31/3/09

Artecal 2.1.

 Capítulo 2

La Policía de Investigaciones chilena había sido alertada por Interpol y había iniciado la búsqueda de Lucien Mattheys. Confirmó la fecha de su entrada al país, su estada en el hotel Crowne-Plaza, el relato del chofer de taxi y el hecho de Mattheys no aparecía en los registros de salidas del país. Faltaba investigar lo del auto negro. Las ID19 eran muy escasas. Sólo había unas diez en Santiago y cinco pertenecían al GAP, el grupo de protección del presidente Allende, recién elegido. Pero los del GAP no estaban facultados para efectuar detenciones ni tampoco para interrogar gente, excepto en caso de atentado contra el presidente. El chofer de taxi no se podía haber equivocado de coche: estos Citroen eran demasiado característicos. Había, por lo tanto, que verificar quiénes eran los propietarios de las ID19 privadas y sus actividades.

Una pista surgió rapidamente: uno de esos coches pertenecía al propietario de una tienda de antigüedades del Barrio Alto, del que se dispuso la vigilancia. Una tarde, al anochecer, recibió en su tienda de la avenida El Golf la visita de un hombre alto y flaco qui respondía a la descripción hecha por el taxista. Lo fotografiaron y compararon la foto con las de los delinquentes del mundo del lujo. El resultado fue positivo: lo identificaron como José Romero, el que había sido detenido dos veces acusado de chantaje pero no había sido condenado. Se lo puso en la lista de las personas buscadas y se reforzó la vigilancia de la tienda, con la orden de seguir al sospechoso si se presentaba de nuevo.

Tres días después Romero reapareció. Llegó y se fue a bordo de un Fiat 600 y fue muy difícil seguirlo porque parecía desconfiar. Felizmente, gracias al contaco radial entre vehículos, los detectives pudieron alternar dos autos y no perderlo. Salió de Santiago y se dirigió hacia el pueblo vecino de San José de Maipo. Ahí, se estacionó cerca de una casa del Camino al Volcán, donde entró. Investigaciones se las arregló para ocupar, en una casita cercana del otro lado de la calle, una pieza que permitía observar el lugar en forma permanente. Con el pasar de los días descubrieron una rutina: en la casa sospechoso vivían un hombre y una mujer que sólo salían para hacer compras de alimentación en los pequeños negocios del sector. Sus fotos también se compararon con los registros policiales y demostraron que ambos eran conocidos por robos y extorsiones y habían purgado varias penas de cárcel aunque cortas. Romero iba y venía, ausentándose a veces por varios días y, en esos casos, siempre pasaba donde el anticuario al volver.

24/3/09

Artecal 1.12.

Mientras tanto, en Bruselas, la policía visitaba a los residentes de la calle Alphonse Renard y de los alrededores para obtener testimonios que pudiesen ser útiles para confirmar la identificación de Demazedier como asesina del detective. Una mujer que pasaba la Mayor parte de su tiempo mirando por su ventana explicó que había visto efectivamente una anciana acercarse al auto estacionado casi frente a su casa y hablar brevemente con el conductor que estaba ahí desde hace varias horas. No había oído nada, pero cuando dejaron de hablar vió que el conductor dejaba caer la cabeza y que la mujer se alejaba. Podría quizás reconocerla si la viera nuevamente con la misma ropa, pero no había visto claramente su rostro porque solo había la iluminación de la calle. Sí, la anciana había llegado y se había ido del mismo lado. Pero no podía saber si había salido o entrado en una casa de la misma calle porque se había mantenido en su misma vereda.

Por su parte, la policía luxemburguesa, con un mandato de allanamiento, ingresó en los locales de Artecal. La inspección de la galería no aportó nada: no había ahí ninguna documentación comercial aparte de las publicaciones destinadas a los clientes. No pasaba lo mismo en las oficinas. Después de una visita preliminar, dos inspectores se instalaron en el escritorio del gerente, Jurgen Müller. Como en la oficina de Ducquet, encontraron numerosos archivadores conteniendo descripciones de obras de arte. También había facturas y toda la documentación contable correspondiente que se reveló estar perfectamente en regla. Los inspectores exigieron entonces la apertura de la caja fuerte. Müller rehusó primero pero aceptó finalmente, después de haber sido amenazado de ser detenido.

En la caja fuerte había chequeras de varios bancos: uno local, otro belga, otro alemán y uno suizo, así como títulos al portador por sumas muy elevadas y una libreta de cuentas donde los objetos estaban mencionados junto a fechas, montos y códigos que indicaban posiblemente los compradores. Uno de los inspectores comparó la lista con las facturas: ningun objeto aparecía simultáneamente en ambos sistemas. Libreta y facturas fueron confiscadas para una investigación más a fondo. La caja fuerte, con su contenido, fue sellada y el gerente advertido de que no saliera de la ciudad. Cuando los policías se fueron, Müller llamó por teléfono a van Hasselt para contarle lo ocurrido. Éste le ordenó suspender cualquiera nueva operación.

En la comisaría, la lista de la libreta fue comparada con el registro internacional de obras perdidas y, como donde Ducquet, la comparación arrojó resultados positivos, aquí en cerca de la mitad de las obras vendidas por Artecal. La lista fue fotocopiada y el duplicado enviado por fax al comisario Servais. Comprobada la ilegalidad del negocio se decretó la detención de Müller y se pidió lo mismo para van Hasselt a la policía belga... cosa que ya estaba hecha.

Un agente fue enviado nuevamente a las oficinas de Müller para buscar la correspondencia, que estaba en la oficina de la secretaria. Descubrió ahí las copias de una serie de cartas ofreciendo los servicios de la empresa como intermediaria para adquirir obras de arte « que no existen en los catálogos comunes ». Sería interesante comparar los nombres de los destinatarios con las facturas y los códigos de la libreta de venta ilegal, para identificar a los que habrían sucumbido a la tentación. Mientras el detective revisaba el archivador sonó el teléfono y él atendió la llamada.
- « Entonces ¿cuándo llega a Santiago? » dijo un voz con acento extranjero. « El jefe está perdiendo la paciencia y Ud. sabe que su hombre podría sufrir por ello. »
- « Ud. desea sin duda hablar con el sr.Müller » respondió el policía. « Pero no está aquí en este momento. Soy su secretario. »
- « Entonces, déle el mensaje. Llamaré de nuevo mañana a la misma hora y más vale que sea su jefe quién conteste. » Y la llamada fue cortada.
- « Aquí hay algo extraño » se dijo el agente y llamó inmediatamente a su jefe para transmitirle lo que había escuchado. Le ordenaron entonces que volviese de inmediato a su base llevando los archivadores de correo.

En la comisaría, Müller fue inmediatamente interrogado acerca de la llamada telefónica.
- « Uno de nuestros representantes fue enviado hace un mes a recorrer América del Sur para reunir documentación y establecer contactos. Después de Bogota, Quito y Lima, llegó a Santiago donde contactó, entre otros, a un anticuario llamado Carlo Riderelli. No sé qué pasó, pero creo que Riderelli lo mantiene prisionero y exige que su « jefe de Luxemburgo » viaje a Santiago para discutir de negocios antes de liberarlo. El señor van Hasselt no quiere darle satisfacción y está estirando la cosa esperando que desista. »
- « ¿Iba a abandonar a su empleado? ¡Pero es un secuestro! »
- « La búsqueda ya empezó. El comisario Servais, de la Policía Judicial belga, vino a verme al respecto y ya contactó a la policía chilena. »
- « ¡Y ud tiene una pista que no le dió! »
- « ¿Qué pista si sólo recibo un llamado de vez en cuando, sin saber de donde viene ni tener pruebas de que quién llama es quién tiene a Mattheys? »
- « Debería haber contado esto al comisario belga. Estamos en contacto con él y le pondremos al tanto. Mañana ud estará en su oficina a la hora del llamado y atenderá la comunicación. Bajo nuestra vigilancia por cierto. Ud dirá que viajará si le dan una prueba de que retienen a su representante. Que le hable al teléfono. Si lo hace, acepte viajar. ¿Ud dice que se llama Mattheys? »
- « Sí. Lucien Mattheys.»
- « Voy a llamar al comisario Servais. Deberemos trabajar juntos y también con la policía chilena.»

El mismo día, en Bruselas, Servais reunía a su equipo en su oficina.
- « La policía luxemburguesa me envió copia del libro de operaciones negras de Artecal. Habrá que verificar si hay objetos que coinciden con la lista de Ducquet. Remi, te ocuparás de ésto. También acabo de recibir de la policía francesa algunas noticias interesantes acerca de Ducquet y Demazedier, en respuesta a nuestra solicitud a Interpol. Nuestra asesina aparece allá bajo el nombre de Julienne Lamotte, alias Giuliana Di Motta, y ha sido arrestada hace diez años por haber sido intermediaria en la venta de un falso Rembrandt a un diputado. Le dieron cuatro años de cárcel. Luego perdieron su huella. En cuanto a Ducquet, aparece en la lista de los particulares de la red de tráfico que descubrieron y que llamaron la 'mafia de Marsella' a raíz del robo del camión con obras del Louvre destinadas a Dubhai, que ocurrió hace unos meses. Les enviaré una copia de la lista de Ducquet. Quizás haya coincidencias y esperemos que pueden deducir más que nosotros. »

El teléfono sonó. Era el inspector luxemburgués encargado del asunto Artecal. Puso Servais al tanto del llamado recibido de Chile y de la explicación dada por Müller.

- « Por Dios, este tonto podría haberme dicho ésto en vez de contar leseras para explicar el retraso de Mattheys » dijo.
- « Dice que pensaba que más valía no mezclar en ello la policía. Y que todas las decisiones las tomaba van Hasselt. Pero si la policía chilena está al tanto, ya hemos avanzado algo y podríamos quizás definir con ella una estrategia para aprovechar ese contacto telefónico. »
- « Estoy de acuerdo. Voy a comunicarme con ellos para informarles. ¿A qué hora ha de ser el contacto mañana? »
- « A las dieciseis. Como hay seis horas de diferencia con Santiago, allá serán las diez de la mañana. »
- « OK. Estaré con Uds. para escuchar la comunicación y definiremos entonces la estrategia. Quizás los investigadores chilenos me hayan dado ya alguna idea. ¡Hasta mañana! »
- « De acuerdo. ¡Hasta mañana! »

17/3/09

Artecal 1.11.

Giuliana Di Motta no tuvo tiempo ese día para visitar todos sus contactos en Londres. Le quedaban dos para el segundo día y el último de ellos no era como los demás. Cuando visitó éste, en Victoria Street, era ya cerca de medio día.
- « ¡Hola Abril! ¿Cómo estás? » dijo al entrar en la pequeña tienda.
- « ¡Marzo, querida! ¡No es posible! ¿Qué hace aquí la diosa de la guerra? No te esperaba hasta la reunión anual. ¡Espera! Voy a cerra y subiremos para conversar tranquilas. »

Abril cerró la tienda y las dos mujeres subieron al segundo piso donde se instalaron en un pequeño salón muy acogedor de perfecto estilo chippendale.

- « Díme entonces a que se debe esta visita inesperada. ¿Debe ser algo grave? »
- « Estoy llegando de Bélgica. Habrás sabido lo que pasó con el convoy de obras de arte del Louvre que habíamos planificado en la última reunión. No sé como la policía pudo encontrar el camión tan rapidamente y arrestó a varios de nuestros revendedores. Febrero me contactó y me dijo que debía desaparecer por un tiempo. Creía que la policía estaba sobre la pista de Ducquet y que éste podría hablar demás, así que me ordenó acallarlo. Todo parecía tranquilo después de ésto. Pero Junio me llamó anteayer y me dijo que la policía belga nos vigilaba a él y a mí y que yo debía arrancar. No sé como llegaron a nosotros pero preferí no tratar de investigarlo aún. Así que vine a advertir a los clientes ingleses de Artecal que conozco para que eviten el contacto. Y pienso que podría ser conveniente llamar a una reunión extraordinaria del Consejo para discutir la situación. ¿Tú, qué piensas? »
- « Si la red de Junio se cae después de la de Febrero, Enero y Mayo podrían verse afectados también. Si no están al tanto, sería bueno advertirles. Y solo juntos podremos decidir cuales son las medidas más apropiadas. Estoy de acuerdo contigo: voy a convocar a todos. Podríamos juntarnos en la alberga, digamos el sábado de la semana próxima. Necesito un poco de tiempo para los arreglos y asegurar que todos puedan llegar. Véte ya a Ipswich y reserva la alberga. »

Las dos mujeres siguieron intercambiando noticias más personales y se separaron media hora más tarde. Di Motta volvió a su hotel donde rehizo su maleta, pagoó la habitación y luego se fue a la Victoria Station. Ahí compró un pasaje para Ipswich, una de las ciudades más antiguas de Inglaterra, en el Suffolk. Algunas horas más tarde, como la buena cliente que era, fue recibida cálidamente en la alberga del Faisán Dorado en Bixley Farm, un distrito exterior de la ciudad, donde reservó cinco habitaciones para los miembros del consejo que llegarían el fin de semana subsiguiente. La alberga tenía una decena de habitaciones y era apreciada por los que querían escapar del tráfago de la ciudad. El primer piso estaba ocupado po una gran comedor que servía también de recepción, por la cocina y los alojamientos del patrón. Las piezas para los pasajeros, muy sencillas, ocupaban dos pisos. 

10/3/09

Artecal 1.10.

Al día siguiente, Servais se fue a Amberes, a la sede de Verbiest & Co. Y pidió hablar con Maurice van Hasselt. Le dió sus condolencias por la muerte de su patrón y le mostró la foto de Demazedier-Di Motta.

- « ¿Conoce Ud. A esta mujer? »
- « Por cierto. Es Giuliana Di Motta, una detective privada que contratamos algunas veces para investigar el origen de productos que se nos ofrecen, sobretodo cuando la oferta es interesante y que no conozco al vendedor. »
- « ¿Ella conocía al sr. Verbiest? »
- « Seguro. Le presentó varias veces su informe en mi presencia. »
- « ¿Sabía Ud. Que había visitado al sr. Verbiest la mañana de su muerte? »
- « De ninguna manera. No me avisaron de ello y ésto me extraña porque hace tres meses que no le pido nada. No la he visto desde entonces. »
- « Sería mejor que no mintiese, sr. van Hasselt. Tenemos la prueba de que se encontró con ella en el zoológico hace una semana. »
- « ¡Pero no es posible! »
- « ¿No están Uds. dos en esta fotografía? »
- « De acuerdo. Debo reconocerlo y pedirle disculpas. Lo que ocurre es que contrato algunas veces a esta señorita para otro negocio que dirijo y que el sr. Verbiest no conoce. Tengo en Luxemburgo un galería de arte y le pedía a la srta. Di Motta que verificase ocasionalmente el origen de algunas obras que me ofrecían allá. »
- « ¿Se trata de Artecal? »>
- « ¿Ud. Ya estaba al tanto? »
- « Como lo oye, sr. Van Hasselt. Y estamos muy interesados por este tipo de actividades. Debe saber, sinduda, que el comercio de obras de arte, sobretodo ilegal, es uno de los más rentables del mundo. »
- « Es exacto. Y es lo que trato de evitar. »
- « Créame que lo verificaremos, señor. Y, dígame, ¿conoce a cierto sr. Ducquet de Joinville, que tiene el mismo tipo de comercio en Bruselas? »
- « Lo siento. Nunca había oído este nombre. »
pero el comisario percibió una señal de inquietud en los ojos de su entrevistado. Mentía sin ninguna duda y la mención lo había tomado por sorpresa. Le policía puso término al interrogatorio asegurando que la encuesta seguía su curso.

A penas el policía lo había dejado, van Hasselt tomaba el teléfono y llamaba al número de la avenida del Souverain en Bruselas. Sólo dijo unas pocas palabras: « La policía nos ha visto en el zoológico. ¡Arranque! » y luego llamó otro número.
- « Podríamos tener problemas. Es necesario que hablemos. ... ¿En una hora en la casa de Rembrandt? ... De acuerdo. »
 
En el instante en que el teléfono de Bruselas sonaba, una alarma advirtió al policía encargado de las intervenciones telefónicas. Antes de poder conectar sus audífonos le comunicación se había terminado, pero había sido grabada. Hizo retroceder la cinta correspondiente, escuchó el mensaje y lo transcribió, para luego mandarlo al comisario Servais que lo encontró en su escritorio cuando llegó.
- « Así que van Hasselt estaba efectivamente coludido con la mujer » se dijo, y luego llamó a sus colegas de Amberes y ordenó su detención.

Van Hasselt había salido y se dirigía hacia la casa-museo de la Wapperstraat, seguido discretamente por el detective de turno. Éste pudo observar entonces que mientras el hombre se paseaba como un turista delante de cada pintura otra persona se fue acercando para finalmente hablarle mientras ambos miraban un cuadro. No pudo oir la conversación pero reconoció al diputado Jean Piret y tomó foto de ambos. ¿Qué podía unir estos dos hombres? Cuando van Hasselt llegó de vuelta a su oficina lo esperaban dos otros policías que lo detuvieron.

El mensaje en el contestador automático de la avenida del Souverain fue escuchado y borrado a las nueva de la noche. Una hora más tarde, una anciana salió de una de las primeras casas de la calle Alphonse Renard y se acercó al auto en que estaba el detective que vigilaba el sector. Llamó a la ventanilla con la mano izquierda y el inspector la abrió. La mujer le preguntó « ¿Se le ha perdido algo? » y, levantando rapidamente la mano derecha armada con una pistola con silenciador, le disparó una bala en la cabeza. Cerró la ventanilla lo mejor que pudo y volvió a entrar en la casa. Unos minutos más tarde volvía a salir, bajo otra apariencia, con una pequeña maleta.

A medianoche, otro inspector llegó para reemplazar a su colega y encontró el cadáver. Por la radio del coche llamó a la central, que transfirió la llamada a la casa del comisario Servais. Éste, que se había recién acostado, ordenó lanzar una orden de detención contra Demazedier-Di Motta para todas las policías y la gendarmería, colocar controles en todas las carreteras que salían del país y reforzar los controles en todos los medios de transporte que cruzaran la frontera.

En su oficina, a primera hora, Servais encargó a su asistente que visitara el Catastro de Bienes Raíces para obtener los nombres de todos los dueños de las veinte primeras casas de la calle Alphonse Renard y que llamara luego al Servicio de Impuestos para averiguar cuales de ellos arrendaban su casa o departamento, para contactar luego a estos propietarios y obtener el nombre de los arrendatarios.

- « Ningún Demazedier ni Di Motta » informó finalmente el asistente al terminar su búsqueda y pasar la lista de arrendatarios a su jefe.
- « Pero hay un Leroi » notó éste. « No puede ser una coincidencia. Ella debe haber usado el nombre de su hombre de la calle General Leman. Voy a pedir un mandato de allanamiento para esta propiedad y vamos por allá en seguida. »

Visitando el departamento, vieron a las claras que el ocupante se había ido muy apresuradamente. No solo había vajilla sucia en la cocina sino también ropa en el suelo, sobre la cama en el dormitorio y en el closet. Observando más de cerca los de la cama, vieron que no eran los de una mujer joven sino de una anciana. Y había una peluca gris.

- « Se disfrazó poco antes de irse. » comentó Servais. « Quizás para acercarse y matar a nuestro hombre. ¿Estará usando otro disfraz para huir? »

Otra prueba de la huída eran las numerosas huellas digitales que encontraron y que correspondían perfectamente a la ficha que acababan de recibir de la policía francesa. La conocían con el nombre de Julienne Lamotte y había purgado una pena de algunos años de cárcel por robo de obras de arte. Era por lo tanto aquí que vivía Giuliana Di Motta y era sin duda una asesina sin piedad y no una mera ladrona.

Este mismo día, tres mujeres fueron retenidas algún tiempo cuando querían abandonar Bélgica. La primera viajaba en el tren de Bruselas a París y fue detectada en el control de la frontera. Otra atrajo sospechas en el aeropuerto bruselense de Zaventhem, en la salida de un vuelo para Estocolmo. La última fue detenida en el control de carretera en la frontera alemana, en la autopista Verviers-Aquisgran. Hubo que verificar sus huellas dactilares para finalmente descartar que se tratase de Demazedier-Lamotte. Mientras tanto, un hombre identificado como Julien De Modt abordaba tranquilamente el barco que iba de Ostende, en la costa belga, a Dover, en Inglaterra, y siguió luego su viaje hasta Londres. Allí, tomó una habitación en un pequeño hotel del sector portuario, cerca del Támesis, donde nadie hacía ni contestaba preguntas. Se instaló rapidamente en la pieza, deshizo su equipaje y se cambió de ropa. Una hora después, era Giuliana Di Motta que dejaba el hotel y empezaba una serie de visitas a los anticuarios que conocía para advertirles que rompiesen todo contacto con Artecal.

3/3/09

Artecal 1.9.

El día siguiente, el anuncio de la muerte de Verbiest apareció en el diario Gazette Van Antwerpen, el principal diario de la ciudad, pero sin mencionar las sospechas de asesinato. Poco después de las diez de la mañana llegó a la oficina de la Policía Judicial un hombre que se presentó como Lemercier, socio de Karel Verbiest, y que dijo que tenía informaciones acerca de éste que podían ser importantes para la PJ. El inspector que coordinaba la encuesta en Amberes lo recibió y lo escuchó.

- « Tengo dudas respecto de lo que ocurrió con mi socio. El diario dice que murió de una crisis cardíaca, pero sé muy bien que tenía una salud de hierro y hacía regularmente deporte. Lo que aumenta mis dudas es lo que me dijo en nuestra última conversación, hace menos de una semana. Estabamos almorcando en el Steen porque no quería hablar en su oficina. Me dijo que tenía indicios de que alguién, en su empresa, aprovechaba sus contactos para un negocio paralelo que parecía ser un tráfico de obras de arte. Dos de sus clientes le habían mencionado que habían recibido una carta de una galería de arte luxemburguesa que les ofrecía servir de intermediaria para adquirir obras de gran valor. La carta estaba acompañada por un folleto que presentaba la galería, fotos de algunos objetos y un detalle de servicios ofrecidos. La empresa de Verbiest era una de las pocos que podía haber facilitado los nombres y direcciones de estos clientes. Y éto no le gustaba para nada al señor Verbiest porque se preciaba de ser un hombre honesto y odiaba todo tipo de traficante. Advirtió a sus clientes y empezó a observar más de cerca las actividades de sus empleados. Le hice notar que su ayudante viajaba frecuentemente al Gran Ducado de Luxemburgo, donde tenemos algunos clientes joyeros y estuvo de acuerdo en considerarlo como el Mayor sospechoso, aunque reservándose un juicio definitivo porque no quería acusar a un inocente sobre todo sin tener pruebas definitivas de un eventual tráfico. No puedo decirle más, pero creo que, dado lo ocurrido, Uds. debían estar al tanto. »
- « Hizo muy bien y se lo agradecemos. » contestó el comisario. « Podría sernos muy útil. ¿Puede Ud darnos la lista de todos los empleados y precisarnos cómo se llama el ayudante de que me habló? »
-« Había previsto este pedido: aquí esta la lista de empleados. Ahí verá que el ayudante se llama Maurice van Hasselt. Tenemos además cinco talladores de diamantes, tres vendedores, dos secretarias (la del señor Verbiest y la del señor van Hasselt) y la recepcionista. Si el sospechoso no es van Hasselt, ha de ser una de las secretarias o de los vendedores, porque los demás no tienen acceso a los datos de nuestros clientes y proveedores. »

El policía el mostró entonces las fotos tomadas en el zoológico. Reconoció a van Hasselt y uno de los vendedores.
- « ¿Uds. ya estaban investigando nuestra empresa? » preguntó Lemercier.
- « Es una extraña coincidencia. » contestó el inspector, que agradeció a su visitante y le aseguró de que lo mantendrían al tanto de la encuesta en la medida de lo posible. 

Llamó luego a Servais y le contó lo que Lemercier le había dicho.
- « Tenemos así los primeros vínculos de este asunto » resumió Servais para sus sobordinados. « Sabíamos que Ducquet era un traficante. Van Hasselt dirige Artecal y ofrece sus servicios a clientes de Verbiest donde también trabaja. También envió a Mattheys a América del Sur y tenía contactos con la mujer que parece haber matado a Ducquet y a Verbiest. Una mujer que cambia de nombre, lo cual es aún más sospechoso. Mattheys desapareció mientras buscaba antigüedades precolombinas. Todo está relacionado con obras de arte. Sólo puede tratarse de comercio ilegal y, sin duda, de gente con muchos recursos y pocos escrúpulos si los asesinatos no se excluyen. Necesitamos saber más sobre van Hasselt y Artecal. Voy a pedir a nuestros colegas de Luxemburgo que perquisicionen en las oficinas de Artecal y embarguen los documentos para estudiar todas sus transacciones. En lo relativo a van Hasselt, le voy a ir a visitar personalmente y presionarlo sobre el tema de la mujer. En cuanto a ésta, me gustaría saber más antes de arrestarla. Sigan vigilando su domicilio. Pero enviaré sus nombres y su foto a Interpol en caso de que sea conocida en otra parte. También enviaré los datos de Ducquet, en caso de que aparezca en alguna de las redes de tráfico de arte que han sido descubiertas en Francia. Creo que también tenemos ahora lo suficiente para pedir una encuesta oficial en Chile en el caso de Mattheys. Podría estar en una situación muy difícil. »

Poco después de la reunión, Servais recibió una llamada de Joseph Trompel. Éste le contó que había recibido malas noticias de Chile. La detective privada había interrogado de nuevo al recepcionista del hotel Crowne-Plaza y había encontrado al chofer de taxi que había recogido a Mattheys el día de su partida. Así supo que éste había sido abordado por un desconocido en el momento en que salía del hotel y que habían discutido antes de subir, ambos, al taxi. Éste había bajado la Alameda en dirección al aeropuerto. La discusión prosiguió en el taxi, en una lengua que el chofer no entendía, pero le había parecido que el viajero estaba muy molesto. Le sorprendió que el otro pasajero le hiciera parar en el lugar llamado Pila del Ganso, que estaba todavía cerca del centro, pagó la carrera y ambos se bajaron. Antes de partir, alcanzó a ver que sus dos psajeros subían con el equipaje en un auto negro, un ID19 como las que usaban casi exclusivamente agentes de seguridad. La pista se terminaba ahí y la agencia de detectives no podía hacer más. Quizás la policía chilena pudiese investigar más pero sería necesario un pedido oficial a través de Interpol. Servais estuvo de acuerdo y prometió alertar a la policía chilena, lo cual hizo en seguida a través de un requerimiento por Interpol. Si se trataba de un secuestro, los minutos contaban. Pero parecía muy extraño porque no habían reclamado rescate alguno.