y por esto trató de embaucar al gerente. Luego trataron sin duda de hackear la empresa, quizás después de visitar sin éxito las dos casas de Lefranc. Te informaré más apenas haya novedades. Pero anda con cuidado, por si ese mensaje bajo el muerto es algún tipo de amenaza.

- Me pregunto de donde vendría. ¿Sería aún de La Paz o de Santiago? ¿Se habrían enterado de mis vínculos con Lefranc y me estarían buscando después de tanto tiempo?
- Quizás lo sepamos si descubrimos quién es el muerto y si arrestamos a ese Teplisty.
- De acuerdo. Estaré esperando tus noticias.

Un día después, Trompel recibía de nuevo una llamada de Servais.
- El muerto ha sido identificado. Se trata de un tal Gregorio Morán, oriundo de Potosí, en Bolivia. Como muchos sudamericanos, entró por Madrid y quedó fichado por la policía de frontera española, que es muy rigurosa en la admisión de inmigrantes. Se vino hace unos seis meses con un contrato de trabajo de InterSystem y se dirigía a Andorra. El contrato fue lo que le permitió entrar sin dificultad a España. Es probable, por lo tanto, que esté relacionado con el Sendero del Sol o los narcotraficantes bolivianos.

También hemos hecho averiguaciones en Andorra acerca de InterSystem. No existe ninguna empresa registrada allá con ese nombre. El número de teléfono de Teplisty tiene el código de área correcto pero el número local no existe. La dirección de e-mail corresponde a un servicio real, pero depende de un proveedor masivo de mails por web que dice no tener información más específica. Proporcionó sin embargo la dirección IP desde donde se envió el mensaje: es un computador que se encuentra en Amsterdam, la capital europea del narcotráfico. 
Arrestar aquí a Teplisty sería también del mayor interés. Tanto más que nuestros expertos han podido verificar que el contrato que presentó es totalmente falso, como lo pensaba el gerente de Lamercan. Espero que podamos interrogarlo pronto ya que fue a ver al notario hace unos minutos y éste le pidió que volviese mañana a las diez, para tener tiempo de estudiar el contrato y confrontarlo con las condiciones del testamento. Lo iré a esperar.

En cuanto al intento de intrusión en el sistema financiero de esta empresa, nuestro experto pudo rastrear el número IP del computador desde donde se realizó el ataque: se hizo desde el mismo computador de Amsterdam. Y para lograrlo, según nuestro especialista, hay que ser muy bueno, tener un muy buen programa y tomarse bastante tiempo. Avisaremos la policía holandesa para que lo investigue. El cargo por intento de defraudación electrónica es bastante importante allá, pero si podemos probar además el vínculo con el asesinato de Guy Lefranc será aún peor para los delincuentes. Quizás sea bueno que tú vayas a Amsterdam como delegado nuestro, de modo oficioso, para poder darles de primera mano todos los detalles que puedan requerir sobre lo ocurrido en Sudamérica. ¿Qué crees?
- Si me manda la PJF, aunque no sea en forma oficial, no tengo inconveniente. Se lo debo a los Lefranc.
- De acuerdo entonces. Voy a mandar un requerimiento oficial por Europol por lo de la intrusión electrónica con nuestras hipótesis relativas al crímen de Lefranc. Veré quién estará a cargo allá y le ofreceré tu visita. Si le parece bien, te lo confirmo.
- Bien. Esperaré tus noticias.

Un par de horas más tarde, Servais informaba a Trompel que el inspector holandés a cargo del asunto se llamaba Wienants, era inspector principal y tenía su oficina en el ayuntamiento. Lo estaría esperando el día siguiente. Podía tomar un TGV (tren de alta velocidad) a primera hora y estaría allá a la hora de almuerzo. El investigador hizo entonces la reservación por Internet. Luego buscó un hotel, para reservar una habitación para un par de noches. Se encontró con que había simultáneamente varios congresos en la ciudad y pocos hoteles tenían disponibilidad inmediata. Tuvo que reservar en el hotel Amstel, muy caro para él, pero no había alternativa en otro hotel suficientemente decente.

22/9/09

La herencia 7.1.

3ª Parte

Capítulo 7

El domingo siguiente, Trompel decidió ir a ver la casa de Spa. El notario le había dado la dirección y las llaves así como indicaciones de cómo llegar. En la Estación Central tomó a las ocho veinticinco de la mañana un tren expreso para Lieja y, ahí, abordó un bus que recorría la N62 hasta Malmédy y que pasaba así por Spa y Francorchamps. La casita estaba entre estos dos pueblos y el bus le dejó muy cerca, pero tuvo que subir a pie una larga cuesta. De arriba y de la casa se tenía una vista estupenda de una parte del circuito de carreras automovilísticas de Francorchamps, donde se corría cada dos años el Gran Premio de Bélgica. Desde afuera, la edificación se apreciaba como un moderno chalet típico de vacacionistas.

Al acercarse, le llamó la atención una persiana abierta que giraba en la fachada lateral. Se acercó y vió que había un vidrio roto en la correspondiente ventana. Volvió a la entrada y abrió la puerta con su llave, encontrándose en la sala de estar. Ahí, todo estaba revuelto, con libros y revistas esparcidos por el suelo y cuadros descolgados. Se puso a revisar el resto de la casa. En la cocina, que estaba justo al lado, había platos rotos en el suelo y una mancha rojiza, seca, en el suelo. Por experiencia, supo de inmediato que se trataba de sangre. La mancha había sido pisada y una huella mostraba que la persona que la había pisado había salida por la puerta trasera, que daba a un pequeño patio. Sólo un cierre vivo de baja altura separaba la propiedad del patio vecino y de la calle asfaltada, por lo que el asaltante pudo irse con facilidad y sin dejar más huella. Pero debió haber habido una pelea en la cocina.

Volvió a entrar y visitó las otras piezas: un dormitorio matrimonial y otro más pequeño, los dos separados por el baño. En ambas habitaciones reinaba el mismo desorden, con el contenido de los cajones arrojados al suelo. Como nadie vivía ahí en forma permanente, no había teléfono fijo. Sacó su teléfono móvil y llamó a la policía de Spa para denunciar el hecho. Mientras esperaba a los detectives, trató de descubrir si se había robado algo pero, a primera vista, no lo podía asegurar.

Cuando llegaron los policías, explicó porque estaba ahí y les dió sus primeras impresiones, como ex-colega. Era muy probable que no se hubiese robado nada, ya que el propietario sólo venía a pasar algunos fines de semana y las vacaciones, teniendo su residencia habitual en Bruselas. Pero se dijo que haría el mismo día una nueva visita allá, pero ver si también habría sido asaltada después de su propia visita. Una vez que los detectives hubiesen tomado fotos y algunas huellas digitales, salió con ellos y cerró la casa. Les dió sus señas en Bruselas y les pidió que enviasen copia de su informe a su amigo, el comisario Servais, a la PJ de la capital. Como todos volvían a Spa, le ofrecieron llevarlo y se fue con ellos.

Durante el trayecto en tren, pensó que había visto lo suficiente como para estar más interesado por el chalet que por la casona frente al parque Josaphat. Ésta última era muy grande para un viudo como él y muy costosa de mantener. Al contrario, sería muy agradable refugiarse en el chalet algún fin de semana, en las vacaciones o después de alguna dura investigación. El paisaje era lindísimo, lleno de verde en verano y con las colinas vecinas cubiertas de nieve en invierno.

Llegó de vuelta a Bruselas a media tarde. En su llavero había colocado la llave de la casa bruselense de Lefranc junto con la del chalet de Spa, por lo que no le fue necesario pasar a buscarla a su oficina. En la Estación Central tomó el bus 66 que lo llevó hasta la esquina cercana a la casa. Al introducir la llave en la cerradura, se dió cuenta por unas feas marcas en la puerta que ésta debía haber sido forzada. En el vestíbulo no se notaba nada extraño, pero al entrar en el escritorio vió el mismo desorden que en Spa, o más bien peor porque aquí había mucho más cosas y habían vaciado los estantes y todos los cajones.

Recordó entonces las palabras de Lefranc en su carta póstuma: "Habrá gente interesada en complicarle la vida". Había, sin duda, tenido la suerte de haber llegado primero cuando descubrió la bóveda secreta. Pero los asaltantes le habían seguido muy pronto. Echó una mirada en las distintas habitaciones de la planta baja, todas las cuales mostraban el mismo desorden. Luego pensó en el computador que había descubierto en el sótano. Bajó y recorrió el camino que le había costado descubrir la primera vez. Pero cuando se fue esa vez no había pensado en cerrar las puertas y volver a esconder la pequeña bóveda: no se le había ocurrido que alguién podía forzar la entrada y bajar ahí.

Cuando llegó al sótano, vió que el pasadizo hacia la bóveda secreta estaba de nuevo escondido, a pesar de que había dejado todo abierto. Movió el anclaje de la pared, abriendo la pasada, y avanzó hacia la puerta, que también se veía cerrada. Pero pudo abrir sin necesitar la llave. Al entrar, vió de inmediato un cuerpo en el suelo. Acercándose, lo tocó, constatando que estaba frío. Pero no se le veía ninguna herida, ni sangre en el piso. No quiso moverlo, sabiendo que todo era importante para la policía. Miró en redondo y vió que el computador faltaba: el monitor y el teclado seguían ahí, pero se habían llevado la CPU. ¡Así que pensaban encontrar algo en el PC! ¿Pero qué? De ser capaz de contestar las preguntas de Lefranc -si es que el test aún funcionaba- de nada les serviría saber de las últimas disposiciones del testamento. Sin duda conocían de antes la segunda residencia de Lefranc, dado que ya habían estado allá y la dirección no estaba en ese computador ya que Trompel la recibió el notario. Pensaban encontrar otra cosa que, sin duda, buscaban y no habían encontrado en el resto de la casa. ¿Y qué hacía allí el muerto? Sin duda no se lo habían llevado para no levantar sospechas al sacarlo de la casa. O habrían entrado sólo dos personas y una de ellas se deshizo de su cómplice.

Trompel subió entonces al escritorio, de dónde llamó por teléfono a su amigo, el comisario Servais. Como era domingo, lo encontró en su casa. Le contó lo ocurrido en Spa y luego en la casa del bulevar Lambermont. Servais le dijo que no se moviera de ahí: él avisaría a un equipo técnico para revisar la casa e iría personalmente a dirigir las diligencias.

Media hora después llegaban los detectives y empezaban todo el proceso de búsqueda de huellas, revisión del cadáver, etc. Cuando, finalmente, levantaron éste apareció debajo un mensaje escrito con rotulador en el suelo: "Con nuestros recuerdos, sr Trompel", en castellano, a pesar de estar en Bruselas. ¿Qué significaba ésto?

15/9/09

La herencia 6.1.

Capítulo 6


El día siguiente, a mediodía, Trompel aterrizó otra vez en Santiago. Tomó nuevamente el mini-bus Transfer para el hotel San Cristobal. El hotel era caro, pero no tenía el deseo de buscar otro. Además, todos sus gastos serían pagados. Después de registrarse de nuevo y una vez en su habitación, llamó al padre Bochout para darle las malas noticias. Éste quedó muy compungido y le dijo que organizaría una misa para el descanso eterno del padre Lefranc para el día subsiguiente en su parroquia. Harían una misa especial a las doce del día e invitarían a los antiguos amigos y parroquianos de Lefranc.

El investigador llamó luego al inspector Figueroa quién, al oir su nombre, no lo dejó hablar:
- ¡Ya llegó ud! Y ahora es famoso aquí -le dijo-. Cardoso ya me contó lo que le había pasado y cómo estuvo mezclado en el asunto de El Alto. Y cómo su secuestro permitió descubrir el responsable del asesinato del padre Lefranc así como dar pistas acerca del tráfico de droga entre el Sendero del Sol y narcos de Chile. Ésto no corresponde a mi departamento, pero mi colega Fernando Gutiérrez, de la brigada de narcóticos, quiere hablar con ud, para que le dé más detalles. Le voy a avisar de su llegada. ¿Está siempre en el San Cristobal?

Trompel confirmó donde estaba y le dijo que estaba a su disposición. También le habló de la misa que se haría para el padre Lefranc y que esperaba conversar entonces algo más con el padre Bochout. Luego se despidieron. Ya no tenía nada que hacer -creía- y, después de almorzar en el hotel, se fue a caminar un par de horas por el parque Metropolitano que subía desde el hotel hacia el cerro San Cristobal. Al volver, le dieron un mensaje del inspector Gutiérrez que le rogaba esperarlo ahí mismo el día siguiente a las nueve de la mañana. En la noche, recibió una llamada del padre Bochout que le dijo que la misa se haría en la parroquia de San Gregorio, donde el padre Lefranc había ejercido su ministerio, y no en San Cayetano, y le indicó cómo llegar allá.

A la hora acordada del día siguiente se presentó el detective Gutiérrez. Pidió primero a Trompel que le contara cómo había llegado a La Paz y lo que le había ocurrido allá.
- No sabía que ud seguía las huellas del padre Guido Lefranc -le dijo el policía-. Ésto no aparece en el reporte que hemos recibido. Sólo se nos informó que ud había sido secuestrado y luego liberado, pero que gracias a este secuestro se había podido arrestar a varios policías corruptos que también revelaron pistas acerca del tráfico de droga entre el Sendero del Sol y traficantes de Chile. Lo que me cuenta ahora arroja luz sobre algunas derivaciones del caso Lefranc. No le puedo dar todos los detalles. Existían algunos cabos sueltos que creo que podremos atar ahora. Por lo que me dijo mi colega Figueroa, algunos hombres nuestros también están involucrados y serán interrogados hoy mismo. Ahí, todo debería aclararse. Se lo agradecemos mucho.

De este modo, gracias a la mala experiencia de La Paz, Trompel estableció excelentes relaciones con la policía civil chilena.

Al final de la misa de funerales varias personas hicieron un homenaje al padre Lefranc: el mismo padre Bochout explicó cómo había llegado a Chile y en qué parroquias había ejercido. También explicó cómo el investigador belga lo había encontrado, siendo incluso secuestrado también. Un miembro del consejo parroquial de San Gregorio dió cuenta de los principales logros del antiguo párroco y recordó que, lamentablemente, el sacerdote había decidido irse debido a la falsa acusión de acoso sexual de la cual había sido objeto y que había sido desechada por la justicia, restableciendo el buen nombre del padre.

Terminada la misa, uno de los asistentes se acercó a Trompel.
- Soy Gaspar Bagá, periodista de la Tercera. He sido un gran amigo del padre Guido. ¿Es ud el investigador que encontró el cuerpo del padre, no es cierto?
- Así es.
- Me parecía, porque ud tiene pinta de gringo, como se dice aquí. ¿Le molestaría contarme un poco más lo que ocurrió en La Paz. Yo también le podría dar más detalles acerca de lo que ocurrió aquí y provocó la partida del padre, si lo desea.
- Me gustaría muchísimo saber más, sobre todo si ésto me puede ayudar a mí y a la policía a entender mejor lo que pasó en Bolvia.
- Creo que quizás así resulte, al unir los dos relatos. Tengo auto: podría contármelo mientras lo lleve a alguna parte. ¿A su hotel quizás?
- De acuerdo. Al San Cristóbal.

Una vez en el auto, el belga contó los detalles de su aventura en La Paz. Y terminó explicando lo que había sabido del inspector Gutiérrez el día anterior. Llegaron al hotel y el periodista invitó a su acompañante a tomar una bebida en el bar, pasando a contarle ahí lo que él sabía.

- Como ud sabe, el padre fue acusado por su secretaria de acoso sexual, cargos que fueron desechados en el juicio. La secretaria fue imputada por falso testimonio y condenada a seis meses de cárcel que fueron remitidos porque se estableció que había actuado bajo las amenazas de su marido, el cual, a su vez, fue condenado por violencia intrafamiliar. Lo que no trascendió, es que este hombre hacía de correo para los pequeños narcotraficantes del barrio y que, de algún modo, supo que el padre había oído en confesión a un conocido traficante. Éste, arrepentido y probablemente a instancias del padre, había colaborado más tarde con el OS7, la brigada especializada de Carabineros, nuestra policía uniformada. Ésto llevó a una redada en varios sectores de la capital. Aunque no ocurrió, los traficantes pensaron que el padre había traicionado el secreto de confesión. Fue por ello que el marido de la secretaria la obligó a acusar al padre, para desprestigiarlo y acallarlo.
Todo ésto lo deduje porque, antes del juicio, el padre Guido me dijo que había recibido una fuerte suma de dinero de un delincuente arrepentido y consideró que debía dar cuenta de ello a la policía, pero sin revelar el nombre de esa persona ni detalle alguno. Con lo establecido en el juicio y la información pública sobre la redada, me fue fácil establecer la relación. Y con lo que me acaba de contar se explica aún mejor todo lo ocurrido. El juicio contra el padre no dió el resultado inmediato esperado pero logró que se fuera. Y cometió el error de parar en Bolivia y de conversar de ello con varias personas antes de partir. Los traficantes de aquí se enteraron de su proyecto turístico, transmitiendo la información a sus pares bolivianos, los que decidieron eliminarlo definitivamente. Quizás pensaron que iba a ayudar a la policía anti-narcóticos boliviana como creían que había hecho en Santiago, lo cual podía resultar peligroso para ellos.
- Estoy de acuerdo. Todo parece hilarse muy bien de este modo. Le agradezco esta información a nombre del padre del difunto, que ya había sido bastante sorprendido por la acusación de acoso sexual y muy apenado por la decisión del padre Guido de renunciar a su ministerio en Chile. Por cierto, lo está ahora mucho más por su pérdida, pero los datos que me acaba de dar le ayudarán a comprender mejor lo ocurrido. Estamos otra vez, en cierto modo, ante un caso de víctima del secreto de la confesión.

Trompel había reservado su vuelta a Bélgica para el día siguiente de la misa fúnebre. El avión salía a mediodía, por lo cual tuvo tiempo en la mañana para leer los diarios locales. Al bajar a desayunar, había visto los titulares de los diarios ofrecidos a la entrada del comedor: todos daban cuenta en portada de la detención de varios funcionarios de la Policía de Investigaciones involucrados en el tráfico de drogas.

Acordándose del periodista amigo del padre Lefranc, tomó La Tercera y leyó que habían sido detenidos varios detectives, entre ellos el sub-jefe de la brigada anti-narcóticos. Todos habían sido inmediatamente dados de baja y expulsados del cuerpo policial, ya antes de ser juzgados, como se acostumbra extrañamente en Chile. En un artículo anexo, firmado por Gaspar Bagá, se daba cuenta también de la misa por el padre Lefranc y se informaba que se acababa de descubrir que uno de los policías expulsados había sido el que había detenido al sacerdote belga. Este mismo policía, además, había pertenecido a la CNI, la Central Nacional de Investigaciones, la policía secreta de Pinochet, y había fichado ahí al padre como izquierdista. Había, por lo tanto, otro motivo de persecución que había llevado a su detención y acusación: aún existían grupos de extrema derecha resentidos por la vuelta a la democracia y deseosos de expulsar a los "rojos". Si bien Bagá explicaba que se había descubierto que el sacerdote había sido asesinado por hombres aliados al Sendero del Sol y, por lo tanto, al narcotráfico, no daba cuenta de lo que había explicado a Trompel. Mencionaba, sin embargo, que los detectives chilenos enjuiciados estaban aliados a esos traficantes bolivianos, dejando a los lectores adivinar el nexo.

Trompel tomó los otros diarios pero, ahí, no encontró este tipo de comentario. Al parecer, La Tercera tenía la exclusiva gracias a él y a Bagá. Y el periodista había relacionado los hechos pero había mantenido la debida reserva sobre los detalles.

8/9/09

La Herencia 5.3.

Después de su conversación telefónica con Lefranc, Trompel pasó a tomar una cerveza en el bar Daikiri del Prado. Estaba bebiendo en la barra cuando entraron dos policías. Empezaron a pedir los documentos de todos los presentes, partiendo por los más cercanos a la puerta. Cuando llegaron a la barra, Trompel les mostró su pasaporte de la Unión Europea. Lo miraron hoja por hoja.

- ¡Un gringo! ¡Y viene de Chile! -dijo uno.
- ¿Qué viene a hacer aquí, gringuito? -dijo el otro-. No nos gusta la gente que viene de Chile. Nos han robado el mar, y ésto no lo olvidamos.
- Sus problemas con Chile no me interesan. Vine de paseo. Quiero conocer las ruinas de Tiwanaku -dijo Trompel, teniendo cuidado de pronunciar el nombre del lugar a la manera boliviana.
- ¡Tiwanaku! ¡Vaya! ¿Acaso es arqueólogo?
- En absoluto. Sólo un interesado en el pasado.
- Pues estamos muy orgullosos de nuestro pasado. Y nos vamos a asegurar de que lo conozca mejor. ¡Venga con nosotros!
- ¿Por qué? ¿Adónde?
- ¡Ya lo verá! ¡En marcha!

Y lo condujeron afuera. Al borde de la vereda estaba estacionado un auto con el motor en marcha y las puertas abiertas del lado derecho. Dos hombres de civil, armados, estaban mirando la puerta del bar.
- El gringo quiere conocer Tiwanaku -les dijo uno de los policías que lo empujaban fuera, haciéndoles una seña.

Los civiles sujetaron entonces a Trompel y lo introdujeron en el auto que partió raudo hacia lo alto de la ciudad. El belga vió que tomaban la carretera hacia el aeropuerto. ¿Lo irían a deportar? Aunque sabía que también era la ruta hacia Tiahuanaco, no pensaba que hombres armados lo llevarían a una visita guiada de las ruinas.

Y no fueron ni hacia el aeropuerto ni hacia las ruinas. Llegaron al pueblo de El Alto. Había una barricada a la entrada de la calle y unas sentinelas que les hicieron parar. Hubo un intercambio en un idioma que Trompel no entendía, probablemente quechua., y luego el auto siguió camino hasta pararse frente al puesto de policía. Así que estaba en manos de los rebeldes que se habían tomado la pequeña ciudad: el Sendero del Sol. Sin mediar palabras, lo condujeron adentro y, al fondo del recinto, lo encerraron en una celda. No tenía más de dos metros por dos, estaba cerrada con un gran reja y estaba absolutamente vacía.

Después de un tiempo de espera de pie, optó por sentarse en el suelo. Oía constantemente voces y ruidos de pasos. El tiempo pasó lentamente. Se aburrió y se puso a gritar:
- Soy belga. Quiero hablar con Tupac Inti. Vengo a negociar el pago de un rescate.

Lo repitió varias veces hasta que un hombre vestido con un poncho a la usanza indígena y armado de una metralleta se acercó.
- ¡Así que quieres hablar con Tupac Inti! ¿Quién te crees que eres? ¡Nadie habla con él! Es nuestro jefe, pero nunca lo hemos visto. ¿Por qué lo verías tú?
- Pidió dinero por el rescate del padre Guido Lefranc. Vengo de parte de Antoine Lefranc, para discutir el pago del rescate.
- ¿Por qué debería creerte? Los asuntos de Inti son asuntos de él. No sé quien es ese padre. Jamás he oído de él.
- ¿Por qué me retienen aquí? ¡Entré legalmente y no he cometido ningún delito!
- Pero algo sabes de Tupac Inti. Y lo acusas. No eres un amigo. Viniste a espiar y te encontramos en La Paz. No nos gustan los gringos fisgones. Pronto tendrás tu merecido.

Y el hombre se fue, dejando a Trompel aún más azorado que antes. Cuando ya oscurecía, otro hombre se acercó a la reja. Éste llevaba un uniforme, pero no supo si era policial o militar.
- Así que éste es el gringo que quiere ofrecer un rescate por el cura parlanchin. ¡Hola, gringuito! ¿Traes plata? Ahora, eres tú quién la va a necesitar, si quieres salir de aquí. Y si te dejan.

Trompel tuvo que pasar la noche acostado en el suelo, sin haber comido y temblando de frío. En la mañana, le lanzaron un pedazo de pan y le pusieron un vaso de agua en el suelo. Para sus necesidades, descubrió un hoyo en un rincón. El olor que despedía le confirmó su uso. Para pasar el tiempo se rememoró una vez más todo lo que había hecho desde el llamado de Lefranc. No le dieron almuerzo ni hablaron con él en todo el día. Al anochecer le tiraron de nuevo un pequeño pan y le volvieron a dar un vaso de agua.

Era cerca de la medianoche cuando sintió gritos y tableteo de armas de fuego afuera, seguidos de más gritos y carreras dentro del edificio. Al parecer se producía un furioso combate. El ruido se prolongó por cerca de media hora. Luego se hizo el silencio. Sintió pasos en el corredor de las celdas. Y gente que interrogaba a los presos. Cuando llegaron frente a su reja, un militar en tenida de camuflaje le preguntó quién era. Declinó su identidad y nacionalidad, explicando que había sido secuestrado en La Paz.
- Tenga un poco más de paciencia -le dijeron-, vamos a confirmarlo. Si todo es correcto, saldrá de aquí en un par de horas.
- ¿Qué pasó? -preguntó.

Pero no le contestaron. El militar ya se había ido y hablaba con otro preso. Dos horas después, lo sacaban de la cárcel y un jeep militar lo llevaba a su hotel. Al salir del puesto policial, un oficial le pidió disculpas a nombre de las autoridades y le explicó que el ejército había asaltado el poblado y abatido gran parte de los rebeldes. Preguntó si habían encontrado a Tupac Inti.
- No sabemos quién es. No es su nombre real. Lo más probable es que no haya estado aquí. Es más escurridizo que un pescado -le contestó el militar.

En las calles de El Alto vió numerosos muertos y casas en llamas. Pero en La Paz, todo estaba tranquilo.

Después de ducharse, pasó por fin una noche reparadora en una verdadera cama y no se enteró de los ruidos de las piezas vecinas. A la mañana siguiente se dirigió a la oficina del inspector Cardoso y le contó lo que le había ocurrido.

- Supe anoche de su secuestro -le dijo éste-. Teníamos un hombre nuestro infiltrado en la policía de El Alto que se plegó al movimiento guerrillero y me puso al tanto. Oyó lo que el sub-prefecto le dijo a ud y éste también se vanaglorió, delante de sus compañeros, de haber "liquidado a un cura gringo que había sido un soplón de la policía chilena" y que, así, vengaba a los compañeros que habían sido detenidos en Santiago. Este hombre está preso aquí ahora, y lo estamos "cocinando". Nos tendrá que decir cómo supo de ud y cómo organizó su secuestro. Y sus cómplices caerán. Con suerte, descubriremos también los enlaces con los traficantes o la policía chilena.
- Yo me pregunto cómo pudieron saber de mí y de mi relación con el caso Lefranc. ¿Cree que hay policías chilenos involucrados? Allá me dijeron que la corrupción policial era escasísima.
- Sin duda se enteraron aquí mismo, posiblemente interceptando sus llamados telefónicos. No se preocupe, que tarde o temprano lo sabré y limpiaremos el servicio de estos malos elementos. Pero, como se dió cuenta, no puedo hacerme cargo de su seguridad. Será mejor que deje el país cuanto antes. ¿Que hacemos con el cuerpo del padre Lefranc?
- Hablé con su padre y estaba muy afectado. Me pidió unas horas para pensarlo, pero no tuve oportunidad de volverlo a llamar.
- ¿Quiere hacerlo desde aquí? ¿Será buena hora en Bélgica?
- Sería perfecto. Ahí deben de ser las tres de la tarde. Antoine Lefranc debe estar en su oficina.

Trompel dictó el número y Cardoso le pasó el combinado. Hubo un breve diálogo, Trompel excusándose primero por la demora "por causas ajenas a su voluntad" -no quiso entrar en detalles y crear más confusión en su cliente- y, finalmente, devolvió el aparato al policía boliviano.
- Me dijo que lo cremasen y enviasen sus cenizas a Bruselas. Y me autorizó a pagar lo que fuese necesario.
- Creo poder conseguir que lo cremen hoy mismo. Así, podrá ud llevarse sus cenizas si se va mañana. Le mandaré la urna y el permiso de salida a su hotel. No vuelva a salir de ahí. Nadie se atreverá a asaltarlo adentro. Y mañana por la mañana una patrulla nuestra lo llevará al aeropuerto. ¿En qué compañía tiene pasaje?
- En LASCO.
- De acuerdo. También me aseguraré de que lo embarquen aunque el vuelo esté completo. Y le ruego que nos disculpe esa malísima experiencia. ¡Ojalá nos pueda volver a visitar en mejores circunstancias!
- No se puede decir que la perspectiva sea muy atractiva. La altura, además, no facilita el turismo.
- Ésto es cierto. Pero ud es joven y si no está enfermo del corazón se aclimataría rápidamente. ¡En fin, está claro de que no es el momento! ¡Que tenga buen viaje de regreso, y lamento una vez más lo ocurrido! Asegure al señor Lefranc que el asesino de su hijo recibirá la pena máxima. Uno de mis hombres lo va a llevar a su hotel ahora y él mismo lo llevará mañana al aeropuerto. ¡No confíe en nadie más!
- Gracias por todo y hasta luego.

Una patrulla llevó a Trompel de regreso al hotel. Sin nada que hacer, recogió los diarios locales del día y se puso a leer el amplio reportaje sobre los acontecimientos de la noche anterior. Supo así que las unidades del ejército que habían atacado El Alto eran compuestas exclusivamente de aymarás, tradicionales competidores de los quechuas por los derechos de los indígenas. Ésto había evitado que los guerrilleros que controlaban el poblado se enterasen de la acción militar y permitió sorprenderlos, penetrando rápidamente sus defensas.

Los quechuas eran los descendientes de los incas, mientras los aymaras constituían una población mucho más antigua que había sido aservida por los incas y seguía cultivando el resentimiento contra sus dominadores, como los quechuas lo tenían contra los descendientes de los españoles. La narcoguerrilla era constituída en su mayoría de quechuas que querían reconstituir su antiguo imperio en las cumbres de los Andes. El Sendero del Sol boliviano mantenía lazos con el Sendero Luminoso maoísta de Perú y éste, a su vez, con las FARC de Colombia, todos los cuales se financiaban a través del narcotráfico basado en el cultivo de la coca, un cultivo inmemorial de los indígenas, de uso medicinal y religioso en forma de infusión u hoja mascada. Pero alguién había descubierto un método químico para extraer su principio activo y centuplicar su efecto, con los consecuentas efectos desastrosos y el comercio ilegal.

1/9/09

La Herencia 5.2.

En la mañana siguiente se dirigió a la dirección que el padre Bochout le había dado de una pequeña cooperativa dirigida por voluntarios belgas en La Paz. Estaba en la misma calle Ballivian, a unas quince cuadras de distancia. La calle iba en ligera pendiente, de bajada, así que se fue a pie. En la dirección señalada, encontró una pequeña tienda de artesanía dirigida por una mujer. Se presentó de parte del padre Bochout y la mujer le respondió en francés. Era la administradora. Trompel le explicó que buscaba a Guy Lefranc. Que éste había salido de Santiago en dirección a La Paz pero que luego había desparecido y que se pedía un rescate por un supuesto secuestro. Se mostró muy soprendida. El padre Guido les había visitado en efecto y había alojado con el padre Verhelst, pero había partido para El Cuzco, de donde debía seguir su viaje. 

Trompel insistió en preguntar si ella no había observado nada extraño durante la estadía del padre Lefranc. Recordó entonces que, un día que visitaba el mismo local donde estaban, le habían abordado dos desconocidos y que habían conversado bastante largamente. No habían mirado los productos, sino que se habían dirigido directamente al sacerdote. Como ella iba y venía, atendiendo algunos clientes que entraban y salían, no pudo oír mucho. Pero estaba cerca cuando entraron, pensando atenderlos. Uno de ellos, al abordar el padre Guido, le había dicho que era chileno y que lo había conocido en Santiago. Más adelante le pareció que había una pequeña discusión y el padre negaba repetidamente con la cabeza. Cuando los hombres salieron, uno de ellos dijo en voz muy alta "Nos volveremos a ver". Ella le preguntó a su compatriota si había algún problema y le contestó que eran unos sinvergüenzas que querían estafarlo. Ésto era todo. Podía dar una descripción aproximativa de los dos hombres, pero no lo suficiente para confeccionar un retrato robot. No había tenido mucho tiempo para observar sus caras, teniendo que atender a otros clientes.

El investigador volvió lentamente, a pie, a su hotel pensando en este encuentro. Así que Lefranc había sido abordado por hombres que sabían de su viaje y lo habían podido encontrar. Y sin duda lo habían amenazado. Pero, al parecer, no le dió suficiente importancia y, probablemente en su trayecto hacia la frontera peruana, había sido interceptado. Debería asegurarse de que no había salido de Bolivia. Era el momento de contactar al policía boliviano que le habían recomendado.

En el hotel averigüó donde estaba el cuartel central de la policía y se hizo llevar ahí. Pidió hablar con el inspector Julio Cardoso, del Departamento Quinto, como le había recomendado el comisario Figueroa en Santiago. Le pidieron su pasaporte y preguntaron quién lo enviaba, así que dió también el nombre del policía chileno. Después de una llamada telefónica interna, le dijeron que subiera al tercer piso, donde le estarían esperando. No había ascensor. Después de una laboriosa subida, llegó resollando al piso indicado. ¡Imposible olvidar la altura de La Paz! Había un escritorio en el descanso de la escalera y le pidieron de nuevo que enseñara su pasaporte. Luego le dijeron que pasara a la tercera oficina después de la mampara que estaba en la mitad del corredor. Avanzó lentamente para recuperarse del esfuerzo. Al llegar a la puerta indicada, ésta se abrió y un hombre de edad, alto y enjuto, se presentó y lo hizo pasar.

- Soy el inspector Cardoso. Así que lo envía mi buen amigo Figueroa, de Santiago. ¿Cómo está el hombre? ¿Siempre dedicado al arte?
- Está muy bien y sigue persiguiendo a ladrones y falsificadores.
- ¿Y qué puedo hacer por ud? ¿Por qué lo mandó aquí? Entiendo que ud es belga. ¿Qué le llevaría a necesitar servicios policiales en este país tan lejano?

Trompel le relató entonces lo del secuestro y lo que ya había averiguado en Bruselas, Santiago y La Paz, como investigador privado contratado por el padre del desaparecido. Y también el consejo de Figueroa de no acudir a la policía boliviana sin pasar por Cardoso.

- Figueroa tenía mucha razón. Nuestros hombres de servicio en la calle no son muy confiables, pero se limitan generalmente a pequeñas coimas. Con los inspectores y detectives, la cosa es más compleja. Varios están complicados con el narcotráfico y mi trabajo aquí consiste en descubrirlos. Pero hay algo aún peor en estos días. Habrá sabido que la guerrilla del Sendero del Sol se tomó el pueblo de El Alto. Es un movimiento indigenista que busca el restablecimiento del Tiwantinsuyo, el imperio inca, que debería pasar a manos de los quechuas. Lo de El Alto no habría sido posible sin el apoyo de una mayoría de los policías de esa ciudad, y ésto nos complica mucho. No sabemos cuantos de nuestros hombres, aquí en La Paz y en el resto del país, pueden ser simpatizantes o incluso miembros del Sendero del Sol. Y si quien reclama el rescate de Lefranc firma Tupac Inti, queda claro que está -o estuvo- en manos del Sendero.
- ¿Estuvo? ¿Podría no estar ya en su poder a pesar de que no se pagó aún el rescate?
- Desgraciadamente es posible. Han ocurrido varios secuestros y, por lo que sabemos, a pesar del pago el secuestrado apareció muerto. O no volvió a aparecer nunca. Me imagino que desea saber si le podemos ayudar.
- En efecto.
- No me ha dado muchas pistas, aunque todo hace pensar que esta persona ha sido perseguida por narcotraficantes. El vínculo con la guerrilla no tiene nada de extraño. El Sendero se financia con la venta de la coca, que es un cultivo tradicional de la cultura quechua. Yo lo podría contactar con un investigador confiable de la brigada anti-narcóticos. Pero están recargados de trabajo. Antes, sin embargo, conviene hacer otra cosa: asegurarnos de que no ha sido encontrado ya. Como le dije, no esperan siempre a que el rescate sea pagado. Y si debe ser pagado desde el extranjero, menos esperan que alguién venga a investigar aquí. Así que voy a poner una orden dirigida a las morgues policiales de los diferentes Departamentos, las provincias del país. Que avisen si alguién responde a su descripción. ¿Tiene ud una foto? ¿Y sus huellas dactilares?
- Le puedo dar una foto: recibí varias para estos efectos. Pero el Registro Civil belga no toma las huellas dactilares y no se ponen en los documentos de identidad, así que no se las puedo facilitar.
- Esperemos entonces que la foto sea suficiente. ¡Y que no encontremos a nadie aún, por cierto!
- ¿Cuándo podría tener noticias?
- Le pondré máxima urgencia. Así, espero tenerle noticias en el curso del día de mañana. Para no perder tiempo, también avisaré a gente confiable de la brigada de narcóticos y a los encargados del Sendero. Tenemos algunos infiltrados ahí, que podrían sernos útiles. ¿En que hotel se aloja ud?
- En el Ballivian.
- No es muy bueno que digamos.
- No, pero en el Intercontinental dijeron que no sabían nada de mi reserva y estaba completo.
- ¡Algo muy frecuente aquí! Seguramente querían una coima.
- Pero ni así resultó.
- Mala suerte entonces. Lo siento. Bueno; quédese cerca de su hotel mañana. Lo llamaré ahí en cuanto tenga alguna noticia.
- De acuerdo. Y muchísimas gracias. Realmente no esperaba tanto y tan rápido.
- Para que vea que no todo anda mal aquí. ¡Hasta mañana!

El día siguiente, Trompel no tuvo más remedio que quedarse a leer en su hotel, esperando el llamado de Cardoso. La Paz no era una ciudad en que se podía salir a pasear con facilidad y no le convenía alejarse si quería atender cuanto antes el llamado del policía. Compró un par de diarios, uno boliviano -para tener noticias locales- y el New York Times, que llegaba con dos días de retraso, para tener más noticias del exterior que lo poco, poquísimo, que decía la televisión local y que, por cierto, sólo podía ver en blanco y negro en su cuarto.

En el diario pudo leer que, en lo que va del año, había habido una veintena de asesinatos en la capital y sus alrededores, todos relacionados con el narcotráfico según las investigaciones policiales. Un periodista denunciaba que el Estado mismo estaba permeado por el narcotráfico por cuanto el cultivo y venta de la coca es legal aunque no la producción de cocaína, pero existía un solo scanner para monitorear las cargas que se importaban o exportaban y los precursores se importaban desde Chile en forma habitual. Las fronteras, con múltiples pasos cordilleranos no controlados, eran altamente permeables y la droga se escurría fácilmente por ellas. Y era una importante fuente de financiamiento para la guerrilla del Sendero del Sol, como lo había sido en Perú y lo era aún en Colombia.

Pero Trompel no encontró más información acerca de secuestros. ¿El de Lefranc sería un hecho extraordinario? En la revista comprada en Santiago se hablaba sin embargo de dos colombianos y tres argentinos secuestrados en Bolivia. Pero el diario local no hablaba de ellos.

Poco después de las doce, sonó el teléfono de su habitación. Era Cardoso.
- Amigo, tengo muy malas noticias. En la morgue del Desagüadero, el puerto sobre el lago Titicaca donde se cruza hacia Perú, tenían un desconocido que corresponde a la foto que me dió. Según el reporte que me enviaron, fue encontrado por turistas cerca de las ruinas de Tiwanaku. Tenía aferrado en la mano el puñal con el cual, supuestamente, se habría suicidado. No llevaba ningún documento de identidad y, de no haber sido por mi solicitud, habría sido cremado dentro de unos días. En la situación actual, no se guardan los cadáveres por más de una semana. Debo decirle que no me habría creído la tesis del suicidio: nadie se mata de siete puñaladas. Pero los ajustes de cuentas son frecuentes y pocas veces se investiga a fondo. Pedí que enviasen el cadáver aquí para que ud lo envíe a su tierra si lo desea. Debería llegar mañana si no tenemos demasiados problemas con lo de El Alto. ¡Ese asunto sí que es complicado!

Trompel agradeció la información y dijo que se comunicaría con el padre del difunto para pedir instrucciones. Luego salió a almorzar y se fue a la oficina de Correos y Telégrafos para llamar por teléfono a Bruselas. De ser posible, sería mejor hablar directamente con Antoine Lefranc y tomar juntos algunas decisiones antes que enviarle un e-mail desde un ciber-café y esperar una respuesta, sobre todo con una noticia tan mala.

La conversación con Antoine Lefranc fue muy penosa, como era de esperar. El hombre quedó anonadado. Pidió un poco de tiempo para asimilar la noticia y quedaron de que Trompel lo volvería a llamar el día siguiente para ser informado de lo que debería hacer con el cuerpo.