28/7/09

La Herencia 2.

Capítulo 2

Mientras regresaba a su oficina, Trompel volvía a hacerse repetidamente la misma pregunta: ¿por qué Antoine Lefranc había firmado como Guy? Recordaba perfectamente el caso, que lo había obligado a viajar a Chile y a Bolivia para tratar de encontrar a Guy Lefranc, donde él mismo había sido secuestrado y, finalmente, sólo encontró un cadáver.

Guy Lefranc había sido encontrado con el puñal en la mano, la misma arma con que había sido ultimado, lo cual era un contrasentido. Ésto, sin embargo, no había llamado la atención de la policía boliviana, que lo había encontrado cerca de las ruinas de Tiahuanaco y no lo había podido identificar antes de que el detective belga llegase a La Paz.
¿Pero por qué volvía el difunto a sacar a la luz hechos de hace siete años, cuyos responsables ya estaban todos en la cárcel?

El día siguiente, carta en mano, Trompel se fue a la casa de Lefranc, en el bulevar Lambermont, frente al parque Josaphat. Entró en la casa, en un vestíbulo a penas levemente iluminado por la luz que se filtraba por un pequeño vidrio encima de la puerta de entrada y por la puerta entreabierta de la pieza que daba hacia la calle. Aunque una alfombra cubría el pasillo, se oía reverberar sus pasos en el absoluto vacío de la casa.

La pieza en que entró era un cómodo salón, con varias butacas y un sofá de cuero, una mesa de centro de vidrio y, en la pared, una estantería con una colección de pequeñas estátuas. A los lados colgaban del muro reproducciones de pinturas flamencas de Rubens, van Eyck y Jordaens. La siguiente habitación era el comedor, con los muebles habituales, modernos y de buena factura, y con más copias de pinturas clásicas en las paredes. Seguía una cocina y un baño de visitas.

Trompel subió entonces la escalera, encontrando el escritorio del difunto, el dormitorio matrimonial -en suite con un gran baño- y el dormitorio del hijo con otro baño menor. En el dormitorio principal vió una foto de Antoine y su esposa con el rey Balduino, y otra de Antoine y Guy. En el escritorio, un muro estaba cubierto de estanterías con libros y algunas estatuillas de personajes famosos como Napoleón. En otra pared había varios cuadros. No sería extraño que detrás de una de ellas hubiese una caja fuerte pero, en ese momento, lo le interesaba buscarla. En la pared que enfrentaba la puerta había dos ventanas que daban a la calle. Sobre el mueble-escritorio sólo había una foto enmarcada del hijo desparecido y otra de la esposa de Lefranc.

Volviendo a la escalera, el detective subió otro piso. Ahí había dos dormitorios amoblados muy sencillamente que daban hacia la calle y, del lado posterior de la casa, un par de mansardas con lucarnas. Bajó, pensativo, y recordó que este tipo de casa tenía una amplio sótano. En el fondo del vestíbulo encontró la otra escalera y el interruptor que permitía iluminarla, ya que estaba totalmente a oscuras. Bajó. Abriendo puerta tras puerta, encontró primero el cuarto con la caldera de la calefacción central y el del estanque de combustible; luego un cuarto lleno de cajas y trastos viejos; enseguida había una pieza aparentemente vacía, salvo unos cuadros antiguos colgando de las paredes. Y finalmente una lavandería, con una moderna lavadora y una secadora de ropa. Volvió entonces al primer piso y se sentó en una de las butacas del salón.

Hecha la revisión de la casa, no se le ocurría qué esperaba Lefranc que descubriera. Se preguntó entonces cual era la primera pista que se le había dejado. Por cierto era la firma "Guy Lefranc" en lugar de "Antoine Lefranc" como debió haber sido. ¿Le indicada acaso la foto de su hijo, en su escritorio?

Subió al escritorio y revisó la foto. No había nada a la vista, por lo que la sacó de su marco. Detrás sólo había dos cifras: 29.11. Debía ser una fecha: 29 de noviembre. Sabía que no podía ser la fecha de su muerte, ya que el día exacto no había sido establecido, y había sido en marzo. ¿La fecha de su cumpleaños quizás? Decidió llamar al notario y preguntarle si esa fecha le decía algo. Le confirmó que era la fecha del aniversario de Guy pero que, también el testamento estaba fechado un 29 de noviembre, en 2003.

La fecha, por lo tanto, era doblemente importante. Pero aún así, no le decía qué más buscar. Pensó entonces revisar los diarios de ese día y los del día siguiente. Quizás había ocurrido algo que, de un modo u otro, le diera otra pista. Salió de la casa, dejando todo bien cerrado, y se fue a la Biblioteca Nacional, en el Monte de las Artes, cerca de la Estación Central. Pidió los diarios del 29 y del 30 de noviembre del 2003. El 29 no encontró nada significativo. Pero el día 30 se mencionaba que, el día anterior, el señor Lefranc había hecho donación de una pintura desconocida de Breughel al Museo de Bellas Artes, la cual "había encontrado escondida en el sótano". Se acordó entonces del cuarto vacío con viejas pinturas en el sótano de la casa. ¡Ésto debía ser!

21/7/09

La Herencia 1.

    El grupo terrorista peruano Sendero Luminoso lleva a cabo asaltos armados en Bolivia para costear la rearticulación en su país, denunció ayer el diario La Razón de La Paz, que recoge declaraciones de un policía, quien señaló que "los grupos irregulares tienen el concepto de que realizar un atraco en Bolivia es cosa de niños".
    (El Mercurio, 7-3-2009)



    Ningún país alberga al narcotráfico sin comprometer, más pronto que tarde, a su propio Estado en esos intereses. Y ningún Estado se limpia fácilmente del narcotráfico una vez que éste lo perforó, porque no hay dinero lícito capaz de alcanzar la grandiosa generosidad del dinero fácil e ilegal.
    (Joaquín Morales Solá, El Mercurio, 21-8-2008)



1ª Parte

Capítulo  1


El investigador privado Jef Trompel había sido citado por el notario Jean Dufresne, lo cual había sido para él una enorme sorpresa. El notario, cuyo lujoso bufete se encontraba en la anchísima y rica avenida Louise de Bruselas, sólo le había dicho que se trataba de un testamento. ¿Debería acaso buscar a los herederos perdidos de algún rico difunto? Ésto no era muy común pero al menos una vez en su carrera de investigador privado le había tocado este tipo de caso, aunque no con maestro Dufresne, que el no conocía. Así, no se explicaba el llamado y era con gran curiosidad que había entrado en el estudio. Maestro Dufresne -como se acostumbraba llamar a los notarios en Bélgica- después de saludarlo e invitarlo a sentarse, pasó a explicarle lo ocurrido:

- Me he enterado de que el señor Antoine Lefranc ha sido cliente suyo. Como ud probablemente sabe, al morir su hijo quedó sin heredero. Al fallecer también él mismo, hace un par de semanas, sus bienes debían pasar a quienes él designara en testamento o, en caso contrario, pasarían al Estado. Pues bien, el señor Lefranc hizo un testamento y me encargó llevar a cabo las disposiciones que contiene. Lo he llamado a ud porque ha sido nombrado su heredero, junto con la Fundación San Vicente de Paul. La Fundación recibirá bienes muebles, que no estoy autorizado a darle a conocer, mientras ud se hace acreedor de la casa en que residía mi cliente. Ahora bien, como ha de saber, la Fundación queda exenta del impuesto a las herencias, por ser una institución de beneficencia, no así ud, por ser un particular. El avalúo fiscal de la casa es actualmente de trescientos mil euros, por lo que los derechos de sucesión se elevan a cien mil euros, al no ser ud pariente del difunto. Si no dispone de esta cantidad para pagar el impuesto antes de entrar en posesión del bien raíz, puedo poner éste a la venta de modo que, con el producto de ésta, pueda pagar el impuesto. También puedo hacerlo, obviamente, si ud paga los derechos pero no desea conservarla. Sin embargo, antes de tomar una decisión, el testamento precisa que es indispensable que ud tome conocimiento del contenido de una carta que le está dirigida y que estaba anexada al testamento. La carta está sellada y no conozco su contenido. Ud puede leerla ahora o llevársela y comunicarme después las disposiciones que decida tomar. También he de entregarle las llaves de la casa y permitirle que la visite antes de tomar cualquier decisión. Sin embargo debo señalarle que sólo dispone de un mes para decidir y que el impuesto debe ser pagado en el curso del actual ejercicio fiscal, lo cual le deja un plazo de siete meses. De lo contrario me veré forzado a proceder a un remate judicial.

Trompel recordaba perfectamente al señor Lefranc. Su único hijo había sido secuestrado hacía unos siete años y el detective había sido llamado por el atribulado padre para ayudar en la investigación. Desaparecido en el extranjero, la policía local no podía hacer nada y, sin pista alguna, tampoco podía intervenir Interpol. Pero el señor Lefranc había confiado a Trompel cierta cantidad de información privada que no había querido entregar a la policía, la cual constituyó la primera hebra de un intrincado puzzle que el investigador había logrado desentrañar, llevando finalmente los responsables a la justicia. Sus servicios habían sido adecuadamente pagados, pero su cliente le había asegurado que «le agradecería hasta más allá de la muerte». En ese momento, Trompel no había asignado a estas palabras más que un significado simbólico. Pero hoy cobraban un significado muy material.

Al recibir la carta, decidió abrirla de inmediato. Decía:

Estimado señor Trompel,

Quizás recuerde que le prometí que mi reconocimiento por haber encontrado a los asesinos de mi hijo se extendería hasta más allá de mi muerte. Cuando esta carta le llegue también quedará de manifiesto que mis palabras no eran vanas. Le he legado mi casa. No por capricho ni, simplemente, para suplementar el pago que hice por sus servicios. Mi casa es más que un simple bien raíz. Es un desafío. Necesitará un poco de tiempo para descubrir el o los secretos que esconde y que, estoy seguro, sólo ud podrá desentrañar y aprovechar. Visítela y busque las pistas. Pistas que le indicarán qué hacer con ella. Pero no hable de ello con nadie, salvo con el notario cuando resulte indispensable. Podría haber gente interesada en complicarle la vida.
No eche esta oferta en saco roto. Acepte el desafío. áY que tenga suerte!

Su muy adradecido,
Guy Lefranc.


- Muy extraño -exclamó Trompel-. Me da algunas razones para quedarme con la casa y me encarga una nueva misión. Pero no entiendo el motivo. Quizás lo descubra cuando visite la casa.
- ¿Puedo ayudarle de alguna manera?
- No lo sé. Tengo mucha información en mi archivo de la investigación del asesinato de su hijo y la tendré quizás que revisar. En todo caso, he de hacer todo lo posible por quedarme con la casa durante el mayor tiempo posible para cumplir con las últimas voluntades del difunto. Es todo lo que puedo decirle por ahora. No dispongo de cien mil euros para el pago de impuestos pero, de acercarse el plazo fatal para el pago, conseguiré un préstamo. A no ser que tenga resuelto el caso, cumpliendo con estas instrucciones, y le pueda ordenar la venta. Una sola cosa: ¿dispone ud de información acerca de la familia del señor Lefranc?
- ¿Ud se refiere a sus padres o antepasados?
- Evidentemente.
- Lo lamento, pero sólo lo conocí a él hace unos quince años, cuando recurrió a mi estudio para operaciones de bienes raíces. No he tenido más relación con él que para estos contratos y para la redacción y archivo de su testamento. Y nunca me reveló nada acerca de su familia ni acerca de sus orígenes.
- Ésto podría haber sido útil y me habría ahorrado quizás algo de trabajo pero que así sea. Espero que, más allá de la muerte, él me pueda guiar. Le agradezco su llamado y seguiré en contacto en ud para el asunto de la casa. ¡Hasta luego!
- Yo tomo nota de su actual decisión y le llamaré cuando el plazo para el pago de los impuestos esté por vencer, si ho he sabido de ud. antes. ¡Que la vaya bien!

14/7/09

Artecal - Epílogo

PARIS, Francia (EFE). Gracias a la colaboración de un anticuario luxemburgués con la policía, la gendarmería francesa pudo desmantelar una importante red europea de tráfico de arte formada por más de cincuenta personas y confiscar un total de más de mil objetos artísticos, entre ellos un Cezanne, una escultura policromada del siglo VII, una reliquia merovingia y numerosas piezas provenientes de tumbas etruscas de Italia así como joyas y muebles antiguos de diversos países. Unos veinte inculpados partenecían a la misma «familia» francesa. La cabeza de la organización local fue identificada como Clément Lefèvre, un corredor de seguros con oficina en París, que había huído de Francia después del robo del camión del Louvre en abril pasado.

Paralelamente, a partir de los contactos de Lefèvre en España, la Guardia Civil detuvo a veinticuatro personas en Madrid, en Cataluña y Andalusía, acusadas de robo y venta de piezas de alto valor cultural. En Alemania, el Oficio Federal de Investigación Criminal arrestó a Gert Weinstein, un millonario filántropo que escondía en realidad el tráfico más importante del país y quizás de Europa. En ese país, cerca del noventa por ciento de las obras de arte comercializadas son de origen dudoso.

En Inglaterra, Scotland Yard detuvo a varios anticuarios locales. En los Estados Unidos, el FBI también detuvo a Mario Ripaldi, un abogado de la mafia italiana que parece ser el principal contacto entre las redes alemana, francesa e inglesa descubiertas. Ripaldi se encontraba a bordo de un barco especializado en la búsqueda de pecios y yacimientos arqueológicos submarinos que había atacado un barco americano de exploración submarina y se había apoderado de los bienes del pecio estudiado por éste. Ripaldi había asistido a una reunión en Gran-Bretaña con los otros traficantes detenidos. Las encuestas aún siguen su curso en Italia y en Suiza que se conoce como una importante plaza de este tipo de tráfico.

FIN

La versión completa de esta novela, en PDF, puede ser solicitado por e-mail al autor (ver Perfil)


La próxima semana comienza una nueva novela: "La Herencia".

7/7/09

Artecal 3.6.


Europa
 
Una semana después de su detención en Londres, Julienne Lamotte llegaba bien custodiada a la sede de la Policía Judicial de Bruselas. Había suficientes pruebas para acusarla del asesinato de Verbiest. En el caso de Ducquet, sólo había un indicio bastante endeble que podía facilmente ser rechazado por el tribunal. En el caso del policía, había el testimonio de una vecina que decía que una anciana había hablado con el detective muerto.

El día siguiente, el comisario hizo traer a este testigo de la calle Alphonse Renard. Obligaron a Lamotte a ponerse la ropa y la peluca de anciana que habían encontrado en su departamento. Como esperado, eran exactamente de su medida. La hicieron caminar en una pieza donde se simuló lo mejor posible la iluminación nocturna de la calle. En la habitación vecina, a través del cristal de una sola dirección, la observaba la testigo, que confirmó entonces su testimonio. Lo que veía correspondía a lo que había visto la noche del crimen. Pero siempre existía la posibilidad de que se tratase de otra mujer con ropa parecida. Una duda aunque no absoluta y una afirmación que podía ser suficiente para confundir a Lamotte y, en todo caso, acusarla. Pero para confundirla, Servais decidió realizar una reconstitución en terreno, a la hora señalada por la testigo y recurriendo a una inspectora de la PJ, de porte semejante a Lamotte, que revistió sus mismas ropas. La escena fue filmada desde diversos ángulos con una de las cámaras ubicada en la ventana donde había estado la testigo, quien ayudó a precisar los movimientos.

Con las películas en su poder, Servais hizo venir a Lamotte y la interrogó acerca de su departamento de la calle Alphonse Renard. La pruebas de que había vivido ahí eran demasiadas para que lo negase. Servais le dijo que tenía la prueba de que había usado su teléfono a las nueve de la noche y de que había dejado su departamento antes de la medianoche. Le preguntó la hora exacta de su salida y qué había hecho entre la llamada telefónica y su partida. Dijo que la llamada le había confirmado la necesidad de viajar al extranjero, que había hecho su maleta y había salido.
- « ¿Sin ordenar nada? » preguntó Servais.
- « Debía alcanzar el tren antes de medianoche y pensaba ausentarme sólo dos o tres días. »
- « Pero tomó tiempo para disfrazarse de anciana, bajar a la calle y matar al prolicía que vigilaba su casa, para luego volver a cambiarse. »
- « Se equivoca. La ropa es de mi tía, que estaba en mi casa por unos días. Ella siempre ordenaba todo. »
- « ¿Y ella también se fue sin dejar rastro? ¡Ni siquiera una huella digital, mientras las suyas están en todas partes! Había incluso pelos suyos en la peluca. Y, según los vecinos, ud. vivía sola: nunca vieron a nadie más. No niegue el crimen: no solamente la vieron sino que la filmaron. Un vecino acababa de comprar una cámara y se ejercía a usarla de noche. »
- « ¡No es posible! »
- « Mire, pues. »

Apagó las luces y proyectó la película tomada desde la ventana de la testigo. Se veía muy bien la mujer acercándose al auto, golpear la ventanilla, hablar con el conductor y hacer un movimiento del brazo seguido del sobresalto y de la caída de la cabeza del agente. La cara de la asesina no estaba muy clara pero su perfil podía facilmente confundirse con el de Lamotte. El comisario encendió inmediatamente las luces de la sala y pudo ver como la sospechosa se sobresaltaba y palidecía.
- « ¿Algo que añadir? » preguntó Servais.
- « No. » contestó.
- « Bien. Queda formalmente acusada del asesinato del inspector Yves Galant además del de Karel Verbiest. » Y la hizo llevar de vuelta a la cárcel. La película, por cierto, no serviría como medio de prueba sino como mera ilustración durante el juicio.

En el mar

El Sea Explorer había dejado Dover y tomado la dirección del sur. Llegado a la altura de Cádiz, viró hacia el oeste: seguiría así, aproximadamente, la ruta por la cual los galeones españoles volvían del Nuevo Mundo con las riquezas acumuladas por los conquistadores. La nave había cruzado antes muchas veces por el Mediterráneo y el nuevo trayecto respondía a la política de apertura hacia los tesoros de América definida unos meses antes por los mandatarios de la red que dirigía Enero y en función de la cual Mattheys había sido enviado al nuevo continente. La nave, por cierto, no prospectaba solamente antigüedades: todo lo que podía ser vendido a buen precio en los circuitos "oficiosos" era bienvenido.

Así es como, después de dos días de navegación, el sonar detectó una forma metálica alargada que sugería que podía ser un submarino. Los buzos confirmaron que se trataba de un U-boat alemán hundido durante la Segunda Guerra Mundial: un torpedo había entrado en la sala de máquinas y perforado los balastos. Hicieron lo necesario para entrar en la máquina y recogieron el diario del comandante, considerado de gran valor, así como armas y varios otros obejtos que podían interesar coleccionistas.

El pillaje terminado, el barco siguió su camino hacia el oeste. El día siguiente, el sonar detectó otro pecio. Se trataba esta vez de un barco de carga relativamente moderno y no se encontró nada interesante a bordo. Tres días más tarde, otro pecio apareció, mucho más antiguo. Se trataba esta vez de un barco de guerra pero de madera, bastante deteriorado, que podía ser inglés o español. Las cañones eran visibles pero hubo que soplar la arena del fondo para ver otra cosa. Fue pura pérdida de tiempo, porque apenas si se encontró alguna vajilla de latón sin valor alguno. Pero era más cerca de las Bahamas que esta caza podía resultar más fructífera. Era la zona de partida de los galeones que volvían de México y también la preferida de los piratas para atacarlos. Y donde el clima cambiante hacía aún más destrozos que los piratas. Los fondos marinos estaban llenos de pecios y, aunque muchas veces visitados, quedaba mucho material por investigar y recoger.

El radar del Explorer indicó la presencia de un pequeño barco que parecía mantener una posición fija y, al mismo tiempo, el sonar indicó una actividad submarina bajo éste. Se trataba, por lo tanto, de un barco de investigación científica. ¿Pero de qué tipo? Lo más probable era que exploraba también un pecio, pero éste estaba demasiado lejos para que el sonar lo revelase. El capitán decidió detenerse y esperar la noche. Podrían entonces aprovechar la oscuridad para enviar dos buzos con scooters y faros para descubrir lo que ese barco estudiaba.

La investigación resultó muy positiva. Se trataba efectivamente de un galeón español y estaba en muy buen estado de conservación. Y, lo que era más interesante, contenía una gran cantidad de arcones, tres de los cuales estaban abiertos y dejaban ver joyas, collares y brazaletes en oro finamente grabados. Eran objetos ideales para la reventa en el mercado negro. Los buzos llenaron con ellos los bolsos que llevaban colgados de su cinturón y volvieron a la nave. Enero y el capitán quedaron fascinados por lo que habían traído. El otro barco sólo podía ser una misión científica recién llegada al lugar que tomaba su tiempo para medir y fotografiar todo antes de sacar cualquier cosa. Estos detalles científicos no interesaban a los piratas. Ellos querían sacar el botín lo más rapidamente posible. Para ello debían estar justo encima del pecio, para recuperar los arcones con su grúa. Decidieron por ello abordar a sus competidores y ponerlos fuera de combate el tiempo necesario para recuperar la "mercancía". 

Así, el Explorer se puso en marcha a favor de la noche mientras sus comandos panameños se prebaraban para el asalto. Dos botes zodiacs fueron lanzados al mar y seis hombres ocuparon cada uno para cubrir en silencio la última parte del trayecto. El asalto fue rápido y no encontró resistencia alguna. Solo había un hombre de guardia en el puente y la tripulación no contaba más de diez personas, rapidamente dominadas y atadas. El Explorer, avisado por radio del éxito de la operación, se acercó y abordó. Al amanecer, los buzos bajaron con el cable y el canasto de la grúa. Dos de ellos se ocuparon de la recuperación de los arcones visibles mientras otro se dedicó a revisar los restos del barco hundido. Pero no encontró ninguna otra cosa de interés. Al mediodía, la operación estaba terminada, las amarras soltadas y el barco científico abandonado a su suerte. Se enfiló hacia el este, para volver a Europa.

Pero los ocupantes del navío científico, ayudándose mútuamente, se soltaron rapidamente. No pudieron dar aviso por radio, porque ésta había sido destruída. Debían volver a puerto para poder avisar a las autoridades. La isla más cercana era San Salvador de las Bahamas, donde había una base de guarda-costas americanos. Se dice que fue ahí que Cristóbal Colón tocó tierra por primera vez. Llegaron a la caída de la noche e informaron a las autoridades que mandaron una alerta a los guarda-costas en el mar y a la marina americana. El Sea Explorar les había abordado en los límites de la zona económica exclusiva, lo cual lo sometía a las leyes de la Convención de los Mares y, en consecuencia, a persecución judicial.

Los científicos y marinos atacados no habían podido dar el nombre ni la descripción del barco que los había atacado porque no lo habían podido ver. Pero habían dado su última posición y una descripción de los comandos, que calcularon que eran unos diez y que hablaban español. Eran también bastante fácil adivinar la dimensión del barco. Los piratas sólo podían pensar en esconderse en una isla vecina o bien alejarse hacia el este. Las autoridades de todos los puertos de las islas fueron alertadas para vigilar todas las llegadas. Por la mañana, aviones salidos de Florida partieron para vigilar los alrededores de las islas mientras otros despegaron del porta-aviones USS Roosevelt que patrullada el Atlántico norte para vigilar la ruta este que podían haber tomado los piratas. Esta misión de búsqueda era un excelente ejercicio para los pilotos de reconocimiento.

La opción mas segura para el Sea Explorer habría sido recalar en uno de los numerosos puertos turísticos de las Bahamas. En medio de tantos otros barcos de placer habría sido muy difícil encontrarlos, sobre todo porque tenían matrícula de las Bahamas. Pero cometieron el error de querer llegar cuanto antes a Europa con su trofeo y de subvalorar el poder de la justicia. Estaban demasiado lejos para que los guarda-costas los alcanzaran y habían contado con ello. Pero el brazo de la US-Marine era mucho más largo y odiaba a los piratas. La flota del Atlántico recorría permanentemente la ruta entre Estados Unidos e Inglaterra y no tomaría mucho tiempo en encontrarlos. Todos los navíos en esa ruta fueron rapidamente detectados e identificados desde el aire. Una primera verificación de los registros de matrícula de los candidatos a la interceptación no dió resultado, lo que desorientó al capitán de los guarda-costas que coordinaba la búsqueda. La corta lista de los barcos que presentaban las características correctas fue sometida entonces a una segunda y doble revisión: la de sus armadores y la de Interpol. Y se encendió una doble luz roja: la sociedad a la cual pertenecía el Sea Explorer era sin duda alguna una sociedad "de papel" y existía una alerta de Interpol pidiendo la localización del barco en razón de una encuesta. Una fragata fue enviado al encuentro del barco, que no podría escapar ante un navío tan rápido. Al anochecer, la captura ya era un hecho. El Sea Explorer fue conducido a la base de los guarda-costas en Station Destino en Florida y los pasajeros entregados al FBI. Los tribunales liberaron a los maquinistas malasios pero condenaron a Enero, al capitán, al arqueólogo y a los comandos a quince años de cárcel. Después, Enero podría ser extraditados a Inglaterra donde lo buscaban.